ÉPOCAS PERUANAS





El Sr. Rafael Larco Hoyle (1) ha dividido el desarrollo de las Culturas Peruanas en siete épocas.

Las Épocas son las siguientes:

7. CONQUISTA (1532 dC). El europeo invade el continente e impone una nueva civilización, produciéndose la hibridación de las culturas. En la cerámica se puede observar el vidriado que es una técnica importada de Europa.

6. ÉPOCA IMPERIAL (1300 - 1532 dC). Los pueblos dispersos de la Época Fusional se reúnen, agrupan y forman los grandes régulos e imperios. El Imperio Incaico ocupa la última parte de esta época.

5. ÉPOCA FUSIONAL (800 - 1300 dC). En esta época después de florecer, las culturas entran en una etapa decadente y se confunden.

Tenemos la invasión de los hombres de Huari, así como un flujo y reflujo de las diferentes culturas, que hacen de esta Época Fusional una Época Confusional.

4. ÉPOCA AUGE (1 - 800 aC). En la Época Auge florecen las culturas.

Es la etapa más interesante de todo el Perú Precolombino, las culturas se desarrollan a base de elementos diferenciados y rasgos propios.

3. ÉPOCA EVOLUTIVA O FORMATIVA (1250 aC - 1 dC). En esta época las culturas se inician con gran vigor, se desarrollan y evolucionan.

2. ÉPOCA INICIAL DE LA CERAMICA (2000 - 1250 aC).
En esta época aparecen los primeros vasos de tierra imperfectamente mezclada, al lado de los menhires y alineamientos de rocas que son construcciones primitivas.

1. ÉPOCA PRE-CERAMICA (8000 - 2000 aC). Como su nombre lo dice, corresponde a la etapa inicial de las culturas antes del desarrollo de la cerámica. Los pobladores de esta época eran grupos de cazadores, recolectores y pescadores.

(1) Marco cronológico de las Culturas peruanas precolombinas propuesto por Rafael Larco Hoyle en 1946.

Imagen
incaperu.org

LA LUNA

Copa vino de la luna
Staio Lukov Garnoev (Bulgaria)
Pintura (2008)

Según una creencia tradicional búlgara, en tiempos remotos la Luna y las estrellas brillaban tan
cerca de la tierra, que uno podía alcanzarlas con la mano. De noche la gente cogía una estrella del firmamento para que alumbrara su hogar. Sin embargo, un gitano quiso llevarse a su choza a la propia Luna.

Entonces la deidad se molestó y subió todos los astros muy alto en el firmamento.

La gente, sin embargo, siguió llamando a la luna Vela, y las fases de la Luna, Vela Nueva, o sea, Luna Nueva, Vela Llena, o sea, Luna Llena y Vela Vieja, o sea, luna en su fase final.

Esta comparación no encierra falta de respeto por los astros. Todo lo contrario: la luz de la luna se relaciona con el fuego divino. El disco de la luna llena se concebía como la imagen de Dios, a quien la gente imaginaba como un abuelito viejo, mientras que la luna nueva era llamada El Abuelo Nuevo.

Para los ancestros el cuarto menguante de la Luna semejaba una hoz y la expresión La hoz de la Luna sigue empleándose en nuestros días. Las dos puntas de la "hoz" se suelen llamar "las astas" de la Luna.

El calendario lunar tradicional del pueblo de Bulgaria señala como la más favorable, la fase de la luna nueva.

Antaño La Vela Nueva era recibida con bendiciones y su aparición se celebraba con alegres canciones y danzas joro. Uno de los votos que en ese momento solía hacer la gente era:

"Tal como la Luna sestó llenándose, llénense de dinero las carteras".

Por eso todos procuraban recibir la Vela Nueva con una moneda en la mano. Los niños daban tres brincos sucesivos y se deseaban:

"Alta la Luna, más alto sea yo".

Los curanderos esperaban la luna nueva para algunas de sus prácticas curativas.

Las mozas por su parte creían que si en la noche de luna nueva colocaban una piedrecilla debajo de su almohada, verían en sueños a su futuro marido.

El período de la Vela Nueva se consideraba muy propicio para noviazgos y esponsales.

La Luna con frecuencia es signo de misterio y conjura. Con la enunciación "Salió la Luna" comienza, por ejemplo, una hermosa canción tradicional que narra cómo el enamorado incita a su amada a que se fuguen y vayan juntos al mercado para que él le compre los tradicionales tres trajes (uno para todos los días y dos para Semana Santa), con lo cual no quedarían barreras y ambos podrían anunciar públicamente su próximo casamiento.

Hay un cuento tradicional que narra el encuentro de dos enamorados tras una larga separación.

