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GRANADILLA

Granadilla, Cáceres, España


Esta leyenda transcurre en la Edad Media en un pueblo cacereño llamado Granadilla.

En este pueblo vivía la duquesa de Alba, Margarita. Se dice que uno de sus vasallos, Albar, se enamoró cuando era niño de Margarita.

Creció enamorado de ella y sufriendo en silencio.

Cuando llegó a adulto, partió a luchar contra los moros y se hizo respetar en las filas del ejército. Entonces Margarita pidió ayuda a Albar, pues Granadilla estaba sitiada por los moros. Albar salió del pueblo por una puerta secreta a observar el panorama y le comunicó a la duquesa que no había posibilidad alguna de vencer, pues los moros superaban a sus tropas varias veces. Tras esto le confesó su amor, pero no era correspondido por ella. Él quiso salvarla de la invasión sacándola de Granadilla pero ella se negaba, por lo que Albar decidió salvarla por la fuerza.

Mientras intentaba escapar con ella a cuestas por la salida secreta, Margarita le arrebató una daga y se la clavó a Albar en la espalda.

Albar, desangrándose, montó en su caballo que tenía en la salida y fue recogido varios días después por un monje que ya nada pudo hacer por él.

Albar lo único que podía decir es que estaba arrepentido.

Ahora dicen que este caballero sigue vagando por las calles de Granadilla montado en su caballo y atormentando a sus habitantes sin dejar de repetir algo que aún se puede oír en las noches de Granadilla: ¡¡¡Perdón!!!

Nota:

Actualmente, Granadilla es un pueblo abandonado y sólo permanece habitado por un guarda y por monitores y jóvenes que actuarán como habitantes medievales durante unos días, ya que es un campamento de trabajo en los veranos.

Imagen
valdesangil.com

EL CUENTO DE LA PERLA





En la antigüedad, había al este una gruta donde vivía un Dragón de Jade color plata, y al oeste un espeso bosque donde se ocultaba un Fénix de Oro multicolor.

Todas las mañanas, estos dos vecinos se topaban a la salida de su casa. Un día, uno de ellos nadando en el agua, el otro volando en el cielo, llegaron sin darse cuenta a una isla mágica. Casualmente, descubrieron una piedra deslumbrante.

El fénix de oro, muy sorprendido, lanzó un grito de admiración.

-¡Qué bonita!

El Dragón de Jade, embelesado, propuso a su amigo: “¿Quieres que la cultivemos en forma de perla?

Este estuvo de acuerdo y se pusieron a trabajar. El dragón usó sus patas y el fénix su pico. Día tras día, año tras año, trabajaron, y fue así que poco a poco se formó una brillante perla.

El fénix extrajo rocío de las montañas mágicas que derramó sobre la perla; el dragón fue a buscar agua clara en la Vía Láctea y la esparció sobre el tesoro; poco a poco comenzó a resplandecer.

Desde entonces, el Dragón de Jade y el Fénix se hicieron buenos amigos, los unía la misma pasión por la perla. Al no desear volver a casa, decidieron establecerse en la isla para custodiar su tesoro día y noche.

Era realmente una perla preciosa. Todos los lugares tocados por la luz que emitía reverdecían, las flores florecían, el paisaje se volvía luminoso y colorido, y la cosecha era abundante.

Un día, la Reina Madre del Oeste, se paseaba fuera de su palacio cuando vio esta perla por casualidad, y se quedó fascinada. Al amparo de la noche, hizo que robaran el tesoro, mientras el dragón y el fénix dormían, luego escondió la perla en el fondo de un fabuloso palacio, protegida por nueve puertas y nueve cerraduras.

A la mañana siguiente, cuando despertaron los dos animales, ya no encontraron su tesoro, estaban preocupados. El Dragón de Jade recorrió todas las cuevas de la Vía Láctea, y el Fénix Dorado hurgó todos los rincones del monte fantástico, pero sin encontrarla.

¡Estaban muy tristes! Ahora, pasaban sus días y noches buscando su tesoro perdido.

Ese día para celebrar el cumpleaños de la Reina Madre del Oeste, todos los inmortales del cielo se reunieron en su Palacio Fantástico donde iba a ofrecer el “banquete de los melocotones de la inmortalidad”. Objeto de muchos deseos de longevidad y de felicidad eterna, la Reina Madre se sentía plena de felicidad.

De repente se le ocurrió la idea de exhibir su tesoro a los inmortales:
-Mis queridos invitados, dijo, les voy a mostrar una perla preciosa, ¡un objeto único en el mundo!

Diciendo esto, sacó de su cinturón las nueve llaves, hizo abrir las nueve puertas del palacio, y sacó la perla en una bandeja de oro, toda deslumbrante. Los inmortales presentes se extendieron en elogios.

Mientras los invitados estaban en la fiesta, el Dragón de Jade y su amigo el Fénix Dorado seguían buscando su perla.

Atraído por sus destellos, el Fénix llamó al Dragón:

-Mira, ¿no percibes las luces de nuestro tesoro?

Con la cabeza saliendo del río celestial, el Dragón de Jade respondió:

-Sí, ¡hay que ir a buscarlo!

Siguiendo la luz emitida por la perla, llegaron hasta el palacio de la Reina Madre del Oeste, en el momento en que los inmortales se inclinaban para ver la maravilla.

El Dragón de Jade se precipitó hasta adelante, gritando:

-¡Esta perla nos pertenece! El fénix Dorado le hizo eco.

Escuchando esto, la Reina Madre se enojó:

-¡Cállense, soy la madre del Emperador Celestial de Jade, todos los tesoros del cielo me pertenecen!

Muy indignados, el Dragón y el Fénix gritaban juntos:

-Esta perla no es un producto natural del cielo ni de la tierra, es el fruto de nuestro trabajo por muchos años.

La Reina Madre, presa de la rabia y la vergüenza, protegió con la mano la bandeja de oro y ordenó a los generales celestiales sacarlos inmediatamente del Palacio.

Entonces, el Dragón y el Fénix se precipitaron hacia la perla, aunque tres pares de manos sujetaban la bandeja y ninguna quería ceder.

Entonces, el plato que disputaban perdió el equilibrio y la perla rodó hasta el borde del cielo, luego cayó a la tierra.

El Dragón de Jade voló en el aire y siguió a la perla para que no se rompiera. Los dos amigos, uno volando, otro danzando en el aire, protegieron tanto a la derecha como a la izquierda su tesoro hasta que cayó suavemente a la tierra.

Cuando llegó a la tierra, la perla se transformó de pronto en un lago cristalino, llamado el Lago del Oeste.

Muy enamorado de la perla para abandonarla, el Dragón de Jade se convirtió en una majestuosa montaña y el Fénix Dorado, en una verde colina, que la dominan para protegerla.

Desde entonces, el Monte del Dragón siempre se ha mantenido con su amigo la Colina Verde del Fénix en los bordes del Lago del Oeste.

Es por eso que los lugareños corean aún: El Lago del Oeste es una perla que cayó del cielo acompañado por el Dragón y el Fénix hasta el río Qiantang.

Fuente de la historia:
Les contes pour enfant du monde.
http://deorienteaoccidente.wordpress.com/2011/01/17/el-cuento-de-la-perla/

Cultura de China www.contes.biz,
La Grande Époque

Imagen
spanish.china.org.cn

EL HIJO DE LAS SIETE REINAS

Pintura india siglos XVIII- XIX



Había una vez un rey que tenía siete reinas, pero no tenía ningún hijo. Esto Le causaba mucho dolor, sobre todo cuando recordaba que a su muerte no habría un heredero para su reino.

Un día ocurrió que un anciano y pobre fakir llegó al reino, y cuando llegó dijo:

"Tus plegarias han sido escuchadas y tus deseos serán cumplidos, ya que una de tus siete reinas tendrá un hijo.

"El gozo y la alegría que le proporcionó esta promesa no tenían límites, y dio órdenes para que se realizara una fiesta apropiada que comprendiera todo lo ancho y largo de su reino.

Mientras tanto las siete reinas vivían muy lujosamente en un espléndido palacio, atendidas por cientos de criadas, y recibiendo todos los placeres más suculentos.

El rey era muy aficionado a la caza, y un día, antes de partir, las siete reinas le mandaron un mensaje que decía, "Rogamos a nuestro querido rey que hoy no vaya a cazar por la zona norte, ya que hemos tenido malos sueños, y tememos que algo pueda ocurrirle."

El rey, para acallar y aliviar la preocupación de las reinas, prometió considerar sus deseos, y se dirigió hacia el sur.

No tuvo suerte en el sur, a pesar de que era un buen cazador. La cacería no tenía éxito y no estaba dispuesto a volver a casa con las manos vacías, olvidando así su promesa.

El rey se dirigió hacia el Norte. En el norte tampoco tuvo suerte al principio, pero justo en el momento que decidió parar para descansar y pasar la noche, una cierva blanca con cuernos dorados y brillantes pezuñas plateadas pasó cerca de unos matorrales.

La cierva pasó tan rápido que apenas pudo verla; sin embargo le entraron unos deseos muy grandes de capturarla y poseer esa bella y extraña criatura.

Rápidamente ordenó a todos sus ayudantes a hacer un círculo y rodear los matorrales. Así podrían encerrar a la cierva.

Así pues, poco a poco hicieron el círculo más pequeño hasta intentar llegar un momento que pudieran ver a la cierva en el centro.

Y avanzaron y avanzaron, y justo cuando él pensaba que iba a atrapar a esta bella criatura, la cierva dio un potente y limpio salto sobre la cabeza del rey, y escapó hacia las montañas.

No pensando en otra cosa, el rey colocó las espuelas a su caballo, y le persiguió a toda velocidad.

Y cabalgó dejando cada vez más lejos a todo su séquito, y no perdiendo de vista a la cierva sin frenar en ningún momento a su caballo. Hasta que se encontró en un estrecho barranco sin salida, y fue cuando tiró de las riendas de su caballo.

Antes de desmontar vio un miserable cuchitril, al cual entró y pidió agua, ya que estaba muy cansado después de su larga y poca exitosa persecución.

Una vieja mujer, que estaba sentada en la choza junto a una rueda de hilar, respondió a esta solicitud llamando a su hija.

Inmediatamente salió del interior de la choza una hermosa, bella y encantadora doncella, con piel clara y cabellos dorados.

El rey se quedó paralizado viendo tanta belleza en ese cuchitril.

Ella sujetó la vasija de agua colocándola en los labios del rey, y éste bebió mientras miraba a los ojos de la muchacha.

Cuando la miraba se dio cuenta que la muchacha era en realidad la cierva blanca con los cuernos dorados y las pezuñas plateadas, aquella que había estado persiguiendo desde tan lejos.

Su belleza le hechizó, se arrodilló ante ella, suplicándole que fuera con él y que fuera su esposa; pero ella sólo reía, diciendo que siete reinas son más que suficientes para ser manejadas incluso por un rey.

De cualquier modo, el rey no estaba dispuesto a aceptar una negativa, y le siguió implorando hasta que le diera pena, y prometiéndole cualquier cosa que quisiera.

Entonces ella le respondió:

"Dame los ojos de tus siete reinas, y así quizá pueda creer todo lo que estás dispuesto a hacer por mí".

El rey volvió siempre con la imagen en su cabeza de la belleza mágica de esa cierva blanca. Y nada más llegar, les sacó los ojos a las siete reinas, y después de meter a las reinas ciegas en una asquerosa mazmorra donde no podían escapar, se dirigió una vez más hacia la casucha del barranco portando con él su horrible ofrenda.

