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EL HIJO DE LAS SIETE REINAS

Pintura india siglos XVIII- XIX



Había una vez un rey que tenía siete reinas, pero no tenía ningún hijo. Esto Le causaba mucho dolor, sobre todo cuando recordaba que a su muerte no habría un heredero para su reino.

Un día ocurrió que un anciano y pobre fakir llegó al reino, y cuando llegó dijo:

"Tus plegarias han sido escuchadas y tus deseos serán cumplidos, ya que una de tus siete reinas tendrá un hijo.

"El gozo y la alegría que le proporcionó esta promesa no tenían límites, y dio órdenes para que se realizara una fiesta apropiada que comprendiera todo lo ancho y largo de su reino.

Mientras tanto las siete reinas vivían muy lujosamente en un espléndido palacio, atendidas por cientos de criadas, y recibiendo todos los placeres más suculentos.

El rey era muy aficionado a la caza, y un día, antes de partir, las siete reinas le mandaron un mensaje que decía, "Rogamos a nuestro querido rey que hoy no vaya a cazar por la zona norte, ya que hemos tenido malos sueños, y tememos que algo pueda ocurrirle."

El rey, para acallar y aliviar la preocupación de las reinas, prometió considerar sus deseos, y se dirigió hacia el sur.

No tuvo suerte en el sur, a pesar de que era un buen cazador. La cacería no tenía éxito y no estaba dispuesto a volver a casa con las manos vacías, olvidando así su promesa.

El rey se dirigió hacia el Norte. En el norte tampoco tuvo suerte al principio, pero justo en el momento que decidió parar para descansar y pasar la noche, una cierva blanca con cuernos dorados y brillantes pezuñas plateadas pasó cerca de unos matorrales.

La cierva pasó tan rápido que apenas pudo verla; sin embargo le entraron unos deseos muy grandes de capturarla y poseer esa bella y extraña criatura.

Rápidamente ordenó a todos sus ayudantes a hacer un círculo y rodear los matorrales. Así podrían encerrar a la cierva.

Así pues, poco a poco hicieron el círculo más pequeño hasta intentar llegar un momento que pudieran ver a la cierva en el centro.

Y avanzaron y avanzaron, y justo cuando él pensaba que iba a atrapar a esta bella criatura, la cierva dio un potente y limpio salto sobre la cabeza del rey, y escapó hacia las montañas.

No pensando en otra cosa, el rey colocó las espuelas a su caballo, y le persiguió a toda velocidad.

Y cabalgó dejando cada vez más lejos a todo su séquito, y no perdiendo de vista a la cierva sin frenar en ningún momento a su caballo. Hasta que se encontró en un estrecho barranco sin salida, y fue cuando tiró de las riendas de su caballo.

Antes de desmontar vio un miserable cuchitril, al cual entró y pidió agua, ya que estaba muy cansado después de su larga y poca exitosa persecución.

Una vieja mujer, que estaba sentada en la choza junto a una rueda de hilar, respondió a esta solicitud llamando a su hija.

Inmediatamente salió del interior de la choza una hermosa, bella y encantadora doncella, con piel clara y cabellos dorados.

El rey se quedó paralizado viendo tanta belleza en ese cuchitril.

Ella sujetó la vasija de agua colocándola en los labios del rey, y éste bebió mientras miraba a los ojos de la muchacha.

Cuando la miraba se dio cuenta que la muchacha era en realidad la cierva blanca con los cuernos dorados y las pezuñas plateadas, aquella que había estado persiguiendo desde tan lejos.

Su belleza le hechizó, se arrodilló ante ella, suplicándole que fuera con él y que fuera su esposa; pero ella sólo reía, diciendo que siete reinas son más que suficientes para ser manejadas incluso por un rey.

De cualquier modo, el rey no estaba dispuesto a aceptar una negativa, y le siguió implorando hasta que le diera pena, y prometiéndole cualquier cosa que quisiera.