Tan largo conversaron los dos que la Luna joven fue llenándose, y la ramita de cornejo en las manos del enamorado floreció, echó hojitas verdes y dio frutos.

En otra canción la cita amorosa comienza al ponerse el Sol. Luego sale la Luna… se pone… Vuelve a salir, pero los dos enamorados siguen y siguen conversando, totalmente embelesados.

Otra canción popular habla del encuentro de una moza con un grupo de mozos en el bosque. Todos ellos deciden hermanarse con ella, esto es tratarla como a una hermana, menos el mayor, quien ruega al Sol:
Apresúrate a ponerte, Sol, y que salga la Luna, para que pueda echar mi cabeza a descansar en el regazo de esta bella muchacha.

Es aún más clara la plegaria del mozo en otra canción.

El ruega a la rubia Dragana, cuya faz se confunde con la Luna, que corra a la llanura para recoger dos ramos de flores y haga con ellos una magia, que consiste en mojar los ramos de vino y rociar con ellos al Sol y a la Luna, para que ambos se apaguen, el tiempo deje de correr y los dos enamorados puedan permanecer unidos sin fin.

Fuente
http://bnr.bg/sites/es
Imagen
artelista.com

TOMÁS BERENNIKOV




Una vez vivía en una aldea un pobre campesino llamado Tomás Berennikov, muy suelto de lengua y fanfarrón como nadie; a feo no todos le ganaban y en cuanto a trabajador, nadie tenía que envidiarle. Un día fue al campo a labrar, pero el trabajo era duro y su yegua, floja y escuálida, apenas podía con el arado. El labrador se desanimó y fue a sentarse a una piedra para dar rienda suelta a sus tristes pesares. Inmediatamente acudieron verdaderos enjambres de tábanos y mosquitos que volaron como una nube sobre su infeliz jamelgo acribillándolo a picaduras. Tomás cogió un haz de ramas secas y lo sacudió contra su pobre bestia para librarla de aquellos insectos que se la comían viva. Los tábanos y los mosquitos cayeron en gran número. Tomás quiso saber a cuántos había matado y contó ocho tábanos, pero no pudo contar los mosquitos. Puso una cara de satisfacción y se dijo:

"¡Acabo de hacer algo grande! ¡He matado ocho tábanos de un solo golpe y los mosquitos son incontables! ¿Quién dirá que no soy un gran guerrero? ¿Que no soy un héroe? No aro más en el campo. Lucharé. ¡Soy un héroe y como tal buscaré fortuna!"

Arrojó la hoz, se ciñó la alforja y colgó de su cinto la guadaña, y de esta guisa, montó su escuálida yegua y salió por el mundo en busca de aventuras.

Mucho tiempo hacía que cabalgaban cuando llegó a un poste donde habían inscrito sus nombres muchos héroes que por allí pasaron. No quiso ser menos y escribió con yeso en el mismo poste:

"El valiente Tomás Berennikov que mató de un golpe a ocho de los grandes e incontables de los pequeños, ha pasado por aquí".

Escrito esto, siguió caminando.

No se había alejado media legua, cuando dos jóvenes y fornidos campeones acertaron a pasar por allí galopando en sus cabalgaduras, leyeron la inscripción y se dijeron el uno al otro:

- ¿Quién será este héroe desconocido? Nadie nos ha hablado de su brioso corcel ni nos ha dado noticias de sus caballerescas hazañas.
Picaron espuelas y no tardaron en dar alcance a Tomás, a cuya vista quedaron sorprendidos.

- ¿Pero qué caballo monta ese hombre? -exclamaron.- ¡Si no es más que un rocín trasijado! ¡Eso quiere decir que su fuerza no estriba en su cabalgadura sino en el mismo héroe!

Se acercaron, pues, a Tomás y lo saludaron en tono humilde y de sumisión:

- ¡La paz sea contigo, buen hombre!

Tomás los miró por encima del hombro y, sin mover la cabeza, preguntó:

- ¿Quiénes sois vosotros?

- Ilia Muromets y Alesha Popovich, que desean ser tus compañeros.

- Bien; si tal es vuestro deseo, seguidme.

Llegaron a los dominios del vecino Zar y se dirigieron al vedado real, donde levantaron sus tiendas para descansar mientras dejaban que sus caballos paciesen libremente. El Zar mandó a cien caballeros de su guardia con la orden de expulsar a los forasteros de su vedado.

Ilia Muromets y Alesha Popovich dijeron a Tomás:

- ¿Quieres salir tú contra ellos o quieres enviarnos a nosotros?

- ¡Sí, claro! ¿Pensáis que voy a ensuciarme las manos luchando contra esa basura? Anda tú, Ilia Muromets y dales una lección de tu valor.