Cuando la cierva blanca, o la hermosa muchacha, vio los catorce ojos se rió cruelmente, y los utilizó para hacer un collar, que puso en el cuello de su madre diciendo, "viste este collar, querida madre, como un recuerdo de mi mientras estoy en el palacio del rey."

Entonces ella volvió con el hechizado monarca, como su novia, y él le dio todas las caras ropas y joyas de las siete reinas para que se vistiera con ellas.

Le dio también el palacio de las siete reinas para que viviera en él, así como todos los esclavos que tenían las siete reinas para que ahora le cuidaran a ella.

Así pues, la bella muchacha tenía más de lo que incluso una bruja pudiera desear.

Después, al poco tiempo de que las siete desdichadas y desventuradas reinas le fuesen arrebatados sus ojos, y fueran introducidas en las mazmorras, un bebé había nacido de la reina más joven.

Era un niño precioso, y las otras reinas estaban celosas teniendo mucha envidia de la joven reina por ser tan afortunada.

Pero aunque al principio no querían al precioso niño, él pronto probó que podía ser muy útil.

Tan pronto como pudo andar comenzó a raspar en las paredes llenas de barro de la mazmorra, y en un tiempo increíblemente corto había hecho un agujero suficiente para que pudiera pasar él gateando.

Así pues, a través del agujero desapareció, y volvió en una hora cargado de dulces que repartió entre las siete reinas ciegas.

Cuanto más crecía más agrandaba el agujero, y salía dos o tres veces cada día para jugar con los niños nobles de la ciudad.

Nadie sabía quien era este pequeño niño, pero todo el mundo le quería, y siempre estaba riéndose y haciendo payasadas y numeritos, tan alegres y brillantes, que siempre estaba seguro que conseguiría comida, algún trozo de tarta, algún puñado de cereal seco o algún dulce.

Todo lo que conseguía lo llevaba donde sus siete madres, a las cuales él llamaba cariñosamente las siete reinas ciegas y a las que ayudaba a vivir en aquella mazmorra cuando todo el mundo pensaba que habían muerto de hambre algunos años atrás.

Más adelante, cuando él fue ya un muchacho mayor, cogió su arco y su flecha, y salió a jugar un rato.

En el camino pasó por casualidad por delante del palacio donde vivía la cierva blanca con mucha opulencia y riqueza.

Vio algunas palomas revoloteando alrededor de una torre blanca de mármol, y disparó la flecha y mató a una. Cuando la paloma fue alcanzada pasó por delante de la ventana donde estaba sentada la reina blanca; ella se levantó para ver que pasaba y miró hacia fuera.

Al primer vistazo, en cuanto vio al guapo joven muchacho saludando con la mano, supo, gracias a la brujería, que era el hijo del rey. Ella casi murió de envidia y rencor al darse cuanta de esto. Y decidió destruir y deshacerse del muchacho sin demora. Por tanto mando a un sirviente para que le trajera en su presencia, y ella le preguntó si podría venderle la paloma que había disparado.

"No" respondió el fuerte muchacho, "la paloma es para mis siete madres ciegas, que viven en las malolientes mazmorras y que podrían morir si no les llevo alimento."

"Pobres mujeres" lloró la astuta blanca bruja; "¿No te gustaría llevarles sus ojos otra vez? Dame la paloma, querido, y yo te prometo de verdad enseñarte donde podrías conseguirlos."

Al escuchar esto, el muchacho se llenó de alegría, e inmediatamente le dio la paloma. Con lo cual, la blanca reina le dijo que buscara a su madre que vivía en una casucha sin tardanza, y le pidiera los ojos que ella usaba como collar.

"Ella no querrá dártelo sin más" le dijo la cruel reina, "si no le enseñas este mensaje donde he escrito lo que quiero que haga."
Y diciendo esto, ella le dio al muchacho un trozo de una vasija rota, donde estaba escrito lo siguiente "¡Mata al portador de esta vasija inmediatamente, y rocía su sangre como si fuera agua!"

Como el hijo de las siete reinas no sabía leer, cogió muy alegre el fatal mensaje, y partió en busca de la madre de la reina blanca.

Mientras se encontraba en camino pasó a través de una población, donde todos sus habitantes parecían muy tristes, y no pudo evitar preguntarles la razón de su tristeza. Ellos le dijeron que era porque la única hija del rey se negaba a casarse; y si no lo hacía no habría ningún heredero al trono.

Ellos estaban realmente asustados y pensaban que seguro que estaba loca o fuera de si.

Les han presentado a todos los muchachos jóvenes y guapos del reino, y ella dice que solo se puede casar con el hijo de las siete madres, y debe estar loca, porque ¿Quién puede decir una cosa así?

Eso es imposible.

El rey, en su desesperación, ha ordenado que todos los hombres que entren en la ciudad, y sobre todo a aquellos que anden buscando los ojos de sus madres, tiene que arrastrarse hasta la presencia de él y de su hija.

Tan pronto como la princesa le vio, se ruborizó, y se dirigió hacia su padre y le dijo:

"¡Querido padre, elijo a éste!"

Nunca nada le había producido tanto júbilo y alegría como esto.

Los habitantes de la población estaban locos de alegría, pero el hijo de las siete reinas dijo que no podría casarse con la princesa hasta que no recuperara los ojos de sus madres.

Cuando la hermosa novia oyó la historia que le contó, le pidió le enseñara la vasija rota con el mensaje.

Esta princesa era muy inteligente. Al ver las palabras traicioneras no dijo nada, pero cogió otro pedazo de vasija rota que ella tenía y escribió lo siguiente: "Cuida bien a este muchacho, y dale todo aquello que te pida", y se lo devolvió al hijo de las siete reinas, quien no se dio cuenta del cambio.

Después de reanudar el camino, llegó al cobertizo en el barranco donde vivía la madre de la bruja blanca, era una criatura horrorosa, que se quejó terriblemente cuando el muchacho le dijo que leyera el mensaje, y especialmente se quejó cuando el muchacho le pidió el collar con los ojos.

Sin embargo, ella se quitó el collar y se lo dio diciendo, "Sólo hay trece de ellos, ya que uno lo perdí las semana pasada.”

El muchacho estaba muy contento por haber conseguido esos, y dándose prisa, tanto como pudo, llegó hasta donde estaban las siete madres, y le dio dos ojos a cada una de las reinas mayores; pero, a la más joven le dio sólo uno, y le dijo, "¡Querida madrecita! Yo seré siempre en ojo que te falta.”

Después de esto se dispuso para casarse con la princesa tal y como había prometido, pero pasando cerca del palacio de la reina blanca, él vio otra vez algunas palomas en el tejado. Entonces le disparó a una, y cayó tambaleándose pasando por la misma ventana que la última vez. La reina blanca se asomó por esa ventana, y vio que era otra vez el hijo del rey vivo y sano.

Ella se puso a llorar con rabia y disgusto, pero hizo llamar al muchacho, y le preguntó que como había regresado tan pronto, y cuando escuchó que había regresado con trece ojos y que se los había dado a las siete reinas ciegas, a punto estuvo de entrar en cólera.

No obstante ella le hizo creer que estaba muy contenta con el éxito del muchacho, y le dijo que si esta vez le daba también la paloma ella le recompensaría con la maravillosa vaca del Jogi, que da leche durante todo el día, y se encuentra cerca de un estanque de leche tan grande como muchos reinos.

El muchacho, sin poner resistencia, le dio la paloma; con lo cual, al igual que ocurrió anteriormente, ella le ofreció ir donde su madre y pedirle a ella la vaca, y le dio un mensaje donde ponía, "Mata a este muchacho, sin fallos, y ¡esparce su sangre como si fuera agua!"

Pero en el camino de ir hacia donde la madre de la malvada, el muchacho se juntó con la princesa, y le explicó porqué se había retrasado, y ella, después de leer el mensaje se lo cambió por otro.

Así pues, cuando el muchacho llegó donde la casa de la vieja bruja le preguntó por la vaca del Jogi, y ella no se pudo negar, y le explicó al joven como encontrarla; y le sugirió no tener miedo de nada, tampoco de los dieciocho mil demonios que guardan el tesoro. Le dijo que se alejara de ellos cuando sintiera que se estaban poniendo demasiado enfadados.

Entonces el muchacho hizo con valor todo aquello que le habían dicho.

Y después de una jornada caminando llegó hasta el estanque de blanca leche guardada por los dieciocho mil demonios.

Era completamente aterrador contemplar ese lugar, pero lleno de coraje, se puso a andar mientras silbaba una bonita melodía y miraba de reojo hacia un lado y hacia el otro.

Hasta que poco a poco llegó hasta donde estaba la vaca del Jogi.

Era alta, blanca, y muy bella.

El Jogi, que era el rey de todos los demonios, le ordeñaba día y noche, y la leche salía de las ubres llenando un depósito de blanca leche.

El Jogi, mirando al muchacho le gritó muy enfadado:

"¿Qué es lo que quieres aquí?"

Entonces el muchacho le contestó, según le había dicho la vieja bruja, "Quiero tu piel, para que el rey Indra pueda hacerse un tambor, ya que dice que tu piel es muy buena y resistente."

Al escuchar esto el Jogi empezó a temblar y a sacudirse (ningún Jogi o Jinn se atrevería a desobedecer las ordenes del rey Indra), y cayó a los pies del muchacho, y se puso a llorar diciendo, "Si me dejas y dices que no me has encontrado te daré cualquier cosa que posea, ¡incluso mi hermosa vaca blanca!"

Después de esto el hijo de las siete reinas, y después de fingir indecisión, estuvo de acuerdo diciendo que después de todo no sería difícil encontrar una bonita piel resistente como la del Jogi en cualquier otro lugar; así pues, se dirigió hacia casa con su maravillosa vaca detrás suyo.

Las siete reinas estaban encantadas con poseer tan maravilloso animal, y trabajarían desde la mañana hasta la noche haciendo requesón, cuajada y suero, además de vender leche a las pastelerías.

Aunque sólo utilizaran la mitad de la leche que la vaca les de, eso les haría ser muy ricas, y cada día su riqueza aumentaría.

Viendo que las siete reinas se encontraban muy bien, y que podrían arreglárselas solas, el hijo salió al fin para casarse con la princesa; pero cuando pasó por el palacio de la cierva blanca, no pudo resistirse a tirarle una piedra a las palomas que estaban arrullando en el tejado.

Una de ellas cayó muerta justo debajo de la ventana donde estaba sentada la reina. La reina se asomó y miró hacia fuera, y vio al sano y campechano muchacho de pie delante de ella. Se puso tan furiosa como nunca, llena de cólera y rencor.

Mandó a un súbdito para que le llevara a su presencia para preguntarle como había vuelto tan pronto, y cuando ella escuchó como su madre le había tratado tan amablemente casi le da un ataque; de cualquier modo, ella disimuló sus sentimientos tanto como pudo, y sonriendo dulcemente, dijo que estaba muy contenta por haber podido cumplir su promesa, y que si le daba esa tercera paloma que había cazado, ella podría hacer por él mucho más de lo que había hecho antes, le daría un millón de semillas de arroz, que madurarían en una noche.

Por supuesto, el muchacho estaba maravillado con esa idea. Le dio la paloma, y se puso en camino en busca de esas semillas, e igual que anteriormente con un pedazo de vasija rota donde había un mensaje que decía, "¡No falles esta vez. Mata al muchacho, y derrama su sangre como si fuera agua!"

Y cuando el muchacho fue a ver a la princesa, ésta como había hecho antes, sustituyó el mensaje por uno que decía: "Al igual que antes, da a este muchacho todo lo que desee, ¡su sangre será como nuestra sangre!"