Entonces ella le respondió:

"Dame los ojos de tus siete reinas, y así quizá pueda creer todo lo que estás dispuesto a hacer por mí".

El rey volvió siempre con la imagen en su cabeza de la belleza mágica de esa cierva blanca. Y nada más llegar, les sacó los ojos a las siete reinas, y después de meter a las reinas ciegas en una asquerosa mazmorra donde no podían escapar, se dirigió una vez más hacia la casucha del barranco portando con él su horrible ofrenda.

Cuando la cierva blanca, o la hermosa muchacha, vio los catorce ojos se rió cruelmente, y los utilizó para hacer un collar, que puso en el cuello de su madre diciendo, "viste este collar, querida madre, como un recuerdo de mi mientras estoy en el palacio del rey."

Entonces ella volvió con el hechizado monarca, como su novia, y él le dio todas las caras ropas y joyas de las siete reinas para que se vistiera con ellas.

Le dio también el palacio de las siete reinas para que viviera en él, así como todos los esclavos que tenían las siete reinas para que ahora le cuidaran a ella.

Así pues, la bella muchacha tenía más de lo que incluso una bruja pudiera desear.

Después, al poco tiempo de que las siete desdichadas y desventuradas reinas le fuesen arrebatados sus ojos, y fueran introducidas en las mazmorras, un bebé había nacido de la reina más joven.

Era un niño precioso, y las otras reinas estaban celosas teniendo mucha envidia de la joven reina por ser tan afortunada.

Pero aunque al principio no querían al precioso niño, él pronto probó que podía ser muy útil.

Tan pronto como pudo andar comenzó a raspar en las paredes llenas de barro de la mazmorra, y en un tiempo increíblemente corto había hecho un agujero suficiente para que pudiera pasar él gateando.

Así pues, a través del agujero desapareció, y volvió en una hora cargado de dulces que repartió entre las siete reinas ciegas.

Cuanto más crecía más agrandaba el agujero, y salía dos o tres veces cada día para jugar con los niños nobles de la ciudad.

Nadie sabía quien era este pequeño niño, pero todo el mundo le quería, y siempre estaba riéndose y haciendo payasadas y numeritos, tan alegres y brillantes, que siempre estaba seguro que conseguiría comida, algún trozo de tarta, algún puñado de cereal seco o algún dulce.

Todo lo que conseguía lo llevaba donde sus siete madres, a las cuales él llamaba cariñosamente las siete reinas ciegas y a las que ayudaba a vivir en aquella mazmorra cuando todo el mundo pensaba que habían muerto de hambre algunos años atrás.

Más adelante, cuando él fue ya un muchacho mayor, cogió su arco y su flecha, y salió a jugar un rato.

En el camino pasó por casualidad por delante del palacio donde vivía la cierva blanca con mucha opulencia y riqueza.

Vio algunas palomas revoloteando alrededor de una torre blanca de mármol, y disparó la flecha y mató a una. Cuando la paloma fue alcanzada pasó por delante de la ventana donde estaba sentada la reina blanca; ella se levantó para ver que pasaba y miró hacia fuera.

Al primer vistazo, en cuanto vio al guapo joven muchacho saludando con la mano, supo, gracias a la brujería, que era el hijo del rey. Ella casi murió de envidia y rencor al darse cuanta de esto. Y decidió destruir y deshacerse del muchacho sin demora. Por tanto mando a un sirviente para que le trajera en su presencia, y ella le preguntó si podría venderle la paloma que había disparado.

"No" respondió el fuerte muchacho, "la paloma es para mis siete madres ciegas, que viven en las malolientes mazmorras y que podrían morir si no les llevo alimento."

"Pobres mujeres" lloró la astuta blanca bruja; "¿No te gustaría llevarles sus ojos otra vez? Dame la paloma, querido, y yo te prometo de verdad enseñarte donde podrías conseguirlos."

Al escuchar esto, el muchacho se llenó de alegría, e inmediatamente le dio la paloma. Con lo cual, la blanca reina le dijo que buscara a su madre que vivía en una casucha sin tardanza, y le pidiera los ojos que ella usaba como collar.