Ilia Muromets montó su brioso corcel y cargó contra la caballería del Zar como un halcón contra una bandada de palomas y los exterminó sin dejar a uno solo con vida. Enfurecido el Zar, reunió todos los soldados de la ciudad, infantería y caballería, y ordenó a sus capitanes que expulsaran de su vedado a los forasteros sin contemplación alguna.

El ejército del Zar avanzaba al son de trompetas y levantando nubes de polvo. Ilia Muromets y Alesha Popovich se acercaron a Tomás y le dijeron:

- ¿Quieres salir tú contra el enemigo o quieres mandar a uno de nosotros?

Tomás que estaba acostado de un lado, ni siquiera se volvió para decir:

- ¿Os figuráis que yo puedo ir a golpes con esa gentuza, que voy a manchar mis heroicas manos con semejante porquería? ¡Nunca! Ve tú, Alesha Popovich, y enséñales nuestro estilo en la pelea, y yo miraré desde aquí y veré si tienes el valor que aparentas.

Alesha cayó como un huracán sobre las huestes del Zar, blandiendo la maza y gritando con su voz de clarín entre el retronar de su armadura:

- ¡Os mataré y os despedazaré a todos sin piedad!

Empezó a derribar jinetes a mazazos y los capitanes advirtieron enseguida que todos volvían grupas ante aquel guerrero, e impotentes para impedirlo, mandaron tocar retirada y buscaron refugio en la ciudad, para dirigir luego al vencedor el siguiente mensaje: "Dinos, poderoso e invencible campeón, cómo hemos de llamarte y dinos también el nombre de tu padre para que podamos honrarlo. ¿Qué tributo exiges de nosotros para que no nos molestes más y dejes en paz nuestra tierra?"

- ¡No es a mí a quien debéis rendir tributo! ¬contestó Alesha.- No soy más que un subordinado. Hago lo que me manda mi hermano mayor, el famoso campeón Tomás Berennikov. Con él habéis de tratar. Os perdonará si quiere, pero si no, arrasará vuestro reino y os someterá a cautiverio.

El Zar oyó estas palabras y envió a Tomás los más ricos regalos y una embajada de las más distinguidas personalidades de la corte, encargados de decirle: "Te rogamos, famoso campeón Tomás Berennikov, que vengas a visitarnos, que habites en nuestra corte real y nos prestes tu ayuda en la guerra contra el Emperador de la China. ¡Oh, héroe! Si logras derrotar al innumerable ejército chino, te daré a mi propia hija por esposa, y después de mi muerte, serás dueño de todos mis dominios".

Tomás puso una cara muy larga y dijo:

- ¿Pero qué pasa aquí? Bueno, poco me importa. Después de todo me parece que puedo aceptar.

Montó en su rocín, ordenó a los dos jóvenes que lo siguieran y se dirigió como huésped al palacio del Zar.

Aun no había saboreado del todo Tomás los exquisitos manjares de la mesa del Zar, aun no había tenido tiempo para descansar, cuando llegó la amenazadora embajada del Emperador de la China, exigiendo que todo el reino lo reconociera como a su señor feudatario y el Zar le mandase su única hija.

- Decid a vuestro Emperador -replicó el Zar- que ya no le temo, que ahora tengo la protección y ayuda del famoso campeón Tomás Berennikov, capaz de matar a ocho de un golpe y un sinnúmero de los pequeños. Si están cansados de la vida vuestro Emperador y vuestros hermanos chinos, invadid mis dominios y tendréis un recuerdo de Tomás Berennikov.

Dos días después, la ciudad del Zar estaba sitiada por un ejército chino innumerable, y el Emperador de la China le mandó decir:

- Tengo un campeón invencible que no se conoce igual en el mundo; manda contra él a tu Tomás. Si tu héroe gana, me someteré y te pagaré un tributo de todo mi imperio, pero si gana el mío, has de darme tu hija y pagarme un tributo de todo tu reino.

A Tomás Berennikov le había llegado el turno de demostrar su valor y sus dos jóvenes compañeros le dijeron:

- Poderoso campeón y hermano mayor nuestro, ¿cómo podrás luchar con ese chino sin armadura? Toma nuestra mejor armadura y nuestro mejor caballo.

A lo que contestó Tomás Berennikov:

- ¿Por qué decís eso? ¿Queréis que me esconda de ese cabezudo en una armadura? Un brazo me basta para acabar con él de un golpe.

¿No dijisteis vosotros mismos, al verme por vez primera, que no había que mirar al caballo sino al guerrero?

Pero Tomás pensaba para su sayo: "¡En buen avispero me he metido! ¡Bueno, que me mate si quiere el chino; no estoy dispuesto a que nadie se burle de mí en este negocio!" Entonces le trajeron su yegua, montó a manera de campesino y salió al campo a trote ligero.