Ahora, cuando la bruja vio esto, y escuchó como el muchacho quería un millón de semillas de arroz que maduraban en una sola noche, se sintió tan furiosa que entró en cólera, pero sintiendo miedo de su hija, controló esa cólera, y ofreció al muchacho ir y encontrar el campo de arroz guardado por dieciocho millones de demonios, diciéndole que tuviera cuidado y que no mirara hacia atrás después de haber cogido la espiga más larga de arroz, la cual crece en el centro del campo.

Así pues el hijo de las siete reinas partió, y muy pronto encontró ese campo donde dieciocho millones de demonios guardaban millones de semillas de arroz.


El muchacho andaba valientemente, sin mirar ni a la derecha ni a la izquierda hasta que alcanzó el centro y arrancó la espiga más larga. Cuando volvió para dirigirse a casa escuchó detrás de él miles de dulces voces, que lloraban y que decían: "¡Arráncame a mi también, oh, por favor, arráncame a mi también!", entonces el muchacho miró hacia atrás, y vio algo sorprendente, ya no quedaba nada allí excepto un pequeño montón de cenizas.

El tiempo pasaba y el muchacho no regresaba. La vieja bruja estaba intranquila porque recordaba el mensaje "su sangre será como nuestra sangre"; así que partió también en dirección al campo para ver que había pasado.

Tan pronto como llegó cerca del montón de cenizas, y conociendo bien su oficio, cogió un poco de agua, y amasando las cenizas con el agua, hizo una pasta con la forma de un hombre; luego, se pinchó su dedo meñique, y una gota de sangre que le salió la untó en la boca del hombre, e instantáneamente el hijo de las siete reinas se levantó y se sintió mejor que nunca.

"No vuelvas a desobedecer mis órdenes otra vez", refunfuñó la vieja bruja, "o la próxima vez te dejaré sólo. ¡Ahora lárgate, antes que me arrepienta de mi bondad!"

El hijo de las siete reinas volvió lleno de alegría a ver a sus siete madres, quienes con la ayuda del millón de semillas de arroz, pronto se convertirían en las personas más ricas del reino.

Luego celebraron la boda de su hijo con la inteligente princesa a todo lo grande; pero la novia, ahora su mujer, era tan inteligente y observadora, que no podía descansar hasta no informar al padre de su marido la existencia de su hijo, y castigar a la malvada bruja blanca.

Así pues mandó que su marido construyera un palacio igual que el de la bruja.

Y cuando estuvo todo preparado pidió a su marido que dieran una gran fiesta en honor al rey, el padre de su marido.

A este rey le habían llegado noticias de la existencia del misterioso hijo de las siete reinas, y su maravillosa riqueza, tenía mucha curiosidad, por lo tanto aceptó la invitación; pero cual fue su sorpresa cuando entrando al palacio lo encontró todo igual que el suyo, hasta el más mínimo detalle. Y cuando su anfitrión, ataviado con lujosas ropas, le condujo hasta la sala privada, vio sentadas en sus tronos a siete reinas, vestidas igual que la última vez que las había visto.

Se dirigió hacia ellas y se arrodilló ante sus pies.

Entonces le contaron al rey toda la historia.

El rey, en ese momento, despertó del encantamiento, y su ira creció muchísimo contra la malvada cierva blanca que le embrujó durante tanto tiempo. Era tanta su ira que no pudo contenerse y fue donde ella y la mató.

Después de esto, las siete reinas volvieron a su reino y a su espléndido palacio, y todo el mundo vivió feliz y contento.

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odisea2008-pruebas.blogspot.com

EL RAJA RASALU




Érase una vez un gran Rajá llamado Salabam, casado con una princesa llamada Lona, que a pesar de las muchas lágrimas derramadas, jamás había podido tener un hijo. Al fin, una noche un ángel le dijo que sus deseos se verían cumplidos.

Cuando nació el hijo, la reina suplicó a tres yoguis que fueron a pedir limosna a las puertas del palacio, que le dijeran cuál sería la suerte de su hijo, a quien aún no había visto.

- Tu hijo, hermosa reina, será un gran hombre ¬dijo el más joven de los tres.- Pero es necesario que durante doce años ni tú ni el Rajá le miréis el rostro, pues entonces moriríais sin remedio. También es importante que no vea la luz del sol, y como ahora es de noche, haz que antes de que amanezca lo bajen a una cueva oscura, de donde no deberá salir en doce años. Transcurrido este tiempo ordena que lo bañen en el río y que le pongan los más hermosos vestidos y que lo lleven a tu presencia. Su nombre será el de Rajá Rasalu, y se le conocerá en todo el mundo.

Después de oír esto, los soberanos ordenaron que su hijo fuera conducido a la más oscura cueva del palacio, donde le dejaron con un potro recién nacido, una espada, las espuelas y una coraza. También le dejaron al cuidado de numerosas esclavas y profesores, para que le enseñaran cuanto un príncipe debe saber. Hecho esto, los padres se dispusieron a aguardar pacientemente el curso de los doce años.

El joven creció jugando con su potro y charlando con un hermoso loro, mientras las esclavas y los profesores le enseñaban cuanto debía conocer.

Pasaron once años, y el príncipe empezó a cansarse de su encierro.

Quería conocer lo que había en el mundo, y así un día, aprovechando un descuido de sus vigilantes, ensilló el potro, cogió el loro y a toda velocidad salió del palacio.

Al llegar al río se bañó en él. Montó de nuevo en su potro y se dispuso a correr las más fantásticas aventuras.

A los pocos momentos el príncipe se cruzó con un grupo de mujeres que volvían de la fuente, llevando sobre la cabeza unos cántaros llenos de agua.

Divertido por el espectáculo, el joven cogió unas piedras y se las tiró a las mujeres, rompiendo los cántaros y mojando a las que los llevaban.

Las mujeres fueron a quejarse al Rajá, diciéndole:

- Un joven príncipe que cabalgaba en un potro muy hermoso y que iba cubierto con una brillante armadura, se ha cruzado con nosotros y ha roto nuestros cántaros.

Al oír la descripción que hacían del príncipe, el Rajá comprendió enseguida que se trataba de su hijo, que había abandonado su encierro antes de cumplir el plazo fijado por el yogui. Como temía que de mirarle el rostro, muriese, dijo a las mujeres que tomaran con calma lo ocurrido, y para acabar de tranquilizarlas, les regaló unos hermosos cántaros de cobre.

Ocurrió, sin embargo, que el príncipe no se había alejado del lugar, y al ver a las mujeres con sus cántaros de cobre, cogió el arco que pendía junto al arzón y disparó una serie de flechas que agujerearon los recipientes, mojando de nuevo a las mujeres.

Tampoco esta vez envió el Rajá sus soldados para que prendiesen al príncipe Rasalu, pero éste, convencido de que era el más valiente del mundo, se dirigió a palacio y penetró hasta la sala del trono, donde su padre, al enterarse de que llegaba, ocultó la cara entre las manos, y no quiso mirarle, por temor a perder la vida.

- He venido a saludarte, Rajá, no a hacerte daño -dijo el príncipe, riendo despectivo al ver el miedo del monarca.- ¿Qué te he hecho para que no quieras mirarme?

Después de esto, el príncipe abandonó la sala. Iba lleno de ira y amargura, y sólo al pasar bajo las ventanas de las habitaciones de su madre, y oírla llorar se calmó un poco. Padre y madre era algo que él jamás había conocido.

- ¿Por qué lloras, hermosa reina? -preguntó.

- Lloro por el hijo que no puedo ver -contestó la soberana.- Tú, que eres hermoso y valiente, ve por el mundo, que se rendirá sumiso a tus pies.

Al oír estas palabras, el Rajá Rasalu se sintió muy animado y decidió ir en busca de fortuna y honores.

Montó en su caballo Baunr y cogiendo su loro partió al galope, dejando tras él una densa nube de polvo, que fue lo único que de él vio la reina Lona.

Rasalu cabalgó horas y horas, hasta que llegó la noche, que le sorprendió en pleno descampado. Con la noche llegó una terrible tempestad de lluvia, y el Rajá se vio obligado a buscar refugio en una tumba, donde reposaba un cadáver decapitado.

El lugar no era muy bueno, mas a falta de otro mejor, Rasalu se conformó con él y al ver al cadáver, lo saludó con estas palabras:

- Descansa en paz, hermano.

- La paz sea contigo -replicó el cadáver, levantándose y yendo a sentarse junto al príncipe.

- ¿Cuáles son tus penas? -preguntó Rasalu.

- Sólo tengo una, pero es muy grande. Aquí donde me ves soy el hermano del Rajá Sarcap, quien un día me mandó decapitar.

- ¿Es posible que te hiciese decapitar tu propio hermano? ¿Qué clase de hombre es?

- Es muy malo y sólo tiene una pasión que es la de hacer decapitar cada día a dos o tres personas con quienes antes ha jugado a los dados. Un día, no encontró nadie que se prestara a jugar y me invitó a mí. Fui tan loco que acepté, confiando que al ser su hermano no se atrevería a hacer conmigo lo que había hecho con otros, pero me equivoqué, y éste es el motivo de que me encuentres aquí.

- A mí también me gusta jugar a los dados -dijo Rasalu.- En cuanto amanezca iré a ver a tu hermano y le propondré jugar una partida.

- No hagas tal, pues lo primero que te dirá es que apuestes tu cabeza.

- ¿Y qué? Si le gano me tendrá que dar la suya.

- Desde luego, pero es que no le ganarás. Nadie puede ganarle, pues posee unos dados mágicos y un ratón encantado, que le permiten ganar siempre.

- Es igual, lo intentaré.

- Entonces, antes de marcharte coge unos huesos míos y hazte con ellos unos dados. Sólo así podrás vencer.

Rajá Rasalu hizo lo que le indicaba el cadáver y ayudado por éste pronto tuvo dos dados magníficos, que guardó en un bolsillo.

Después se despidió de su compañero, y como había ya amanecido partió hacia el reino de Sarcap.

Tres días tardó en llegar, y al atravesar la puerta abierta en la muralla de la población, lo primero que vio fue un enorme cartel que decía así:

"EL RAJÁ SARCAP RETA A TODO AQUEL QUE ENTRE EN ESTA CIUDAD A JUGAR TRES PARTIDAS DE DADOS, EN LAS CUALES APOSTARÁ: SU REINO; SUS RIQUEZAS Y POR ÚLTIMO SU CABEZA."

Después de leer esto, Rasalu preguntó por el palacio del Rajá y al llegar a él vio con profunda indignación que dos criados se disponían matar los gatitos que acababa de tener una hermosa gata blanca.

- ¡Soltad esos animales! -gritó, echando mano a su espada.

Los criados obedecieron aterrorizados y el Rajá devolvió los gatitos a su madre. Esta, llorando de agradecimiento, le dijo:

- Jamás podré pagarte lo que has hecho por mí, sin embargo, coge uno de mis hijos y llévalo contigo. Quizá pueda serte útil.

Rasalu dio las gracias y se metió el gatito en el bolsillo, junto con los dados mágicos.

Al decir a los criados del Rajá Sarcap que llegaba dispuesto a jugar con él a los dados, todos le miraron entristecidos, pues sabían que sería vencido y su cabeza iría a aumentar la colección que tenía formada el Rajá. Algunos intentaron disuadirle, pero él no les hizo caso e insistió en jugar con Sarcap.

El monarca era un hombre muy viejo, y al enterarse de que acababa de llegar un Rajá que estaba dispuesto a luchar con él, su mirada se animó e inmediatamente dispuso se celebrase una gran fiesta en honor de su visitante.

Cuando Rasalu llegó ante el Rajá Sarcap, éste se hallaba rodeado de hermosas danzarinas, cuyos encantos estaban dispuestos para que él no prestase atención al juego y perdiera con más facilidad su dinero y su cabeza.