"Ella no querrá dártelo sin más" le dijo la cruel reina, "si no le enseñas este mensaje donde he escrito lo que quiero que haga."
Y diciendo esto, ella le dio al muchacho un trozo de una vasija rota, donde estaba escrito lo siguiente "¡Mata al portador de esta vasija inmediatamente, y rocía su sangre como si fuera agua!"

Como el hijo de las siete reinas no sabía leer, cogió muy alegre el fatal mensaje, y partió en busca de la madre de la reina blanca.

Mientras se encontraba en camino pasó a través de una población, donde todos sus habitantes parecían muy tristes, y no pudo evitar preguntarles la razón de su tristeza. Ellos le dijeron que era porque la única hija del rey se negaba a casarse; y si no lo hacía no habría ningún heredero al trono.

Ellos estaban realmente asustados y pensaban que seguro que estaba loca o fuera de si.

Les han presentado a todos los muchachos jóvenes y guapos del reino, y ella dice que solo se puede casar con el hijo de las siete madres, y debe estar loca, porque ¿Quién puede decir una cosa así?

Eso es imposible.

El rey, en su desesperación, ha ordenado que todos los hombres que entren en la ciudad, y sobre todo a aquellos que anden buscando los ojos de sus madres, tiene que arrastrarse hasta la presencia de él y de su hija.

Tan pronto como la princesa le vio, se ruborizó, y se dirigió hacia su padre y le dijo:

"¡Querido padre, elijo a éste!"

Nunca nada le había producido tanto júbilo y alegría como esto.

Los habitantes de la población estaban locos de alegría, pero el hijo de las siete reinas dijo que no podría casarse con la princesa hasta que no recuperara los ojos de sus madres.

Cuando la hermosa novia oyó la historia que le contó, le pidió le enseñara la vasija rota con el mensaje.

Esta princesa era muy inteligente. Al ver las palabras traicioneras no dijo nada, pero cogió otro pedazo de vasija rota que ella tenía y escribió lo siguiente: "Cuida bien a este muchacho, y dale todo aquello que te pida", y se lo devolvió al hijo de las siete reinas, quien no se dio cuenta del cambio.

Después de reanudar el camino, llegó al cobertizo en el barranco donde vivía la madre de la bruja blanca, era una criatura horrorosa, que se quejó terriblemente cuando el muchacho le dijo que leyera el mensaje, y especialmente se quejó cuando el muchacho le pidió el collar con los ojos.

Sin embargo, ella se quitó el collar y se lo dio diciendo, "Sólo hay trece de ellos, ya que uno lo perdí las semana pasada.”

El muchacho estaba muy contento por haber conseguido esos, y dándose prisa, tanto como pudo, llegó hasta donde estaban las siete madres, y le dio dos ojos a cada una de las reinas mayores; pero, a la más joven le dio sólo uno, y le dijo, "¡Querida madrecita! Yo seré siempre en ojo que te falta.”

Después de esto se dispuso para casarse con la princesa tal y como había prometido, pero pasando cerca del palacio de la reina blanca, él vio otra vez algunas palomas en el tejado. Entonces le disparó a una, y cayó tambaleándose pasando por la misma ventana que la última vez. La reina blanca se asomó por esa ventana, y vio que era otra vez el hijo del rey vivo y sano.

Ella se puso a llorar con rabia y disgusto, pero hizo llamar al muchacho, y le preguntó que como había regresado tan pronto, y cuando escuchó que había regresado con trece ojos y que se los había dado a las siete reinas ciegas, a punto estuvo de entrar en cólera.

No obstante ella le hizo creer que estaba muy contenta con el éxito del muchacho, y le dijo que si esta vez le daba también la paloma ella le recompensaría con la maravillosa vaca del Jogi, que da leche durante todo el día, y se encuentra cerca de un estanque de leche tan grande como muchos reinos.