El Emperador de la China había armado a su campeón como una fortaleza; la armadura que le dio pesaba cuatrocientas ochenta libras, le enseñó el manejo de todas las armas, puso en sus manos una maza de guerra que pesaba ochenta libras, y le dijo antes de despedirlo:

- Atiende lo que he de decirte y no olvides mis palabras. Cuando un campeón ruso no puede vencer por la fuerza, recurre a la astucia; si no estás en astucia más fuerte que él, ten cuidado y haz todo lo que haga el ruso.

Los dos campeones salieron a campo abierto el uno contra el otro, y Tomás vio al chino que avanzaba contra él enorme como una montaña y con la cabeza grande como un tonel, cubierto en su armadura como una tortuga en su concha, de modo que apenas podía moverse. Tomás recurrió enseguida a una estratagema. Se apeó de la yegua y sentándose en una piedra se puso a afilar su guadaña. Al ver esto el chino, saltó de su caballo, lo ató a un árbol y se puso a amolar su hacha contra una piedra también. Cuando Tomás hubo acabado de afilar su guadaña, se acercó al chino y lo dijo:

- Los dos somos poderosos y valientes campeones y hemos salido el uno contra el otro en singular combate; pero antes de asestarnos el primer golpe hemos de manifestarnos un respeto mutuo y saludarnos según la costumbre del país.

Dicho esto se inclinó profundamente ante el chino.

- ¡Ah, ah! -pensó éste.- He aquí una astucia magistral; pero no le valdrá porque me inclinaré aun más profundamente que él.

Y si el ruso se había inclinado hasta la cintura, el chino se inclinó hasta el suelo. Pero antes que pudiera levantarse con lo mucho que le pesaba la armadura, Tomás corrió a su lado y de dos tajos le cortó la cabeza. Inmediatamente saltó sobre el brioso caballo del chino, se agarró como Dios le dio a entender y le sacudió los ijares con su rama de abedul, tratando de coger las riendas, sin acordarse de que el caballo estaba atado a un árbol. Apenas el fogoso animal sintió el peso de un jinete empezó a tirar y a forcejear hasta que arrancó el árbol de cuajo, y emprendió veloz carrera hacia el ejército chino, arrastrando el corpulento árbol como si se tratase de una pluma.

Tomás Berennikov estaba horrorizado y se puso a gritar: "¡Socorro! ¡Socorro!" Pero el ejército chino empezó a temblar como si se les echase encima un alud, y se figuraron que les gritaba: "¡Ya podéis correr! ¡Ya podéis correr!", y pusieron pies en polvorosa sin mirar atrás. Pero el veloz caballo los alcanzó y se abrió paso entre ellos, derribando con el árbol a cuantos encontraba al paso y cambiando a cada momento de dirección, dejando así el campo sembrado de soldados.

Los chinos juraron que no volverían nunca más a luchar con aquel hombre terrible, resolución que fue una suerte para Tomás. Volvió a la ciudad a caballo en su rocín y encontró a toda la corte llena de admiración por su valor, por su fuerza y por su victoria.

- ¿Qué quieres de mí, -le preguntó el Zar,- la mitad de mis riquezas de oro y mi hija por añadidura, o la mitad de mi glorioso reino?

- Bueno, aceptaré la mitad de tu reino si quieres, pero no me enfadaré si me das la mano de tu hija y la mitad de tu tesoro como dote. Pero una cosa te pido: cuando me case invita a la boda a mis dos jóvenes compañeros Ilia Muromets y Alesha Popovich.

Y Tomás se casó con la sin par Zarevna, y celebraron la boda con tales banquetes y festejos, que a los convidados les ardía la cabeza dos semanas después.

Yo también estuve allí y bebí hidromiel y cerveza y me hicieron ricos presentes y el cuento ha terminado.

Alekandr Nikoalevich Afanasiev, folclorista ruso del siglo XIX.
Fuente:
http://jk-cuentos-populares.blogspot.com/2010/05/verlioka-cuento-ruso.html

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naufrago.lacoctelera.net

LA ISLA DEL TABACO





Una pareja de edad avanzada tenía un solo hijo, hermoso y alegre llamado Curisihuari. Un día, mientras la madre tejía una hamaca, el pequeño se colgó de la cuerda suspendida y la estiró. La mujer, enojada, lo empujó y el niño se echó a llorar.

La madre no le hizo caso y continuó su quehacer. El padre también oyó el llanto del niño, pero tampoco le hizo caso. Entonces Curisihuari, ofendido, se alejó del hogar.