- ¿Qué apuestas tú contra mi reino, mis riquezas y mi cabeza? -preguntó Sarcap a Rasalu.

- Contra tu reino apostaré mí armadura; contra tus riquezas, mi caballo; y contra tu cabeza, la mía. ¿Estás conforme?

- Conforme -contestó Sarcap, al mismo tiempo que hacía una señal para que empezase la música y el baile.

Era tan bello el baile, y tan hermosas las bailarinas, que Rasalu se olvidó de sacar sus dados y jugó la primera partida con los dados de Sarcap. Este además se hacia acompañar del ratón encantado, con cuya ayuda, era completamente invencible.

El joven perdió su armadura, y al poco rato perdió también su caballo.

Cuando se disponía a tirar por tercera vez los dados, notó que el gatito se movía en el bolsillo y esto le recordó los dados que le diera el hermano de Sarcap, Sacó, pues al gatito, que dejó en el suelo y cogiendo sus dados, dijo:

- Hasta ahora hemos jugado con tus dados, Rajá Sarcap; en adelante jugaremos con los míos.

Sarcap no se atrevió a protestar, y como aún contaba con la ayuda del ratoncito encantado, aceptó. No contaba, sin embargo, con el gatito, quien al ver al ratón se lanzó sobre él y le hizo huir por una ventana.

Rasalu tiró los dados y venció a su contrincante, recuperando su caballo, que se puso muy contento al verse de nuevo con su amo.

Recuperó después sus armas y por fin, ganó la cabeza de Sarcap, y antes de que éste pudiera evitarlo, se puso en pie y de un seguro sablazo, le decapitó, entrando enseguida en posesión de su reino y riquezas. Y como el Rajá Sarcap tenía una hija muy hermosa, el joven la tomó por esposa, aunque retrasando el matrimonio hasta doce años más tarde.

Y como los estados del muerto eran enormes, ya que había ganado muchos jugando a los dados, el Rajá Rasalu fue el más poderoso monarca de la India, y su reino, el más brillante de todos, destacándose por su justicia y bondad.

"Cuento de la India"

Fuente:
Cuentos Populares
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sacred-texts.com

EL AGUA DEL PARAÍSO




Un beduino seco y miserable, que se llamaba Harith, vivía desde siempre en el desierto. Se desplazaba de un sitio a otro con su mujer Nafisa.

Hierba seca para su camello, comía insectos, de vez en cuando un puñado de dátiles, un poco de leche. Llevaba realmente una vida dura y amenazada. Harith cazaba las ratas del desierto para apoderarse de su piel y hacía cuerdas con las fibras de las palmeras, que intentaba vender en las caravanas.

Sólo bebía el agua salobre que encontraba en los pozos enfangados.

Un día apareció un nuevo río en la arena. Harith probó aquella agua desconocida, que era amarga y salada, e incluso un poco turbia. Pero le pareció que el agua del verdadero paraíso acababa de deslizarse por su garganta.

Llenó dos botas de piel de cabra, una para él y otra el califa Harun Al-Rashid, y se puso en camino hacia Bagdad. A su llegada, tras un penoso viaje, les contó su historia a los guardias, según la práctica establecida, y fue admitido ante el califa. Harith se postró ante el Príoncipe de los Creyentes y le dijo:

-No soy más que un pobre beduino, ligado al desierto donde el destino me ha hecho nacer. No conozco nada más que el desierto, pero lo conozco bien. Conozco todas las aguas que allí se pueden encontrar. Por eso he decidido traértela para que la pruebes.

Harun Al-Rashid se hizo traer un vaso y probó el agua del río amargo.

Toda la corte lo observaba. Bebió un buen trago y su rostro no expresó ningún sentimiento. Se quedó pensativo un instante y entonces con fuerza repentina pidió que el hombre fuera llevado y encerrado, con la orden estricta de que no viese a nadie. El beduino, sorprendido y decepcionado, fue encerrado en una celda.

-Lo que nada es para nosotros lo es todo para él. Lo que para él es el agua del Paraíso no es más que una desagradable bebida para nosotros. Pero tenemos que pensar en la felicidad de ese hombre -dijo el califa a las personas de su entorno, curiosos por su decisión.

Al caer la noche hizo llamar al beduino. Dio la orden a sus guardias de que lo acompañasen de inmediato fuera de la ciudad, hasta la entrada del desierto, sin permitirle ver el río Tigris ni ninguna de las fuentes de la ciudad, sin darle otra agua que la suya para beber.

Cuando el beduino se iba del palacio en la oscuridad de la noche, vio por última vez al califa. Éste le dio mil monedas de oro y le dijo:

-Te doy las gracias. Te nombro guardián del agua del Paraíso. La administrarás en mi nombre. Vigílala y protégela. Que todos los viajeros sepan que te he nombrado para tal puesto.

El beduino, feliz, besó la mano del gran califa y regresó rápidamente a su desierto.

Que la paz sea con ustedes.

Fuente
http://www.ciudadseva.com/

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tenoch.scimexico.com

EL PRINCIPE TOMASITO Y SAN JOSE

Fuente Grande, el puerto del Arenal
Sierra del Albacete, España


Érase una vez un rey que tenía un hijo de catorce años.

Todas las tardes iban de paseo el monarca y el principito hasta la Fuente del Arenal.

La Fuente del Arenal estaba situada en el centro de los jardines de un palacio abandonado, en el que se decía que vivían tres brujas, llamadas Mauregata, Gundemara y Espinarda.

Una tarde el rey cogió en la Fuente del Arenal una rosa blanca hermosísima, que parecía de terciopelo y se la llevó a la reina.

A la soberana le gustó mucho la flor y la guardó en una cajita que dejó en su gabinete, próximo a la alcoba real.

A medianoche, cuando todo el mundo dormía, oyó el rey una voz lastimera que decía:

- ¡Ábreme, rey, ábreme!

- ¿Me decías algo? - preguntó el monarca a su esposa.

- No.

- Me había parecido que me llamabas.

- Estarías soñando.

Quedó dormida la reina y el rey volvió a oír la misma voz de antes:

- ¡Ábreme, rey, ábreme!

Levantóse entonces el rey y fue a la habitación vecina, abriendo la caja, que era de donde procedían las voces.

Al abrir la caja empezó a crecer la rosa, que no era otra que la bruja Espinarda, hasta convertirse en una princesa, que le dijo al rey:

- Mata a tu esposa y cásate conmigo.

- De ningún modo - contestó el rey.

- Piénsalo bien... Te doy un cuarto de hora para reflexionar... O te casas conmigo o mueres.

El rey no quería matar a su esposa, pero tampoco quería morir, por lo que cogió a la reina en brazos, la condujo a un sótano y la dejó encerrada.

La desgraciada reina, temiendo que su marido hubiese perdido el juicio, quedó llorando amargamente e implorando la ayuda de San José.

Volvió el soberano a su alcoba y dijo a la bruja que había matado a su esposa.

A la mañana siguiente, cuando Tomasito entró, como de costumbre, a dar los buenos días a sus padres, exclamó:

- ¡Ésta no es mi madre!

- ¡Calla o te mato! - gritó la bruja.

Luego salió, reunió a todos los criados y dijo:

- Soy la reina Rosa... Quien se atreva a desobedecerme haré que lo maten.

Tomasito se marchó llorando; recorrió todo el palacio y cuando estaba en una de las habitaciones del piso bajo oyó unos lamentos que le parecieron de su madre.

Guiándose por el oído, llegó al sótano donde estaba encerrada y le dijo:

- No puedo abrirte, mamá; pero te traeré algo de comer.

En el palacio, todos estaban atemorizados por la nueva reina.

Un día, la bruja pensó en deshacerse del principito y le hizo llamar.

- ¡Tráeme inmediatamente un jarro de agua de la Fuente del Arenal! - le ordenó

Tomasito tomó un jarro, hizo que le ensillaran un caballo y salió al galope hacia la Fuente.

En el camino se encontró, con un anciano que le dijo:

- Óyeme, Tomasito... Coge el agua de la Fuente, sin detenerte ni apearte del caballo, sin volver la visita atrás y sin hacer caso cuando te llamen.

Al llegar Tomasito cerca de la fuente le llamaron dos mujeres, que escondían en sus manos una soga para arrojarla al cuello del principito, pero éste no hizo caso a sus llamadas y, llenando la jarra de agua sin bajar de su montura, regresó al galope a palacio.

La bruja, extrañadísima al verlo llegar sano y salvo, le ordenó que volviera a la Fuente del Arenal y le trajera tres limones.

Encontró el principito en su camino al mismo anciano de antes, que volvió a aconsejarle que cogiera los limones sin detenerse ni volver la vista atrás.

Hízolo así Tomasito y no tardó en presentarse en palacio con los tres limones.

La bruja, hecha una verdadera furia, le dijo:

- ¿Para qué me traes limones? Lo que yo te ordené que me trajeras fue naranjas... Vuelve y tráeme tres naranjas inmediatamente.

Marchóse de nuevo Tomasito y tornó a aparecérsele el anciano, que le dijo que procurara no detener el caballo al pasar bajo los árboles.

Obedeció el principito, como las veces anteriores, y regresó a palacio con las tres naranjas.

La reina Rosa, a punto de reventar de rabia, le dijo que era un inútil y lo echó a la calle.

Tomasito se fue al sótano, se despidió de su madre, encargó a una doncella que no dejara de llevarle comida y cuidarla y se marchó de palacio a recorrer el mundo, huyendo de la reina Rosa.

A los pocos kilómetros de marcha le salió al paso el anciano, que era San José, aunque el príncipe Tomasito, estaba muy lejos de sospecharlo, y, pasándole la mano por la cara, disfrazó, a nuestro héroe de ángel, con una cabellera rubia llena de tirabuzones, y le dijo:

- Vamos al palacio abandonado. Viven en él dos mujeres, que me dirán que te deje un ratito con ellas para enseñarte el castillo. Son las dos hermanas de la reina Rosa. Tú me pedirás permiso, diciéndome: “¡Déjame, papá!” Y yo te permitiré que pases dos horas con ellas…

Te enseñarán todas las habitaciones menos una… Pero tú insistirás en que te enseñen ésta también y cuando lo hayas conseguido obrarás como te aconseje tu conciencia y tu inteligencia.

Llegaron al palacio y todo sucedió como había previsto San José. Dejó éste al niño allí y las brujas le enseñaron todas las habitaciones del inmenso castillo, a excepción de una, que estaba cerrada con llave.

Tomasito dijo que quería ver aquélla también, a lo que las brujas, contestaron que no tenía nada de particular y que, además, se estaba haciendo tarde, pues estaban esperando a un niño que se llamaba Tomasito para colgarlo de un árbol.

Insistió el príncipe en ver la habitación, empleando tantos argumentos y caricias, que las convenció, y vio que se trataba de una cámara con paños negros en las paredes y una mesa con tres faroles, cada uno de los cuales llevaba en su interior una vela encendida.

- ¿Qué significan esos faroles? - preguntó.

Y la bruja Gundemara respondió:

- Estas dos velas son nuestras vidas y aquélla es la de nuestra hermana Espinarda, que ahora se ha convertido en la reina Rosa.

Cuando se apaguen estas velas moriremos nosotras…

No había terminado de decirlo, cuando Tomasito, de un soplo, apagó las velas de los dos faroles juntos, cayendo Gundemara y Mauregata al suelo, como si hubiesen sido fulminadas por un rayo. Un instante después, sus cuerpos se habían convertido en polvo negro y maloliente.

Tomasito cogió el tercer farol y salió a la calle, donde le esperaba el anciano, que le dijo:

- Has hecho lo que suponía… Vámonos a tu palacio…

Hora es ya de que sepas que soy San José, que estoy atendiendo las súplicas de tu madre.