El muchacho, sin poner resistencia, le dio la paloma; con lo cual, al igual que ocurrió anteriormente, ella le ofreció ir donde su madre y pedirle a ella la vaca, y le dio un mensaje donde ponía, "Mata a este muchacho, sin fallos, y ¡esparce su sangre como si fuera agua!"

Pero en el camino de ir hacia donde la madre de la malvada, el muchacho se juntó con la princesa, y le explicó porqué se había retrasado, y ella, después de leer el mensaje se lo cambió por otro.

Así pues, cuando el muchacho llegó donde la casa de la vieja bruja le preguntó por la vaca del Jogi, y ella no se pudo negar, y le explicó al joven como encontrarla; y le sugirió no tener miedo de nada, tampoco de los dieciocho mil demonios que guardan el tesoro. Le dijo que se alejara de ellos cuando sintiera que se estaban poniendo demasiado enfadados.

Entonces el muchacho hizo con valor todo aquello que le habían dicho.

Y después de una jornada caminando llegó hasta el estanque de blanca leche guardada por los dieciocho mil demonios.

Era completamente aterrador contemplar ese lugar, pero lleno de coraje, se puso a andar mientras silbaba una bonita melodía y miraba de reojo hacia un lado y hacia el otro.

Hasta que poco a poco llegó hasta donde estaba la vaca del Jogi.

Era alta, blanca, y muy bella.

El Jogi, que era el rey de todos los demonios, le ordeñaba día y noche, y la leche salía de las ubres llenando un depósito de blanca leche.

El Jogi, mirando al muchacho le gritó muy enfadado:

"¿Qué es lo que quieres aquí?"

Entonces el muchacho le contestó, según le había dicho la vieja bruja, "Quiero tu piel, para que el rey Indra pueda hacerse un tambor, ya que dice que tu piel es muy buena y resistente."

Al escuchar esto el Jogi empezó a temblar y a sacudirse (ningún Jogi o Jinn se atrevería a desobedecer las ordenes del rey Indra), y cayó a los pies del muchacho, y se puso a llorar diciendo, "Si me dejas y dices que no me has encontrado te daré cualquier cosa que posea, ¡incluso mi hermosa vaca blanca!"

Después de esto el hijo de las siete reinas, y después de fingir indecisión, estuvo de acuerdo diciendo que después de todo no sería difícil encontrar una bonita piel resistente como la del Jogi en cualquier otro lugar; así pues, se dirigió hacia casa con su maravillosa vaca detrás suyo.

Las siete reinas estaban encantadas con poseer tan maravilloso animal, y trabajarían desde la mañana hasta la noche haciendo requesón, cuajada y suero, además de vender leche a las pastelerías.

Aunque sólo utilizaran la mitad de la leche que la vaca les de, eso les haría ser muy ricas, y cada día su riqueza aumentaría.

Viendo que las siete reinas se encontraban muy bien, y que podrían arreglárselas solas, el hijo salió al fin para casarse con la princesa; pero cuando pasó por el palacio de la cierva blanca, no pudo resistirse a tirarle una piedra a las palomas que estaban arrullando en el tejado.

Una de ellas cayó muerta justo debajo de la ventana donde estaba sentada la reina. La reina se asomó y miró hacia fuera, y vio al sano y campechano muchacho de pie delante de ella. Se puso tan furiosa como nunca, llena de cólera y rencor.

Mandó a un súbdito para que le llevara a su presencia para preguntarle como había vuelto tan pronto, y cuando ella escuchó como su madre le había tratado tan amablemente casi le da un ataque; de cualquier modo, ella disimuló sus sentimientos tanto como pudo, y sonriendo dulcemente, dijo que estaba muy contenta por haber podido cumplir su promesa, y que si le daba esa tercera paloma que había cazado, ella podría hacer por él mucho más de lo que había hecho antes, le daría un millón de semillas de arroz, que madurarían en una noche.

Por supuesto, el muchacho estaba maravillado con esa idea. Le dio la paloma, y se puso en camino en busca de esas semillas, e igual que anteriormente con un pedazo de vasija rota donde había un mensaje que decía, "¡No falles esta vez. Mata al muchacho, y derrama su sangre como si fuera agua!"