Se había puesto el sol, y el niño no volvía. Los padres comenzaron a preocuparse.

-Vayamos a buscarlo –dijo el padre-; es tan pequeño que seguramente se ha perdido.

-La culpa es mía –agregó la medre-; con mi hosquedad lo he alejado de mi lado.

Durante un buen rato los dos esposos buscaron por la selva, y cuando ya era una noche oscura, por fin lo encontraron. Esta jugando tranquilamente con otro niño.

-¡Curisihuari! –exclamó la madre.

Al oír la voz, los padres del otro niño salieron de la cabaña e invitaron a entrar a los dos desconocidos.

La invitación fue aceptada, y los cuatro se pusieron a conversar animadamente.

-Es tarde –dijo finalmente el padre de Curisihuari-; volvamos a nuestra choza con el niño.

Salieron los cuatro y advirtieron que los pequeños habían desaparecido.

-¡Curisihuari! –llamó desesperadamente la madre.

-¡Maturahuari! –gritó la otra madre.

Empezó la búsqueda de los niños.

Pasó la noche, y al salir el sol las dos madres exclamaron al unísono:

-¡Allí están!

Efectivamente, los pequeños estaban jugando tranquilamente con otro niño. No parecían cansados; por el contrario, correteaban alegremente.

A las exclamaciones de las dos mujeres acudieron los padres del tercer niño, y todos iniciaron una agradable conversación. Cuando se volvieron en busca de las tres criaturas, éstos habían desaparecido.

-¡Cahuaihuari! –gritó la tercera madre-. ¿Dónde te has escondido?

Ahora eran seis los que buscaban a los niños. La búsqueda duró mucho tiempo. La segunda madre y la tercera la abandonaron, pero la primera pareja siguió buscando.

-Buscaremos también a vuestros hijos y os los traeremos –dijeron a las otras dos parejas.

Aquella búsqueda duró mucho tiempo. Parecía que los tres niños habían desaparecido para siempre.

Pasaron muchos años. Una mañana los dos progenitores, ya viejos, paseaban a la orilla del mar, cuando vieron que de las ondas salían tres bellos jovencitos que jugaban alegremente. Éstos se dirigieron hacia los dos ancianos con expresiones sonrientes.

La mujer reconoció inmediatamente a su hijo a pesar de los años transcurridos.

-¡Curisihuari! ¡Hijo mío! ¡Por fin te encontramos!

-Sí –contestó el muchacho-, soy Curisihuari. Mis amigos son Maturahuari y Cahuaihuari. Quisiéramos volver a nuestros hogares, pero ahora nosotros vivimos en el mundo de los dioses; no podemos volver a andar entre los hombres.

-¿Nunca más podremos volver a veros?

-Sí, podéis vernos quemando hojas de tabaco. Cada vez que lo hagáis, aparecerán nuestras figuras.

En el mismo instante los tres jóvenes volvieron a sumergirse en las ondas marinas.

Con el alma desolada, los dos ancianos volvieron a su choza.

-¡Hojas de tabaco!... –repetía el hombre-. ¿Qué será eso? ¿Dónde podré encontrar esa planta?

-Probemos quemando hojas de todos los vegetales. Alguna será la indicada –respondió la vieja.

El anciano siguió el consejo de su mujer. Recogió hojas de papaya, de algodón y de otros muchos vegetales, y las quemó. El humo de aquellas hojas no trajo a los jovencitos.

Los vecinos sentían compasión por aquellos dos ancianos, dedicados a hacer humareda con cuantas hojas encontraban.

Finalmente, el viejo fue a buscar a un hombre que tenía fama de conocer el nombre de todas las plantas existentes.

-Mi hijo me habló de hojas de tabaco –dijo cuando llegó a la choza del hombre sabio-. ¿Podrías indicarme cuál es esa planta?

-Sí –respondió el hombre-; Curisihuari tiene razón. La planta del tabaco existe, pero crece solamente en la isla de las Mujeres. A nadie permiten desembarcar en sus costas.

-¿Qué puedo hacer?

-Podrías mandar allá algún pájaro, y tal vez éste lograra traer en su pico alguna ramita de tabaco con semillas...

El hombre agradeció el consejo del viejo, pero siguió con la desolación en el alma. No era sencillo adiestrar un ave que fuera a la isla de las Mujeres y trajera una rama de una planta desconocida. Sin embargo, a poco andar se encontró con una garza que entendió el pedido y partió enseguida hacia la isla.

Pasaron algunos días y como la garza no volvía el hombre se convenció de que toda espera sería vana.

Todos se enteraron del motivo que llevaba al pobre viejo a quemar hojas. Un día un joven se presentó con una grulla y dijo al atribulado anciano:

-Es posible que la garza no sea suficientemente robusta como para llegar hasta la isla de las Mujeres. Mi grulla, en cambio, puede volar siete días seguidos sin cansarse.