Llegaron al palacio y por medio de un criado mandó llamar a su padre.

Cuando lo tuvo delante lo dijo:

- Papá, ¿a quién prefieres? ¿A mamá o a la reina Rosa?

El rey exhaló un suspiro y respondió sin vacilar:

- A tu mamá, hijo querido.

- Sopla en esta vela, entonces.

El rey sopló, apagóse la vela y la reina Rosa dio un estallido y salió volando hacia el infierno.

Entonces bajaron al sótano y sacaron a la verdadera reina, que lloraba y reía de contento.

Cuando Tomasito se volvió para dar las gracias a San José, comprobó con estupor que el anciano había desaparecido.

Pero su protección no les faltó desde entonces y los monarcas y su hijo fueron en lo sucesivo tan felices como el que más.


Fuente
http://jk-cuentos-populares.blogspot.com/
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sierradealbacete.com

EL HUACÓN Y MITO

Huaconada

El Huacón y Mito.
Miguel Angel Ramos Inga, escritor peruano.
Cuento de la cultura peruana.

El Huacón es un anciano que vive en el pueblo del valle del Mantaro, provincia de la Concepción, región administrativa de Junín, la cuna de la cultura Huanca y de las danzas como el Huaylas, Shonguinada y Santiago.

Este anciano tiene su origen desde los tiempos coloniales, sólo se le ve los tres primeros días de enero de cada año. El es responsable de castigar a todo aquel que se haya portado mal durante el año anterior, Portando látigo en mano, va tocando las puertas de todas las casas de la comunidad.

Si percibe o se entera que en algún miembro de la familia se ha portado mal lo saca a la plaza. En una de las casas, observa que no está limpia o presentable. Llama al jefe de la casa o de la familia, un señor alto y de hombros anchos, mirada recia y faz cobriza, su nombre es Mito.

Mito: ya vienes a molestar Huacón, mis hijos no han podido limpiar porque no han obedecido, pero ahorita mismo los enderezo.

Huacón: ya no tienes porque hacer eso, si el enderezado vas a ser Tú.

Mito: pero castígalos a ellos, yo qué culpa tengo.

Huacón: ¿Cómo es posible que digas esas cosas? Acá Tú eres el tayta de familia, por tal debes asumir las consecuencias, si ellos no están bien derechos es porque tú estás fallando o también estarás chueco, así que nomas salta a la plaza.

Mito: ¿Sólo porque encontraste la casa sucia me castigas?

Huacón: Ajá, estoy empezando a perder mi paciencia Mito. No solo es por hoy día sino por aquellos días en que has estafado portándote mal y no querrás que te haga recordar, ya me han informado las torcazas. Salid a la plaza.

Mito: Esto es un abuso y ¿Con qué autoridad vas hacer eso Huacón?

Huacón: Sabéis muy bien que los tres primeros días del mes de enero de cada año, vuestro alcalde cede su autoridad en mi persona para castigarlos. Ni siquiera él se salva, ni sus regidores, así que ya sal de aquí. Así Huacón saco a látigos suaves a Mito. Este terco señor imploró al espíritu de las montañas andinas o Apus, al dios cóndor, a la madre tierra o Pachamama, pero éstos le respondieron diciéndole que ellos también habían delegado su poder al Huacón.

Por ende, Mito no tuvo otra opción que obedecer al Huacón, ya que él era la autoridad terrenal y espiritual durante esos días.

El 16 de noviembre del 2010 dos danzas peruanas y ancestrales fueron declaradas Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco: La Huaconada de Mito y las Danzas de Tijeras.

Fin

Fuente e imagen
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UNA CITA EN EL CEMENTERIO

Mural de un instituto en Loja, Ecuador

En aquella lejana época de nuestra recatada ciudad colonial cuando todos temblaban ante la sola idea de muertos resucitados, diablos y fantasmas, no faltó un joven que debido a que mucho había viajado y mucho había leído tenía pleno convencimiento de que no había nada más allá de la muerte y todo lo demás sólo era un invento de la imaginación popular.

Y era el caso que ese joven, llamado Gustavo, no solamente se guardaba para si tales ideas sino que trataba de inculcarlas en la mente de los demás y especialmente de la gente joven que frecuentaba con él los altos círculos sociales. De allí que no resultase raro que durante las noches después de libar algunas copas en una cantina o luego de una reunión de amigos en una casa particular Gustavo siempre invitaba a sus acompañantes a dar una vuelta por el cementerio para demostrarles así que no había razón para tener miedo a los muertos porque ellos nunca se levantan de sus tumbas ni tampoco era verdad que el diablo anduviera merodeando por allí.

Para no dar la impresión de cobardes los amigos de Gustavo aceptaban tan extrañas invitaciones, pero siempre lo hacían en grupo a fin de infundirse unos a otros el valor necesario para ir tranquilamente a pasear delante o dentro del cementerio a altas horas de la noche

En ese estado de cosas transcurrieron algunos meses desde que llegó a Loja aquel joven que había viajado a Paris en sus años de adolescente acompañando a un familiar que fue a patentar un instrumento musical y luego de que le robaron el invento no quiso regresar inmediatamente para eludir la mofa de la gente y se quedó allá ingeniándose de la mejor manera no solamente para sobrevivir sino para viajar y conseguir una sólida auto educación. Por eso tenía una conversación amena, finos modales y en general un aire de seguridad y aplomo que terminó por convencer a sus amigos y llego el día en que ellos también iban con relativa naturalidad a pasear delante del cementerio e inclusive entraban a visitar las tumbas a petición del excéntrico joven que no creía en el más allá.

De allí que cierto día sus amigos resolvieron gastarle una pesada broma a quien proclamaba que no tenía miedo a los muertos y aseguraba que no había nada después de la muerte: le propusieron a Gustavo que visitara el cementerio a las doce de la noche (24hs) cuando ya no hubiera peligro de testigos inoportunos y removiera la tierra que cubría la tumba de un hombre muerto en pecado dos días antes y de quien se decía que no estaba dentro del ataúd porque el diablo se lo había llevado en alma y cuerpo aprovechando de un descuido de los familiares que lo dejaron solo durante la velación y por eso tuvieron que meter unos adobes dentro de la caja mortuoria para fingir la ceremonia del entierro.

Esas son pamplinas decía Gustavo con desprecio y agregaba: ¡Son verdaderas farsas para engañar al pueblo! ¡Son ardides para obligar a la gente ingenua que se porte bien ante el temor al diablo, al infierno y todas esas payasadas que sólo sirven para subyugar las conciencias!

Pues bien un día dijeron sus amigos ha llegado el momento de que nos demuestres con hechos lo que afirmas con tanto convencimiento…

Está bien digan ustedes lo que debo hacer y tengan la seguridad de que lo haré.

Dicen que aquel hombre muerto hace dos días en pecado mortal pues fue asesinado al sorprenderlo en flagrante adulterio se lo llevó el diablo en alma y cuerpo la misma noche del velorio aprovechando el descuido de familiares y amigos que dejaron solo al cadáver en horas de la madrugada.

Eso no es verdad ¡Son mentiras inventadas para amedrentar a la gente!

Pues bien eso es lo que queremos que nos demuestres tú.

Está bien, ya lo dije antes. Ahora digan ustedes qué es lo que debo hacer.

Verás dicen que aquel muerto fue reemplazado por unos adobes que pusieron en el ataúd, de modo que tú irás mañana al cementerio a las doce de la noche y luego de abrir la tumba y la caja mortuoria, comprobarás si el muerto se encuentra allí o no.

¡Perfectamente comprendido! No tengo el menor recelo y peor aún miedo de hacerlo. Pero... ¿Cómo podrán ustedes comprobar si he cumplido la tarea que me han señalado y se he constatado la presencia del muerto dentro del ataúd? Pues podría simplemente hacer acto de presencia en el cementerio y luego venir a decirles a ustedes que allí está, como puedo asegurarlo de antemano, pero en realidad a mi me interesa demostrarlo y a ustedes también.

Pues claro de otra manera no tendría valor.

Así que tú no irás solo, sino acompañado por uno de nosotros, quien comprobará todo lo que tú hagas y especialmente si encuentras o no al muerto dentro del ataúd.

¡Aceptado! Elijan ustedes al que me acompañará y mañana nos encontraremos a las doce de la noche en la puerta del cementerio.

De acuerdo al plan que se habían trazado los amigos de Gustavo, el compañero elegido fue Carlos y acto seguido se despidieron no sin antes fijar el lugar y la hora en que se reunirían al día siguiente antes de acudir a la cita en el cementerio.

Después de medio día el cielo comenzó a cubrirse de negros nubarrones y luego empezó a caer una ligera llovizna que se mantuvo toda la tarde e inclusive la noche. Por eso la difícil tarea que se habían impuesto aquellos jóvenes para comprobar hasta donde llegaba el desprecio de uno de ellos hacia los tradicionales temores a los muertos, al diablo y a los fantasmas, se ponía mucho más trágica de lo previsto. Sin embargo nadie podía volverse atrás: el retado se mantenía más firme que nunca frente al desafío y a los retadores aunque sea temblando de miedo no les quedaba otro remedio que seguir adelante.

Con excepción de Gustavo, el grupo de amigos se reunió a las siete de la noche en una cantina del barrio de San Agustín y comenzaron a libar apresuradamente no sólo para entrar en calor debido a la crudeza del frío que les llegaba hasta los huesos sino para infundirse el coraje que tanto necesitaban para llevar a efecto aquel siniestro plan. Carlos se mostraba más nervioso que todos los demás y trataba de beber más de lo acostumbrado, pero sus amigos lo detenían diciéndole:

Cálmate si no quieres echarlo todo a perder ¡Nadie te obligó a nada! tú mismo nos pediste que te eligiéramos para acompañar al fanfarrón de Gustavo y verle la cara que pondrá al momento preciso… Así que no vengas ahora a ponerte nervioso ni mucho menos… ¡Deja que él lo haga todo y al último…, bueno… ya tú sabes!

Embozados en largas capas que les llegaban hasta los tobillos y que por su gran amplitud podían cruzárselas sobre un hombro escondiendo buena parte del rostro, a las doce de la noche llegó el grupo de amigos a la puerta del cementerio y allí encontraron a Gustavo, quién ya había estad esperándolos. De acuerdo a la usanza de la época, Gustavo también llevaba amplia capa negra sobre su traje gris e igualmente se la había cruzado sobre el hombro para ocultar la parte inferior del rostro, mientras que la superior estaba semi oculta bajo el ala de su fino sombrero de fieltro. Debajo de la capa había llevado ocultos una pala y un azadón, herramientas indispensables para cumplir su cometido.

¡Manos a la obra! dijo Gustavo lleno de entusiasmo, tan pronto se acercó en grupo de amigos.

¡A la carga! respondieron ellos con fingida alegría y lo empujaron a Carlos para que se sitúe junto a Gustavo, luego de lo cual se internaron en el cementerio los dos osados jóvenes mientras que los demás permanecieron en la puerta, atentos y vigilantes.

Habiendo localizado con anticipación la tumba deseada, no les fue difícil reconocerla en la obscuridad, de modo que rápidamente Gustavo retiró la tosca cruz de madera y comenzó a cavar la tierra mientras Carlos permanecía a su lado haciendo grandes esfuerzos para que no le castañetearan los dientes más por el miedo que por el frío de la noche

¡Ayúdame a sacar la tierra con la pala mientras yo sigo cavando con el azadón! Le pidió Gustavo.

¡Está bien! contestó Carlos y ambos comenzaron a trabajar frenéticamente de modo que pronto dieron con el pobre cajón de madera que había estado a escaso medio metro de profundidad.