Y cuando el muchacho fue a ver a la princesa, ésta como había hecho antes, sustituyó el mensaje por uno que decía: "Al igual que antes, da a este muchacho todo lo que desee, ¡su sangre será como nuestra sangre!"

Ahora, cuando la bruja vio esto, y escuchó como el muchacho quería un millón de semillas de arroz que maduraban en una sola noche, se sintió tan furiosa que entró en cólera, pero sintiendo miedo de su hija, controló esa cólera, y ofreció al muchacho ir y encontrar el campo de arroz guardado por dieciocho millones de demonios, diciéndole que tuviera cuidado y que no mirara hacia atrás después de haber cogido la espiga más larga de arroz, la cual crece en el centro del campo.

Así pues el hijo de las siete reinas partió, y muy pronto encontró ese campo donde dieciocho millones de demonios guardaban millones de semillas de arroz.


El muchacho andaba valientemente, sin mirar ni a la derecha ni a la izquierda hasta que alcanzó el centro y arrancó la espiga más larga. Cuando volvió para dirigirse a casa escuchó detrás de él miles de dulces voces, que lloraban y que decían: "¡Arráncame a mi también, oh, por favor, arráncame a mi también!", entonces el muchacho miró hacia atrás, y vio algo sorprendente, ya no quedaba nada allí excepto un pequeño montón de cenizas.

El tiempo pasaba y el muchacho no regresaba. La vieja bruja estaba intranquila porque recordaba el mensaje "su sangre será como nuestra sangre"; así que partió también en dirección al campo para ver que había pasado.

Tan pronto como llegó cerca del montón de cenizas, y conociendo bien su oficio, cogió un poco de agua, y amasando las cenizas con el agua, hizo una pasta con la forma de un hombre; luego, se pinchó su dedo meñique, y una gota de sangre que le salió la untó en la boca del hombre, e instantáneamente el hijo de las siete reinas se levantó y se sintió mejor que nunca.

"No vuelvas a desobedecer mis órdenes otra vez", refunfuñó la vieja bruja, "o la próxima vez te dejaré sólo. ¡Ahora lárgate, antes que me arrepienta de mi bondad!"

El hijo de las siete reinas volvió lleno de alegría a ver a sus siete madres, quienes con la ayuda del millón de semillas de arroz, pronto se convertirían en las personas más ricas del reino.

Luego celebraron la boda de su hijo con la inteligente princesa a todo lo grande; pero la novia, ahora su mujer, era tan inteligente y observadora, que no podía descansar hasta no informar al padre de su marido la existencia de su hijo, y castigar a la malvada bruja blanca.

Así pues mandó que su marido construyera un palacio igual que el de la bruja.

Y cuando estuvo todo preparado pidió a su marido que dieran una gran fiesta en honor al rey, el padre de su marido.

A este rey le habían llegado noticias de la existencia del misterioso hijo de las siete reinas, y su maravillosa riqueza, tenía mucha curiosidad, por lo tanto aceptó la invitación; pero cual fue su sorpresa cuando entrando al palacio lo encontró todo igual que el suyo, hasta el más mínimo detalle. Y cuando su anfitrión, ataviado con lujosas ropas, le condujo hasta la sala privada, vio sentadas en sus tronos a siete reinas, vestidas igual que la última vez que las había visto.

Se dirigió hacia ellas y se arrodilló ante sus pies.

Entonces le contaron al rey toda la historia.

El rey, en ese momento, despertó del encantamiento, y su ira creció muchísimo contra la malvada cierva blanca que le embrujó durante tanto tiempo. Era tanta su ira que no pudo contenerse y fue donde ella y la mató.

Después de esto, las siete reinas volvieron a su reino y a su espléndido palacio, y todo el mundo vivió feliz y contento.