El hombre agradeció, conmovido, y ayudó a la grulla a posarse sobre un escarpado escollo, junto al mar. Luego volvió a su choza lleno de esperanza. Ahora tenía una posibilidad.

Esa misma tarde un colibrí se acercó a la grulla y le preguntó qué hacía allí, sobre aquel escollo.

-Estoy descansando antes de emprender un largo vuelo. Mañana iré a la isla de las Mujeres y, si puedo, traeré una rama con semillas de tabaco.

-¡Ah, qué imprudencia! ¿No sabes que las guardianas de esa isla matan a flechazos a toda ave que se atreve a acercarse?

-Lo sé; pero he prometido aventurarme y mantendré mi promesa.

-Entonces yo iré contigo. Tal vez pueda serte útil.

No había salido el sol aún cuando el colibrí inició el vuelo. La grulla todavía dormía. Cuando se despertó emprendió el vuelo. En la mitad del viaje alcanzó al colibrí, pero vio que éste luchaba con las olas del mar. El pobre pajarito, cansado, no podía sostenerse en el aire. La grulla descendió y lo colocó suavemente sobre un ala.

Cuando llegaron a destino el colibrí dijo:

-Tú debes continuar el vuelo en torno a la isla, sin descender demasiado, pero llamando la atención de las guardianas. Mientras tanto, yo entraré en la plantación de tabaco y me procuraré una rama con semillas.

Cuando las guardianas de la isla vieron a la grulla prepararon sus arcos. La siguieron atentamente con la vista esperando que bajase para herirla. Entretanto, el colibrí arrancó una rama de tabaco con semillas.

Cuando el pajarito se posó de nuevo sobre una de las alas de la grulla inició el vuelo de retorno.

Es de imaginarse la felicidad del anciano padre cuando por fin tuvo en sus manos la semilla de tabaco. La echó en los surcos y atendió delicadamente el pequeño cultivo.

Cuando las plantas echaron hojas, éstas fueron arrancadas y secadas al sol. Luego el hombre las quemó y, en medio del humo, lleno de emoción, llamó a su hijo.

Curisihuari, Maturahuari y Cahuaihuari enseñaron a los hombres muchas cosas respecto al tabaco y fueron los protectores de las plantaciones.

“Ésta es la verdadera historia del tabaco”, dicen los indígenas de la ex Guayana venezolana, y todos los niños escuchan atentamente esta narración, que pasa de boca en boca y de generación en generación.

Fuente
http://www.bibliotecasvirtuales.com/

Imagen
tuxalapa.blogspot.com

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2011/03/mil-grullas-por-japon.html

EL RAJA RASALU




Érase una vez un gran Rajá llamado Salabam, casado con una princesa llamada Lona, que a pesar de las muchas lágrimas derramadas, jamás había podido tener un hijo. Al fin, una noche un ángel le dijo que sus deseos se verían cumplidos.

Cuando nació el hijo, la reina suplicó a tres yoguis que fueron a pedir limosna a las puertas del palacio, que le dijeran cuál sería la suerte de su hijo, a quien aún no había visto.

- Tu hijo, hermosa reina, será un gran hombre ¬dijo el más joven de los tres.- Pero es necesario que durante doce años ni tú ni el Rajá le miréis el rostro, pues entonces moriríais sin remedio. También es importante que no vea la luz del sol, y como ahora es de noche, haz que antes de que amanezca lo bajen a una cueva oscura, de donde no deberá salir en doce años. Transcurrido este tiempo ordena que lo bañen en el río y que le pongan los más hermosos vestidos y que lo lleven a tu presencia. Su nombre será el de Rajá Rasalu, y se le conocerá en todo el mundo.

Después de oír esto, los soberanos ordenaron que su hijo fuera conducido a la más oscura cueva del palacio, donde le dejaron con un potro recién nacido, una espada, las espuelas y una coraza. También le dejaron al cuidado de numerosas esclavas y profesores, para que le enseñaran cuanto un príncipe debe saber. Hecho esto, los padres se dispusieron a aguardar pacientemente el curso de los doce años.

El joven creció jugando con su potro y charlando con un hermoso loro, mientras las esclavas y los profesores le enseñaban cuanto debía conocer.

Pasaron once años, y el príncipe empezó a cansarse de su encierro.

Quería conocer lo que había en el mundo, y así un día, aprovechando un descuido de sus vigilantes, ensilló el potro, cogió el loro y a toda velocidad salió del palacio.

Al llegar al río se bañó en él. Montó de nuevo en su potro y se dispuso a correr las más fantásticas aventuras.