Muy seguro de lo que hacía Gustavo levantó la tapa del ataúd y efectivamente allí estaba el muerto, tal como lo había previsto. Una sonrisa de satisfacción iluminó su rostro y le dijo a Carlos.

¿Te fijas…? Quizá ahora se convenzan de que no hay diablo y los muertos jamás se mueven de donde los dejan.

Lleno de orgullo por haber ganado la apuesta volvió a clavar la tapa del ataúd y él sólo manejó la pala para devolver la removida tierra al puesto en que estuvo antes. Sólo al momento de colocar la cruz de madera en su sitio, rápidamente se agacho Carlos y pidió que le permita hacerlo.

Siguiendo el plan previsto por el grupo de amigos y aprovechando que se hallaban de rodillas en el piso. Carlos enredó la punta de la capa de Gustavo en el extremo inferior de la cruz y así la clavó en la tierra de modo que cuando se pusieron de pie Gustavo sintió que le halaban la capa desde el fondo de la tumba y dando un terrible alarido cayó al piso arrojando espuma por la boca.

Al oír el grito de Gustavo soltaron la carcajada los amigos que se hallaban en la puerta del cementerio y corrieron adentro para celebrar con risas el éxito de su plan, pero fue terrible su sorpresa cuando encontraron exánime a Gustavo mientras que Carlos no atinaba a hablar ni a dar un solo paso.

A los dos amigos tuvieron que sacarlos en brazos y correr donde un médico que felizmente pudo salvarlos, a Carlos con menos dificultad que a Gustavo, pues éste último se lesionó seriamente el corazón y fue tal el impacto que este acontecimiento causó en su ánimo que nunca más volvió a reír y peor aún a mofarse del generalizado temor a los muertos, al diablo y a los fantasmas.


Fuente: Loja de Ayer; Relatos, Cuentos y Tradiciones de Teresa Mora de Valdivieso.
Loja, Ecuador
http://www.vivaloja.com/content/view/255/54/
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fluyendofluyelafluidez.blogspot.com

NALLADIGUA




Nalladigua es un árbol imaginario. Según la creencia de los mocovíes, las almas subían por sus ramas hasta el piguem —el cielo—, donde se encontraba su dios Cotaá. Esta leyenda cuenta cómo perdieron ese privilegio.

Dicen que, un día, una anciana iba caminando por el monte. Estaba cansada, débil, tenía hambre y sed. Caminó y caminó hasta que encontró la toldería mocoví, se acercó y les pidió ayuda.

El cacique de la tribu se la negó porque ella pertenecía a una tribu enemiga y, sin compasión, le dijo que se fuera.

La anciana volvió otra vez al monte, lamentándose.

El dios Cotaá observaba todo desde las alturas y no le gustó nada la cruel actitud del cacique. Entonces, decidió convertir a la anciana en un capibara, un carpincho con grandes y fuertes dientes. Luego, le dijo que volviera al monte cercano a la toldería, en donde había un nalladigua, un árbol muy alto y robusto, y royera su base.

Durante toda la noche, los dientes filosos del capibara royeron y gastaron el tronco, capa por capa, hasta quebrarlo. Por la mañana, los mocovíes encontraron el árbol caído.

Desde entonces, las almas de los mocovíes no pueden utilizar el árbol para llegar al cielo, al lado de su dios Cotaá.


Recopilación: Laura Roldán
Imagen: María Ximena Carreira
El relato pertenece al libro “El árbol de sal. Leyendas mocovíes”, en preparación.

LA LEYENDA DE LOS VOLCANES...

Popocatépetl – Altitud: 5,452 m (México, Morelos y Puebla).
Aún activo, se alza en la cordillera Neovolcánica, al sureste de la ciudad de México. Constituye la segunda mayor elevación del país.
En una de sus laderas, pobladas por bosques de coníferas, se encuentra un cráter adventicio, conocido como el pico del Ventorrillo.
Su cima, cubierta por nieves perpetuas, fue coronada por primera vez en 1520, por una expedición al mando de Diego de Ordás.

POPOCATÉPETL E IZTACCÍHUATL


Al morir Citlali, los sacerdotes deciden: “debe ser enterrada en las faldas del Iztaccíhuatl”.

“¿Por qué abuela?” Pregunta Xóchitl, la más pequeña de las hermanas de Citlali.

Brota la cascada respuesta; “Únicamente las doncellas que mueren de amor pueden aspirar a descansar en las orillas de la mujer dormida. Tu hermana al enterarse de la muerte de su prometido en la guerra, no soportó la vida, se marchitó ansiando reunirse con él, los dioses se apiadaron de ella. Es una honra a su fidelidad. Esta costumbre viene de una historia que sucedió hace muchos años”.

“Cuéntamela, en lo que preparan las exequias”.

Ya se sabe que las abuelas no se pueden resistir al pedimento de una nieta. Para no interrumpir la solemnidad de las ceremonias fúnebres, la anciana sale de la casa, en una banca desde donde se divisan los volcanes que custodian la laguna, comienza su historia.

Xochiquetzal juró amor eterno al guerrero más apuesto y orgulloso, flor del ejército mexica que partía rumbo a la guerra contra los zapotecas. Guerra sin tiempo ni final que los mexicanos debían enfrentar para el engrandecimiento del imperio. Xochiquetzal hermosa y desconsolada quedó en espera de la victoria y del regreso de su hombre.

No hubo noticia de la anhelada aniquilación del enemigo. La lejanía del señorío zapoteca. La fiereza de la defensa y la bravura de sus hombres sumían en gran mortificación a Xochiquétzal, que no obstante, recibía la adulación y el cortejo de aquéllos que no habían partido a luchar. Sobre todo de un tlaxcalteca que se había avecindado en la Ciudad cuando hicieron falta brazos masculinos para el trabajo cotidiano.

Fue este mismo pretendiente quien llevó la noticia de la muerte de su amado. Rotos los vínculos de amor que la ataban de por vida a su juramento. Xochiquétzal se sumió en desconsoladora tristeza que nada podía apaciguar. La indolencia se apoderó de ella. Todo le daba igual. La distraían de vez en cuando los floridos halagos, los continuos regalos de que era objeto por parte de su pretendido enamorado. Ante el pedimento de boda que frente a sus padres hizo el suplicante tlaxcalteca, aceptó a sabiendas de que era como enterrarse en vida. Después del anudamiento de las tilmas empezó su melancólica existencia al lado de su marido. No volvió a sonreír.

Los guerreros aztecas regresaron derrotados, avergonzados, tristes, vencidos. Excepto uno, que a pesar del fracaso conservaba la dignidad de su raza.

Las mujeres escondían a sus hijos para llorar, menos Xochiquétzal que miraba sin inmutarse al ejército rendido. Sin embargo, cuando la mirada del único guerrero que marchaba con orgullo por las calles de la Ciudad se posó sobre ella, sintió morir. Él era el hombre al que había jurado amor eterno.

Furiosa y llena de odio insultó al Tlaxcalteca con el que se había casado, lo acusó de vil y mentiroso por inventar la muerte del hombre al que amaba. Huyó por el borde del lago de Texcoco con su marido tras ella. El guerrero los siguió y enfrentó a su rival. Después de luchar, el tlaxcalteca herido se evadió a su país.

Después del enfrentamiento buscó a su amada, la halló muerta. No quiso seguir viva después de ser mujer de otro a quien no le había jurado fidelidad eterna. Él lloró, cortó flores, cubrió con ellas el cuerpo de Xochiquétzal, trajo un incensario en el que quemó copal. Lloró el Zenzontle (pájaro de cuatrocientas voces). Apareció Tlahuelpoch, mensajero de la muerte. La tierra se sacudió en temblores, las nubes llenaron de penumbra a los cielos, el miedo se apoderó de los habitantes del Anáhuac.

Al amanecer habían surgido en el valle dos montañas nevadas. Una, con la forma de una mujer recostada, cubierta de flores blancas. Otra, alta e impresionante, como un guerrero azteca hincado a sus pies.

Se dice que el Tlaxcalteca murió cerca de su tierra. Convertido en volcán le llamaron Poyautecatl, que quiere decir señor crepuscular, y después Citlatepetl o cerro de la estrella. Su obligación y penitencia es observar de lejos a los amantes, que nunca podrá separar.

“¿Abuela, si muero de amor, me enterrarán en las faldas de Iztaccíhuatl?”

La anciana recarga a la niña en su regazo pronunciando un conjuro que la aleje de la desgracia del amor que no se consuma.

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POR QUÉ LOS MONOS NO HABLAN

El mono dorado ('Cercopithecus mitis kandti') de Ruanda, es otra de las especies que se encuentra en riesgo extinción.

(Foto: CI John Martin)

¿POR QUÉ LOS MONOS NO HABLAN?

En aquellos tiempos remotos en que los animales hablaban, los monos convivían en las aldeas con los hombres y con ellos conversaban.

Pero sucedió un día que los mortales humanos celebraban una gran fiesta; por espacio de una semana tocaron, durante el día, el tam-tam, y bailaban y bebían sin cesar en las noches.

A raudales corría el vino de palma, porque el jefe de la aldea había ordenado poner doscientas tinajas llenas de tan confortable vino en la plaza pública del pueblo.

Todo el mundo había bebido hasta saciarse, pero él, como correspondía a tan poderoso jefe, había bebido mucho más que los otros. Por esto, al despuntar el día, tembláronle las piernas como dos tiernas palmeras, sus ojos distinguían las cosas confusamente y su corazón sentíase inundado en un mar de felicidad.

Sus mujeres le llevaron cuidadosamente al palacio, pero él se negó a quedarse allí y, saliendo de nuevo, encaminóse hacia la aldea de los monos.

Cuando llegó, los monos, riendo y saltando a cual más, se apretujaron a su alrededor; ya uno le daba un tirón al taparrabos, ya otro le arrebataba el gorro; éste le sacaba la lengua, aquél le volvía la espalda o le hacía un gesto desvergonzado de burla. Y así la diversión era mayúscula, siendo el rey el hazmerreír de todos los monos.

El jefe, ya entrado en años, se irritó sobremanera al observar la irrespetuosa conducta de los monos y, montando en cólera, fue a quejarse ante el dios Nzamé.

Éste escuchó atentamente la queja del jefe de los hombres y, queriendo hacer rápida y ejemplar justicia, llamó al jefe de los monos.

Una vez el jefe de los monos estuvo en su presencia, Nzamé le preguntó muy enfadado:

- Dime por qué tu gente ha insultado de modo tan grosero a tu padre, el jefe de los hombres.

El jefe de los monos no supo qué contestar.

Entonces Nzamé dijo con acento severo:

- Desde hoy en adelante, tú y tus hijos serviréis a los hombres, y ellos os castigarán. Así, desde ahora mismo quedáis sometidos a su autoridad.

El jefe de los hombres y el jefe de los monos se marcharon.

Pero cuando el primero ordenó al segundo que fuese a trabajar, el jefe de los monos, a pesar de las órdenes recibidas, contestó con la mayor insolencia:

- ¡Estás soñando! ¿A mí hacerme trabajar? Vamos, que no estás bien de la cabeza.

El jefe de los hombres no insistió. Llegó a la aldea, se acostó y así que hubo descansado, maduró un plan para vengarse de los desvergonzados monos.

En cuanto llegó la fiesta siguiente, ordenó colocar en el centro de la plaza de la aldea centenares de tinajas, llenas de rico vino de palma.

Pero en el vino había mandado echar la hierba que hace dormir.

Advirtió a los suyos que no bebieran de otras tinajas que de aquellas que ostentaban una señal determinada; luego invitó a los monos a la fiesta.