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EL RAJA RASALU




Érase una vez un gran Rajá llamado Salabam, casado con una princesa llamada Lona, que a pesar de las muchas lágrimas derramadas, jamás había podido tener un hijo. Al fin, una noche un ángel le dijo que sus deseos se verían cumplidos.

Cuando nació el hijo, la reina suplicó a tres yoguis que fueron a pedir limosna a las puertas del palacio, que le dijeran cuál sería la suerte de su hijo, a quien aún no había visto.

- Tu hijo, hermosa reina, será un gran hombre ¬dijo el más joven de los tres.- Pero es necesario que durante doce años ni tú ni el Rajá le miréis el rostro, pues entonces moriríais sin remedio. También es importante que no vea la luz del sol, y como ahora es de noche, haz que antes de que amanezca lo bajen a una cueva oscura, de donde no deberá salir en doce años. Transcurrido este tiempo ordena que lo bañen en el río y que le pongan los más hermosos vestidos y que lo lleven a tu presencia. Su nombre será el de Rajá Rasalu, y se le conocerá en todo el mundo.

Después de oír esto, los soberanos ordenaron que su hijo fuera conducido a la más oscura cueva del palacio, donde le dejaron con un potro recién nacido, una espada, las espuelas y una coraza. También le dejaron al cuidado de numerosas esclavas y profesores, para que le enseñaran cuanto un príncipe debe saber. Hecho esto, los padres se dispusieron a aguardar pacientemente el curso de los doce años.

El joven creció jugando con su potro y charlando con un hermoso loro, mientras las esclavas y los profesores le enseñaban cuanto debía conocer.

Pasaron once años, y el príncipe empezó a cansarse de su encierro.

Quería conocer lo que había en el mundo, y así un día, aprovechando un descuido de sus vigilantes, ensilló el potro, cogió el loro y a toda velocidad salió del palacio.

Al llegar al río se bañó en él. Montó de nuevo en su potro y se dispuso a correr las más fantásticas aventuras.

A los pocos momentos el príncipe se cruzó con un grupo de mujeres que volvían de la fuente, llevando sobre la cabeza unos cántaros llenos de agua.

Divertido por el espectáculo, el joven cogió unas piedras y se las tiró a las mujeres, rompiendo los cántaros y mojando a las que los llevaban.

Las mujeres fueron a quejarse al Rajá, diciéndole:

- Un joven príncipe que cabalgaba en un potro muy hermoso y que iba cubierto con una brillante armadura, se ha cruzado con nosotros y ha roto nuestros cántaros.

Al oír la descripción que hacían del príncipe, el Rajá comprendió enseguida que se trataba de su hijo, que había abandonado su encierro antes de cumplir el plazo fijado por el yogui. Como temía que de mirarle el rostro, muriese, dijo a las mujeres que tomaran con calma lo ocurrido, y para acabar de tranquilizarlas, les regaló unos hermosos cántaros de cobre.

Ocurrió, sin embargo, que el príncipe no se había alejado del lugar, y al ver a las mujeres con sus cántaros de cobre, cogió el arco que pendía junto al arzón y disparó una serie de flechas que agujerearon los recipientes, mojando de nuevo a las mujeres.

Tampoco esta vez envió el Rajá sus soldados para que prendiesen al príncipe Rasalu, pero éste, convencido de que era el más valiente del mundo, se dirigió a palacio y penetró hasta la sala del trono, donde su padre, al enterarse de que llegaba, ocultó la cara entre las manos, y no quiso mirarle, por temor a perder la vida.

- He venido a saludarte, Rajá, no a hacerte daño -dijo el príncipe, riendo despectivo al ver el miedo del monarca.- ¿Qué te he hecho para que no quieras mirarme?

Después de esto, el príncipe abandonó la sala. Iba lleno de ira y amargura, y sólo al pasar bajo las ventanas de las habitaciones de su madre, y oírla llorar se calmó un poco. Padre y madre era algo que él jamás había conocido.

- ¿Por qué lloras, hermosa reina? -preguntó.