A los pocos momentos el príncipe se cruzó con un grupo de mujeres que volvían de la fuente, llevando sobre la cabeza unos cántaros llenos de agua.

Divertido por el espectáculo, el joven cogió unas piedras y se las tiró a las mujeres, rompiendo los cántaros y mojando a las que los llevaban.

Las mujeres fueron a quejarse al Rajá, diciéndole:

- Un joven príncipe que cabalgaba en un potro muy hermoso y que iba cubierto con una brillante armadura, se ha cruzado con nosotros y ha roto nuestros cántaros.

Al oír la descripción que hacían del príncipe, el Rajá comprendió enseguida que se trataba de su hijo, que había abandonado su encierro antes de cumplir el plazo fijado por el yogui. Como temía que de mirarle el rostro, muriese, dijo a las mujeres que tomaran con calma lo ocurrido, y para acabar de tranquilizarlas, les regaló unos hermosos cántaros de cobre.

Ocurrió, sin embargo, que el príncipe no se había alejado del lugar, y al ver a las mujeres con sus cántaros de cobre, cogió el arco que pendía junto al arzón y disparó una serie de flechas que agujerearon los recipientes, mojando de nuevo a las mujeres.

Tampoco esta vez envió el Rajá sus soldados para que prendiesen al príncipe Rasalu, pero éste, convencido de que era el más valiente del mundo, se dirigió a palacio y penetró hasta la sala del trono, donde su padre, al enterarse de que llegaba, ocultó la cara entre las manos, y no quiso mirarle, por temor a perder la vida.

- He venido a saludarte, Rajá, no a hacerte daño -dijo el príncipe, riendo despectivo al ver el miedo del monarca.- ¿Qué te he hecho para que no quieras mirarme?

Después de esto, el príncipe abandonó la sala. Iba lleno de ira y amargura, y sólo al pasar bajo las ventanas de las habitaciones de su madre, y oírla llorar se calmó un poco. Padre y madre era algo que él jamás había conocido.

- ¿Por qué lloras, hermosa reina? -preguntó.

- Lloro por el hijo que no puedo ver -contestó la soberana.- Tú, que eres hermoso y valiente, ve por el mundo, que se rendirá sumiso a tus pies.

Al oír estas palabras, el Rajá Rasalu se sintió muy animado y decidió ir en busca de fortuna y honores.

Montó en su caballo Baunr y cogiendo su loro partió al galope, dejando tras él una densa nube de polvo, que fue lo único que de él vio la reina Lona.

Rasalu cabalgó horas y horas, hasta que llegó la noche, que le sorprendió en pleno descampado. Con la noche llegó una terrible tempestad de lluvia, y el Rajá se vio obligado a buscar refugio en una tumba, donde reposaba un cadáver decapitado.

El lugar no era muy bueno, mas a falta de otro mejor, Rasalu se conformó con él y al ver al cadáver, lo saludó con estas palabras:

- Descansa en paz, hermano.

- La paz sea contigo -replicó el cadáver, levantándose y yendo a sentarse junto al príncipe.

- ¿Cuáles son tus penas? -preguntó Rasalu.

- Sólo tengo una, pero es muy grande. Aquí donde me ves soy el hermano del Rajá Sarcap, quien un día me mandó decapitar.

- ¿Es posible que te hiciese decapitar tu propio hermano? ¿Qué clase de hombre es?

- Es muy malo y sólo tiene una pasión que es la de hacer decapitar cada día a dos o tres personas con quienes antes ha jugado a los dados. Un día, no encontró nadie que se prestara a jugar y me invitó a mí. Fui tan loco que acepté, confiando que al ser su hermano no se atrevería a hacer conmigo lo que había hecho con otros, pero me equivoqué, y éste es el motivo de que me encuentres aquí.

- A mí también me gusta jugar a los dados -dijo Rasalu.- En cuanto amanezca iré a ver a tu hermano y le propondré jugar una partida.

- No hagas tal, pues lo primero que te dirá es que apuestes tu cabeza.

- ¿Y qué? Si le gano me tendrá que dar la suya.

- Desde luego, pero es que no le ganarás. Nadie puede ganarle, pues posee unos dados mágicos y un ratón encantado, que le permiten ganar siempre.

- Es igual, lo intentaré.

- Entonces, antes de marcharte coge unos huesos míos y hazte con ellos unos dados. Sólo así podrás vencer.

Rajá Rasalu hizo lo que le indicaba el cadáver y ayudado por éste pronto tuvo dos dados magníficos, que guardó en un bolsillo.

Después se despidió de su compañero, y como había ya amanecido partió hacia el reino de Sarcap.