Los simios no podían rehusar honor tan señalado y, en consecuencia, fueron a divertirse y a beber de lo lindo.

Pero, ¡ay!, en cuanto hubieron bebido, todos sintieron invencibles deseos de dormir.

Y quedaron los monos sumidos en un profundo sueño, y el jefe de los hombres ordenó, entonces, que los atasen. Ya todos atados, los hombres empezaron a manejar los látigos.

Los monos, al sentir los latigazos, despertaron al instante, recobrando una agilidad verdaderamente extraordinaria, una agilidad nunca vista. Saltaban y bailaban maravillosamente.

Terminada la memorable paliza, los monos andaban agachados, buscándose los pelos y rascándose.

Entonces el jefe de los hombres ordenó que los señalasen con un hierro ardiente y luego les obligó a hacer los trabajos más penosos de la aldea.
Los monos no tuvieron más remedio que obedecer.

Pero un día, hartos de trabajar y sufrir, desesperados, se presentaron ante el jefe de los hombres para reclamar mejores tratos.

- Perfectamente - contestó el jefe -. Ahora veréis el trato que os doy.

Al punto ordenó a sus guerreros que azotasen a los monos y les cortasen la lengua.

- Así - dijo, terminada la operación ya se han acabado las reclamaciones. ¡Y a trabajar, gandules!

Los monos, indignados, no podían proferir más que unos sonidos inarticulados, pero como en lugar de obtener justicia, habían sido tratados con peor crudeza y menos caridad, decidieron huir a la selva.

Los descendientes de aquellos monos nacieron dotados de lengua, pero como temen que los hombres vuelvan a apoderarse de ellos para hacerles trabajar, no han pronunciado desde entonces una sola palabra.

Saltan y brincan como el día que les dieron de palos y lanzan gritos, muchos gritos, eso sí...

Fin.

Fuente:
Cuentos Populares Africanos narrados a los niños por H. C. Granch
Ed. Molino, Barcelona - 1944

Imagen
animalesdeayerydehoy.blogspot.com

WASSILISSA LA SABIA




Había una vez y no había una vez una joven madre que yacía en su lecho de muerte con el rostro tan pálido como las blancas rosas de cera de la sacristía de la cercana iglesia. Su hijita y su marido permanecían sentados a los pies de la vieja cama de madera, rezando para que Dios la condujera sana y salva al otro mundo.
La madre moribunda llamó a Vasalisa y la niña se arrodilló al lado de ella con sus botas rojas y su delantalito blanco.

—Toma esta muñeca, amor mío —dijo la madre en un susurro, sacando de la colcha de lana una muñequita que, como la propia Vasalisa, llevaba unas botas rojas, un delantal blanco, una falda negra y un chaleco bordado con hilos de colores.

—Presta atención a mis últimas palabras, querida —dijo la madre—. Si alguna vez te extraviaras o necesitaras ayuda, pregúntale a esta muñeca lo que tienes que hacer. Recibirás ayuda. Guarda siempre la muñeca. No le hables a nadie de ella. Dale de comer cuando esté hambrienta. Ésta es mi promesa de madre y mi bendición, querida hija.

Dicho lo cual, el aliento de la madre se hundió en las profundidades de su cuerpo donde recogió su alma y, cuando salió a través de sus labios, la madre murió.

La niña y su padre la lloraron durante mucho tiempo. Pero, como un campo cruelmente arado por la guerra, la vida del padre reverdeció una vez más en los surcos y éste se casó con una viuda que tenía dos hijas. Aunque la madrastra y sus hijas siempre hablaban con cortesía y sonreían como unas señoras, había en sus sonrisas una punta de sarcasmo que el padre de Vasalisa no percibía.

Sin embargo, cuando las tres mujeres se quedaban solas con Vasalisa, la atormentaban, la obligaban a servirlas y la enviaban a cortar leña para que se le estropeara la preciosa piel. La odiaban porque poseía una dulzura que no parecía de este mundo. Y porque era muy guapa. Sus pechos brincaban mientras que los suyos menguaban a causa de su maldad. Vasalisa era servicial y jamás se quejaba mientras que la madrastra y sus hermanastras se peleaban entre sí como las ratas entre los montones de basura por la noche.
Un día la madrastra y las hermanastras ya no pudieron aguantar por más tiempo a Vasalisa.

—Vamos... a... hacer que el fuego se apague y entonces enviaremos a Vasalisa al bosque para que vaya a ver a la bruja Baba Yagá* y le suplique fuego para nuestro hogar. Y, cuando llegue al lugar donde está Baba Yagá, la vieja bruja la matará y se la comerá.

Todas batieron palmas y soltaron unos chillidos semejantes a los de los seres que habitan en las tinieblas.

Así pues aquella tarde, cuando regresó de recoger leña, Vasalisa vio que toda la casa estaba a oscuras. Se preocupó y le preguntó a su madrastra:

— ¿Qué ha ocurrido? ¿Con qué guisaremos? ¿Qué haremos para iluminar la oscuridad?

—Qué estúpida eres —le contestó la madrastra—. Está claro que no tenemos fuego. Y yo no puedo salir al bosque porque soy vieja. Mis hijas tampoco pueden ir porque tienen miedo. Por consiguiente, tú eres la única que puede ir al bosque a ver a Baba Yagá y pedirle carbón para volver a encender la chimenea.
—Muy bien pues, así lo haré —dijo inocentemente Vasalisa.

Y se puso en camino. El bosque estaba cada vez más oscuro y las ramitas que crujían bajo sus pies la asustaban. Introdujo la mano en el profundo bolsillo de su delantal donde guardaba la muñeca que su madre moribunda le había entregado.

Le dio unas palmadas a la muñeca que guardaba en el interior del bolsillo y se dijo:

—Es verdad, el simple hecho de tocar esta muñeca me tranquiliza.

A cada encrucijada del camino, Vasalisa introducía la mano en el bolsillo y consultaba con la muñeca.

—Dime, ¿tengo que ir a la derecha o a la izquierda?

La muñeca le contestaba, "Sí", "No", "Por aquí" o "Por allá". Vasalisa le dio a la muñeca un poco de pan que llevaba y siguió el camino que parecía indicarle la muñeca.

De repente, un hombre vestido de blanco pasó al galope por su lado montado en un caballo blanco e inmediatamente se hizo de día. Más adelante, pasó un hombre vestido de rojo montado en un caballo rojo y salió el sol. Vasalisa prosiguió su camino y, en el momento en que llegaba a la choza de Baba Yagá, pasó un jinete vestido de negro trotando a lomos de un caballo negro y entró en la cabaña de Baba Yagá. Enseguida se hizo de noche. La valla hecha con calaveras y huesos que rodeaba la choza empezó a brillar con un fuego interior, Iluminando todo el claro del bosque con su siniestra luz.

La tal Baba Yagá era una criatura espantosa. Viajaba no en un carruaje o un coche sino en una caldera en forma de almirez que volaba sola. Ella impulsaba el vehículo con un remo en forma de mano de almirez y se pasaba el rato barriendo las huellas que dejaba a su paso con una escoba hecha con el cabello de una persona muerta mucho tiempo atrás.

Y la caldera volaba por el cielo mientras el grasiento cabello de Baba Yagá revoloteaba a su espalda. Su larga barbilla curvada hacia arriba y su larga nariz curvada hacía abajo se juntaban en el centro. Tenía una minúscula perilla blanca y la piel cubierta de verrugas a causa de su trato con los sapos. Sus uñas orladas de negro eran muy gruesas, tenían caballetes como los tejados y estaban tan curvadas que no le permitían cerrar las manos en un puño.

La casa de Baba Yagá era todavía más extraña. Se levantaba sobre unas enormes y escamosas patas de gallina de color amarillo, caminaba sola y a veces daba vueltas y más vueltas como un bailarín extasiado. Los goznes de las puertas y las ventanas estaban hechos con dedos de manos y pies humanos y la cerradura de la puerta de entrada era un hocico de animal lleno de afilados dientes.

Vasalisa consultó con su muñeca y le preguntó:
— ¿Es ésta la casa que buscamos?

Y la muñeca le contestó a su manera:
—Sí, ésta es la casa que buscas.

Antes de que pudiera dar otro paso, Baba Yagá bajó con su caldera y le preguntó a gritos:

— ¿Qué quieres?
La niña se puso a temblar.
—Abuela, vengo por fuego. En mi casa hace mucho frío... mi familia morirá... necesito fuego.

Baba Yagá le replicó:
—Ah, sí, ya te conozco y conozco a tu familia. Eres una niña muy negligente… has dejado que se apagara el fuego. Y eso es una imprudencia. Y, además, ¿qué te hace pensar que yo te daré la llama?

Vasalisa consultó con la muñeca y se apresuró a contestar:
—Porque yo te lo pido.

Baba Yagá ronroneó.
—Tienes mucha suerte porque ésta es la respuesta correcta.

Y Vasalisa pensó que había tenido mucha suerte porque había dado la respuesta correcta.

Baba Yagá la amenazó:

—No te puedo dar el fuego hasta que hayas trabajado para mí. Si me haces estos trabajos, tendrás el fuego. De lo contrario…

—Aquí Vasalisa vio que los ojos de Baba Yagá se convertían de repente en unas rojas brasas—.

De lo contrario, hija mía, morirás.

Baba Yagá entró ruidosamente en su choza, se tendió en la cama y ordenó a Vasalisa que le trajera lo que se estaba cociendo en el horno.
En el horno había comida suficiente para diez personas y la Yagá se la comió toda, dejando tan sólo un pequeño cuscurro y un dedal de sopa para Vasalisa.

—Lávame la ropa, barre el patio, limpia la casa, prepárame la comida, separa el maíz aflublado del maíz bueno y cuida de que todo esté en orden. Regresaré más tarde para inspeccionar tu trabajo. Si no está listo, tú serás mi festín.

Dicho lo cual, Baba Yagá se alejó volando en su caldera, usando la nariz a modo de cataviento y el cabello a modo de vela. Y cayó de nuevo la noche.

Vasalisa recurrió a su muñeca en cuanto la Yagá se hubo ido.

— ¿Qué voy a hacer? ¿Podré cumplir todas estas tareas a tiempo?

La muñeca le aseguró que sí y le dijo que comiera un poco y se fuera a dormir. Vasalisa le dio también un poco de comida a la muñeca y se fue a dormir.

A la mañana siguiente, la muñeca había hecho todo el trabajo y lo único que quedaba por hacer era cocinar la comida. La Yagá regresó por la noche y vio que todo estaba hecho. Satisfecha en cierto modo aunque no del todo porque no podía encontrar ningún fallo, Baba Yagá dijo en tono despectivo:

—Eres una niña muy afortunada.

Después llamó a sus fieles sirvientes para que molieran el maíz e inmediatamente aparecieron tres pares de manos en el aire y empezaron a raspar y triturar el maíz. La paja voló por la casa como una nieve dorada. Al final, se terminó la tarea y Baba Yagá se sentó a comer. Se pasó varias horas comiendo y por la mañana le volvió a ordenar a Vasalisa que limpiara la casa, barriera el patio y lavara la ropa.

Después le mostró un gran montón de tierra que había en el patio.

—En este montón de tierra hay muchas semillas de adormidera, millones de semillas de adormidera. Quiero que por la mañana haya un montón de semillas de adormidera y un montón de tierra separados. ¿Me has entendido?

Vasalisa estuvo casi a punto de desmayarse.

— ¿Cómo voy a poder hacerlo?

Introdujo la mano en el bolsillo y la muñeca le contestó en un susurro: —No te preocupes, yo me encargaré de eso.