- Lloro por el hijo que no puedo ver -contestó la soberana.- Tú, que eres hermoso y valiente, ve por el mundo, que se rendirá sumiso a tus pies.

Al oír estas palabras, el Rajá Rasalu se sintió muy animado y decidió ir en busca de fortuna y honores.

Montó en su caballo Baunr y cogiendo su loro partió al galope, dejando tras él una densa nube de polvo, que fue lo único que de él vio la reina Lona.

Rasalu cabalgó horas y horas, hasta que llegó la noche, que le sorprendió en pleno descampado. Con la noche llegó una terrible tempestad de lluvia, y el Rajá se vio obligado a buscar refugio en una tumba, donde reposaba un cadáver decapitado.

El lugar no era muy bueno, mas a falta de otro mejor, Rasalu se conformó con él y al ver al cadáver, lo saludó con estas palabras:

- Descansa en paz, hermano.

- La paz sea contigo -replicó el cadáver, levantándose y yendo a sentarse junto al príncipe.

- ¿Cuáles son tus penas? -preguntó Rasalu.

- Sólo tengo una, pero es muy grande. Aquí donde me ves soy el hermano del Rajá Sarcap, quien un día me mandó decapitar.

- ¿Es posible que te hiciese decapitar tu propio hermano? ¿Qué clase de hombre es?

- Es muy malo y sólo tiene una pasión que es la de hacer decapitar cada día a dos o tres personas con quienes antes ha jugado a los dados. Un día, no encontró nadie que se prestara a jugar y me invitó a mí. Fui tan loco que acepté, confiando que al ser su hermano no se atrevería a hacer conmigo lo que había hecho con otros, pero me equivoqué, y éste es el motivo de que me encuentres aquí.

- A mí también me gusta jugar a los dados -dijo Rasalu.- En cuanto amanezca iré a ver a tu hermano y le propondré jugar una partida.

- No hagas tal, pues lo primero que te dirá es que apuestes tu cabeza.

- ¿Y qué? Si le gano me tendrá que dar la suya.

- Desde luego, pero es que no le ganarás. Nadie puede ganarle, pues posee unos dados mágicos y un ratón encantado, que le permiten ganar siempre.

- Es igual, lo intentaré.

- Entonces, antes de marcharte coge unos huesos míos y hazte con ellos unos dados. Sólo así podrás vencer.

Rajá Rasalu hizo lo que le indicaba el cadáver y ayudado por éste pronto tuvo dos dados magníficos, que guardó en un bolsillo.

Después se despidió de su compañero, y como había ya amanecido partió hacia el reino de Sarcap.

Tres días tardó en llegar, y al atravesar la puerta abierta en la muralla de la población, lo primero que vio fue un enorme cartel que decía así:

"EL RAJÁ SARCAP RETA A TODO AQUEL QUE ENTRE EN ESTA CIUDAD A JUGAR TRES PARTIDAS DE DADOS, EN LAS CUALES APOSTARÁ: SU REINO; SUS RIQUEZAS Y POR ÚLTIMO SU CABEZA."

Después de leer esto, Rasalu preguntó por el palacio del Rajá y al llegar a él vio con profunda indignación que dos criados se disponían matar los gatitos que acababa de tener una hermosa gata blanca.

- ¡Soltad esos animales! -gritó, echando mano a su espada.

Los criados obedecieron aterrorizados y el Rajá devolvió los gatitos a su madre. Esta, llorando de agradecimiento, le dijo:

- Jamás podré pagarte lo que has hecho por mí, sin embargo, coge uno de mis hijos y llévalo contigo. Quizá pueda serte útil.

Rasalu dio las gracias y se metió el gatito en el bolsillo, junto con los dados mágicos.

Al decir a los criados del Rajá Sarcap que llegaba dispuesto a jugar con él a los dados, todos le miraron entristecidos, pues sabían que sería vencido y su cabeza iría a aumentar la colección que tenía formada el Rajá. Algunos intentaron disuadirle, pero él no les hizo caso e insistió en jugar con Sarcap.