Tres días tardó en llegar, y al atravesar la puerta abierta en la muralla de la población, lo primero que vio fue un enorme cartel que decía así:

"EL RAJÁ SARCAP RETA A TODO AQUEL QUE ENTRE EN ESTA CIUDAD A JUGAR TRES PARTIDAS DE DADOS, EN LAS CUALES APOSTARÁ: SU REINO; SUS RIQUEZAS Y POR ÚLTIMO SU CABEZA."

Después de leer esto, Rasalu preguntó por el palacio del Rajá y al llegar a él vio con profunda indignación que dos criados se disponían matar los gatitos que acababa de tener una hermosa gata blanca.

- ¡Soltad esos animales! -gritó, echando mano a su espada.

Los criados obedecieron aterrorizados y el Rajá devolvió los gatitos a su madre. Esta, llorando de agradecimiento, le dijo:

- Jamás podré pagarte lo que has hecho por mí, sin embargo, coge uno de mis hijos y llévalo contigo. Quizá pueda serte útil.

Rasalu dio las gracias y se metió el gatito en el bolsillo, junto con los dados mágicos.

Al decir a los criados del Rajá Sarcap que llegaba dispuesto a jugar con él a los dados, todos le miraron entristecidos, pues sabían que sería vencido y su cabeza iría a aumentar la colección que tenía formada el Rajá. Algunos intentaron disuadirle, pero él no les hizo caso e insistió en jugar con Sarcap.

El monarca era un hombre muy viejo, y al enterarse de que acababa de llegar un Rajá que estaba dispuesto a luchar con él, su mirada se animó e inmediatamente dispuso se celebrase una gran fiesta en honor de su visitante.

Cuando Rasalu llegó ante el Rajá Sarcap, éste se hallaba rodeado de hermosas danzarinas, cuyos encantos estaban dispuestos para que él no prestase atención al juego y perdiera con más facilidad su dinero y su cabeza.

- ¿Qué apuestas tú contra mi reino, mis riquezas y mi cabeza? -preguntó Sarcap a Rasalu.

- Contra tu reino apostaré mí armadura; contra tus riquezas, mi caballo; y contra tu cabeza, la mía. ¿Estás conforme?

- Conforme -contestó Sarcap, al mismo tiempo que hacía una señal para que empezase la música y el baile.

Era tan bello el baile, y tan hermosas las bailarinas, que Rasalu se olvidó de sacar sus dados y jugó la primera partida con los dados de Sarcap. Este además se hacia acompañar del ratón encantado, con cuya ayuda, era completamente invencible.

El joven perdió su armadura, y al poco rato perdió también su caballo.

Cuando se disponía a tirar por tercera vez los dados, notó que el gatito se movía en el bolsillo y esto le recordó los dados que le diera el hermano de Sarcap, Sacó, pues al gatito, que dejó en el suelo y cogiendo sus dados, dijo:

- Hasta ahora hemos jugado con tus dados, Rajá Sarcap; en adelante jugaremos con los míos.

Sarcap no se atrevió a protestar, y como aún contaba con la ayuda del ratoncito encantado, aceptó. No contaba, sin embargo, con el gatito, quien al ver al ratón se lanzó sobre él y le hizo huir por una ventana.

Rasalu tiró los dados y venció a su contrincante, recuperando su caballo, que se puso muy contento al verse de nuevo con su amo.

Recuperó después sus armas y por fin, ganó la cabeza de Sarcap, y antes de que éste pudiera evitarlo, se puso en pie y de un seguro sablazo, le decapitó, entrando enseguida en posesión de su reino y riquezas. Y como el Rajá Sarcap tenía una hija muy hermosa, el joven la tomó por esposa, aunque retrasando el matrimonio hasta doce años más tarde.

Y como los estados del muerto eran enormes, ya que había ganado muchos jugando a los dados, el Rajá Rasalu fue el más poderoso monarca de la India, y su reino, el más brillante de todos, destacándose por su justicia y bondad.

"Cuento de la India"

Fuente:
Cuentos Populares
http://jk-cuentos-populares.blogspot.com/

Imagen
sacred-texts.com

Georgie Fame - Rhythm and Blue Beat

Un grandioso Blue Beat con un prodigioso del hammond Ep de 1964

1.- Humpty Dumpty

2.- Madness

3.- One Whole Year Baby

4.- Tom Hark Goes Blue Beat

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Observa tus pensamientos




Observa tus pensamientos,

se convertirán en tus palabras.


Observa tus palabras,

se convertirán en tus acciones.


Observa tus acciones,

se convertirán en tus hábitos.


Observa tus hábitos,

se convertirán en tu carácter.


Observa tu carácter,

se convertirá en tu destino.


Mohandas Karamchand Gandhi

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