EL CUENTO DE LA PERLA





En la antigüedad, había al este una gruta donde vivía un Dragón de Jade color plata, y al oeste un espeso bosque donde se ocultaba un Fénix de Oro multicolor.

Todas las mañanas, estos dos vecinos se topaban a la salida de su casa. Un día, uno de ellos nadando en el agua, el otro volando en el cielo, llegaron sin darse cuenta a una isla mágica. Casualmente, descubrieron una piedra deslumbrante.

El fénix de oro, muy sorprendido, lanzó un grito de admiración.

-¡Qué bonita!

El Dragón de Jade, embelesado, propuso a su amigo: “¿Quieres que la cultivemos en forma de perla?

Este estuvo de acuerdo y se pusieron a trabajar. El dragón usó sus patas y el fénix su pico. Día tras día, año tras año, trabajaron, y fue así que poco a poco se formó una brillante perla.

El fénix extrajo rocío de las montañas mágicas que derramó sobre la perla; el dragón fue a buscar agua clara en la Vía Láctea y la esparció sobre el tesoro; poco a poco comenzó a resplandecer.

Desde entonces, el Dragón de Jade y el Fénix se hicieron buenos amigos, los unía la misma pasión por la perla. Al no desear volver a casa, decidieron establecerse en la isla para custodiar su tesoro día y noche.

Era realmente una perla preciosa. Todos los lugares tocados por la luz que emitía reverdecían, las flores florecían, el paisaje se volvía luminoso y colorido, y la cosecha era abundante.

Un día, la Reina Madre del Oeste, se paseaba fuera de su palacio cuando vio esta perla por casualidad, y se quedó fascinada. Al amparo de la noche, hizo que robaran el tesoro, mientras el dragón y el fénix dormían, luego escondió la perla en el fondo de un fabuloso palacio, protegida por nueve puertas y nueve cerraduras.

A la mañana siguiente, cuando despertaron los dos animales, ya no encontraron su tesoro, estaban preocupados. El Dragón de Jade recorrió todas las cuevas de la Vía Láctea, y el Fénix Dorado hurgó todos los rincones del monte fantástico, pero sin encontrarla.

¡Estaban muy tristes! Ahora, pasaban sus días y noches buscando su tesoro perdido.

Ese día para celebrar el cumpleaños de la Reina Madre del Oeste, todos los inmortales del cielo se reunieron en su Palacio Fantástico donde iba a ofrecer el “banquete de los melocotones de la inmortalidad”. Objeto de muchos deseos de longevidad y de felicidad eterna, la Reina Madre se sentía plena de felicidad.

De repente se le ocurrió la idea de exhibir su tesoro a los inmortales:
-Mis queridos invitados, dijo, les voy a mostrar una perla preciosa, ¡un objeto único en el mundo!

Diciendo esto, sacó de su cinturón las nueve llaves, hizo abrir las nueve puertas del palacio, y sacó la perla en una bandeja de oro, toda deslumbrante. Los inmortales presentes se extendieron en elogios.

Mientras los invitados estaban en la fiesta, el Dragón de Jade y su amigo el Fénix Dorado seguían buscando su perla.

Atraído por sus destellos, el Fénix llamó al Dragón:

-Mira, ¿no percibes las luces de nuestro tesoro?

Con la cabeza saliendo del río celestial, el Dragón de Jade respondió:

-Sí, ¡hay que ir a buscarlo!

Siguiendo la luz emitida por la perla, llegaron hasta el palacio de la Reina Madre del Oeste, en el momento en que los inmortales se inclinaban para ver la maravilla.

El Dragón de Jade se precipitó hasta adelante, gritando:

-¡Esta perla nos pertenece! El fénix Dorado le hizo eco.

Escuchando esto, la Reina Madre se enojó:

-¡Cállense, soy la madre del Emperador Celestial de Jade, todos los tesoros del cielo me pertenecen!

Muy indignados, el Dragón y el Fénix gritaban juntos:

-Esta perla no es un producto natural del cielo ni de la tierra, es el fruto de nuestro trabajo por muchos años.

La Reina Madre, presa de la rabia y la vergüenza, protegió con la mano la bandeja de oro y ordenó a los generales celestiales sacarlos inmediatamente del Palacio.

Entonces, el Dragón y el Fénix se precipitaron hacia la perla, aunque tres pares de manos sujetaban la bandeja y ninguna quería ceder.

Entonces, el plato que disputaban perdió el equilibrio y la perla rodó hasta el borde del cielo, luego cayó a la tierra.

El Dragón de Jade voló en el aire y siguió a la perla para que no se rompiera. Los dos amigos, uno volando, otro danzando en el aire, protegieron tanto a la derecha como a la izquierda su tesoro hasta que cayó suavemente a la tierra.

Cuando llegó a la tierra, la perla se transformó de pronto en un lago cristalino, llamado el Lago del Oeste.

Muy enamorado de la perla para abandonarla, el Dragón de Jade se convirtió en una majestuosa montaña y el Fénix Dorado, en una verde colina, que la dominan para protegerla.

Desde entonces, el Monte del Dragón siempre se ha mantenido con su amigo la Colina Verde del Fénix en los bordes del Lago del Oeste.

Es por eso que los lugareños corean aún: El Lago del Oeste es una perla que cayó del cielo acompañado por el Dragón y el Fénix hasta el río Qiantang.

Fuente de la historia:
Les contes pour enfant du monde.
http://deorienteaoccidente.wordpress.com/2011/01/17/el-cuento-de-la-perla/

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