Aquella noche Baba Yagá empezó a roncar y se quedó dormida y entonces Vasalisa intentó separar las semillas de adormidera de la tierra. Al cabo de un rato la muñeca le dijo:
—Vete a dormir. Todo irá bien.

Una vez más la muñeca desempeñó todas las tareas y, cuando la vieja regresó a casa, todo estaba hecho. Baba Yagá habló en tono sarcástico con su voz nasal:
— ¡Vaya! Qué suerte has tenido de poder hacer todas estas cosas. Llamó a sus fieles sirvientes y les ordenó que extrajeran aceite de las semillas de adormidera e inmediatamente aparecieron tres pares de manos y lo hicieron.
Mientras la Yagá se manchaba los labios con la grasa del estofado, Vasalisa permaneció de pie en silencio.

— ¿Qué miras? —le espetó Baba Yagá.

— ¿Te puedo hacer unas preguntas, abuela? —dijo Vasalisa.

—Pregunta —replicó la Yagá—, pero recuerda que un exceso de conocimientos puede hacer envejecer prematuramente a una persona.

Vasalisa le preguntó quién era el hombre blanco del caballo blanco.

—Ah —contestó la Yagá con afecto—, el primero es mi Día.

— ¿Y el hombre rojo del caballo rojo?

—Ah, ése es mi Sol Naciente.

— ¿Y el hombre negro del caballo negro?

—Ah, sí, el tercero es mi Noche.

—Comprendo —dijo Vasalisa.

—Vamos niña, ¿no quieres hacerme más preguntas? —dijo la Yagá en tono zalamero.

Vasalisa estaba a punto de preguntarle qué eran los pares de manos que aparecían y desaparecían, pero la muñeca empezó a saltar arriba y abajo en su bolsillo y entonces dijo en su lugar:
—No, abuela. Tal como tú misma has dicho, el saber demasiado puede hacer envejecer prematuramente a una persona.

—Ah —dijo la Yagá, ladeando la cabeza como un pájaro—, tienes una sabiduría impropia de tus años, hija mía. ¿Y cómo es posible que seas así?

—Gracias a la bendición de mi madre —contestó Vasalisa sonriendo.

— ¡¿La bendición?! —Chilló Baba Yagá—. ¡¿La bendición has dicho?!

En esta casa no necesitamos bendiciones. Será mejor que te vayas, hija mía —dijo empujando a Vasalisa hacia la puerta y sacándola a la oscuridad de la noche—.

Mira, hija mía. ¡Toma! —Baba Yagá tornó una de las calaveras de ardientes ojos que formaban la valla de su choza y la colocó en lo alto de un palo—. ¡Toma! Llévate a casa esta calavera con el palo. Eso es el fuego. No digas ni una sola palabra más.

Vete de aquí.

Vasalisa iba a darle las gracias a la Yagá, pero la muñequita de su bolsillo empezó a saltar arriba y abajo y entonces Vasalisa comprendió que tenía que tomar el fuego y emprender su camino.

Corrió a casa a través del oscuro bosque, siguiendo las curvas y las revueltas del camino que le iba indicando la muñeca.

Vasalisa salió del bosque, llevando la calavera que arrojaba fuego a través de los orificios de las orejas, los ojos, la nariz y la boca. De repente, se asustó de su peso y de su siniestra luz y estuvo a punto de arrojarla lejos de sí. Pero la calavera le habló y le dijo que se tranquilizara y siguiera adelante hasta llegar a la casa de su madrastra y sus hermanastras. Y ella así lo hizo.

Mientras Vasalisa se iba acercando a la casa, la madrastra y las hermanastras miraron por la ventana y vieron un extraño resplandor danzando en el bosque.

El resplandor estaba cada vez más cerca y ellas no acertaban a imaginar qué podía ser. La prolongada ausencia de Vasalisa las había inducido a pensar que ésta había muerto y que las alimañas se habían llevado sus huesos y en buena hora.

Vasalisa ya estaba muy cerca de su casa. Cuando la madrastra y las hermanastras vieron que era ella, corrieron a su encuentro, diciéndole que llevaban sin fuego desde que ella se había ido y que, a pesar de que habían intentado repetidamente encender otro, éste siempre se les apagaba.

Vasalisa entró triunfalmente en la casa, pues había sobrevivido al peligroso viaje y había traído el fuego a su hogar. Pero la calavera que estaba contemplando todos los movimientos de las hermanastras y de la madrastra desde lo alto del palo las abrasó y, a la mañana siguiente, el malvado trío se había convertido en unas pavesas.

* En ruso, literalmente, Mujer Hechicera. (N. de la T.)

Clarissa Pinkola Estés
Mujeres Que Corren Con Los Lobos

Rusia, Rumania, los países de la antigua Yugoslavia, Polonia y países bálticos

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LA BRUJA BABA YAGA Y LA HUÉRFANA







Vivía en otros tiempos un comerciante con su mujer; un día ésta se murió, dejándole una hija. Al poco tiempo el viudo se casó con otra mujer, que, envidiosa de su hijastra, la maltrataba y buscaba el modo de librarse de ella.

Aprovechando la ocasión de que el padre tuvo que hacer un viaje, la madrastra le dijo a la muchacha:

—Ve a ver a mi hermana y pídele que te dé una aguja y un poco de hilo para que te cosa una camisa.

La hermana de la madrastra era una bruja, y como la muchacha era lista, decidió ir primero a pedir consejo a otra tía suya, hermana de su padre.

—Buenos días, tiíta.

—Muy buenos, sobrina querida. ¿A qué vienes?

—Mi madrastra me ha dicho que vaya a pedir a su hermana una aguja e hilo, para que me cosa una camisa.

—Acuérdate bien —le dijo entonces la tía— de que un álamo blanco querrá arañarte la cara: tú átale las ramas con una cinta. Las puertas de una cancela rechinarán y se cerrarán con estrépito para no dejarte pasar; tú úntale los goznes con aceite. Los perros te querrán despedazar; tírales un poco de pan. Un gato feroz estará encargado de arañarte y sacarte los ojos; dale un pedazo de jamón.

La chica se despidió, cogió un poco de pan, aceite y jamón y una cinta, se puso a andar en busca de la bruja y finalmente llegó.

Entró en la cabaña, en la cual estaba sentada la bruja Baba Yaga sobre sus piernas huesosas, ocupada en tejer.

—Buenos días, tía.

—¿A qué vienes, sobrina?

—Mi madre me ha mandado que venga a pedirte una aguja e hilo para coserme una camisa.

—Está bien. En tanto que lo busco, siéntate y ponte a tejer.

Mientras la sobrina estaba tejiendo, la bruja salió de la habitación, llamó a su criada y le dijo:

—Date prisa, calienta el baño y lava bien a mi sobrina, porque me la voy a comer.

La pobre muchacha se quedó medio muerta de miedo, y cuando la bruja se marchó, dijo a la criada:

—No quemes mucha leña, querida; mejor es que eches agua al fuego y lleves el agua al baño con un colador.

Y diciéndole esto, le regaló un pañuelo.

Baba Yaga, impaciente, se acercó a la ventana donde trabajaba la chica y le preguntó a ésta:

—¿Estás tejiendo, sobrinita?

—Sí, tiíta, estoy trabajando.

La bruja se alejó de la cabaña, y la muchacha, aprovechando aquel momento, le dio al gato un pedazo de jamón y le preguntó cómo podría escaparse de allí. El gato le dijo:

—Sobre la mesa hay una toalla y un peine: cógelos y echa a correr lo más de prisa que puedas, porque la bruja Baba Yaga correrá tras de ti para cogerte; de cuando en cuando échate al suelo y arrima a él tu oreja; cuando oigas que está ya cerca, tira al suelo la toalla, que se transformará en un río muy ancho. Si la bruja se tira al agua y lo pasa a nado, tú habrás ganado delantera. Cuando oigas en el suelo que no está lejos de ti, tira el peine, que se transformará en un espeso bosque, a través del cual la bruja no podrá pasar.

La muchacha cogió la toalla y el peine y se puso a correr. Los perros quisieron despedazarla, pero les tiró un trozo de pan; las puertas de una cancela rechinaron y se cerraron de golpe, pero la muchacha untó los goznes con aceite, y las puertas se abrieron de par en par. Más allá, un álamo blanco quiso arañarle la cara; entonces ató las ramas con una cinta y pudo pasar.

El gato se sentó al telar y quiso tejer; pero no hacía más que enredar los hilos. La bruja, acercándose a la ventana, preguntó:

—¿Estás tejiendo, sobrinita? ¿Estás tejiendo, querida?

—Sí, tía, estoy tejiendo —respondió con voz ronca el gato.

Baba yaga entró en la cabaña, y viendo que la chica no estaba y que el gato la había engañado, se puso a pegarle, diciéndole:

—¡Ah viejo goloso! ¿Por qué has dejado escapar a mi sobrina? ¡Tu obligación era quitarle los ojos y arañarle la cara!

—Llevo mucho tiempo a tu servicio —dijo el gato— y todavía no me has dado ni siquiera un huesecito, y ella me ha dado un pedazo de jamón.

Baba Yaga se enfadó con los perros, con la cancela, con el álamo y con la criada y se puso a pegarles a todos.

Los perros le dijeron:

—Te hemos servido muchos años sin que tú nos hayas dado ni siquiera una corteza dura de pan quemado, y ella nos ha regalado con pan fresco.

La cancela dijo:

—Te he servido mucho tiempo sin que a pesar de mis chirridos me hayas engrasado con sebo, y ella me ha untado los goznes con aceite.

El álamo dijo:

—Te he servido mucho tiempo, sin que me hayas regalado ni siquiera un hilo, y ella me ha engalanado con una cinta.

La criada exclamó:

—Te he servido mucho tiempo, sin que me hayas dado ni siquiera un trapo, y ella me ha regalado un pañuelo.

Baba Yaga se apresuró a sentarse en el mortero; arreándole con el mazo y barriendo con la escoba sus huellas, salió en persecución de la muchacha. Ésta arrimó su oído al suelo para escuchar y oyó acercarse a la bruja. Entonces tiró al suelo la toalla, y al instante se formó un río muy ancho.

Baba Yaga llegó a la orilla, y viendo el obstáculo que se le interponía en su camino, rechinó los dientes de rabia, volvió a su cabaña, reunió a todos sus bueyes y los llevó al río: los animales bebieron toda el agua y la bruja continuó la persecución de la muchacha.

Ésta arrimó otra vez su oído al suelo y oyó que Baba Yaga estaba ya muy cerca: tiró al suelo el peine y se transformó en un bosque espesísimo y frondoso.

La bruja se puso a roer los troncos de los árboles para abrirse paso; pero a pesar de todos sus esfuerzos no lo consiguió, y tuvo que volverse furiosa a su cabaña.

Entretanto, el comerciante volvió a casa y preguntó a su mujer.

— ¿Dónde está mi hijita querida?

—Ha ido a ver a su tía —contestó la madrastra.

Al poco rato, con gran sorpresa de la madrastra, regresó la niña.

— ¿Dónde has estado? —le preguntó el padre.

— ¡Oh padre mío! Mi madre me ha mandado a casa de su hermana a pedirle una aguja con hilo para coserme una camisa, y resulta que la tía es la mismísima bruja Baba Yaga, que quiso comerme.

— ¿Cómo has podido escapar de ella, hijita?

Entonces la niña le contó todo lo sucedido.

Cuando el comerciante se enteró de la maldad de su mujer, la echó de su casa y se quedó con su hija.

Los dos vivieron en paz muchos años felices.

FIN

Alekandr Nikoalevich Afanasiev
Cuento folclórico ruso

Cancela = Reja pequeña que se pone en el umbral de algunas viviendas

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