El monarca era un hombre muy viejo, y al enterarse de que acababa de llegar un Rajá que estaba dispuesto a luchar con él, su mirada se animó e inmediatamente dispuso se celebrase una gran fiesta en honor de su visitante.

Cuando Rasalu llegó ante el Rajá Sarcap, éste se hallaba rodeado de hermosas danzarinas, cuyos encantos estaban dispuestos para que él no prestase atención al juego y perdiera con más facilidad su dinero y su cabeza.

- ¿Qué apuestas tú contra mi reino, mis riquezas y mi cabeza? -preguntó Sarcap a Rasalu.

- Contra tu reino apostaré mí armadura; contra tus riquezas, mi caballo; y contra tu cabeza, la mía. ¿Estás conforme?

- Conforme -contestó Sarcap, al mismo tiempo que hacía una señal para que empezase la música y el baile.

Era tan bello el baile, y tan hermosas las bailarinas, que Rasalu se olvidó de sacar sus dados y jugó la primera partida con los dados de Sarcap. Este además se hacia acompañar del ratón encantado, con cuya ayuda, era completamente invencible.

El joven perdió su armadura, y al poco rato perdió también su caballo.

Cuando se disponía a tirar por tercera vez los dados, notó que el gatito se movía en el bolsillo y esto le recordó los dados que le diera el hermano de Sarcap, Sacó, pues al gatito, que dejó en el suelo y cogiendo sus dados, dijo:

- Hasta ahora hemos jugado con tus dados, Rajá Sarcap; en adelante jugaremos con los míos.

Sarcap no se atrevió a protestar, y como aún contaba con la ayuda del ratoncito encantado, aceptó. No contaba, sin embargo, con el gatito, quien al ver al ratón se lanzó sobre él y le hizo huir por una ventana.

Rasalu tiró los dados y venció a su contrincante, recuperando su caballo, que se puso muy contento al verse de nuevo con su amo.

Recuperó después sus armas y por fin, ganó la cabeza de Sarcap, y antes de que éste pudiera evitarlo, se puso en pie y de un seguro sablazo, le decapitó, entrando enseguida en posesión de su reino y riquezas. Y como el Rajá Sarcap tenía una hija muy hermosa, el joven la tomó por esposa, aunque retrasando el matrimonio hasta doce años más tarde.

Y como los estados del muerto eran enormes, ya que había ganado muchos jugando a los dados, el Rajá Rasalu fue el más poderoso monarca de la India, y su reino, el más brillante de todos, destacándose por su justicia y bondad.

"Cuento de la India"

Fuente:
Cuentos Populares
http://jk-cuentos-populares.blogspot.com/

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sacred-texts.com

Observa tus pensamientos




Observa tus pensamientos,

se convertirán en tus palabras.


Observa tus palabras,

se convertirán en tus acciones.


Observa tus acciones,

se convertirán en tus hábitos.


Observa tus hábitos,

se convertirán en tu carácter.


Observa tu carácter,

se convertirá en tu destino.


Mohandas Karamchand Gandhi

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arismartin2.com

MAHATMA (ALMA GRANDE)

1869.- Nace el político religioso de la India, Mahatma Gandhi, considerado uno de los líderes más respetados del siglo XX, al luchar en forma pacífica por la independencia de su país.
Es asesinado el 30 de enero de 1948.


Sé firme en tus actitudes y perseverante en tu ideal.

Pero sé paciente, no pretendiendo que todo te llegue de inmediato.

Haz tiempo para todo, y todo lo que es tuyo, vendrá a tus manos en el momento oportuno.

Aprende a esperar el momento exacto para recibir los beneficios que reclamas.

Espera con paciencia a que maduren los frutos para poder apreciar debidamente su dulzura.

No seas esclavo del pasado y los recuerdos tristes.

No revuelvas una herida que está cicatrizada.

No rememores dolores y sufrimientos antiguos.

¡Lo que pasó, pasó!

De ahora en adelante procura construir una vida nueva, dirigida hacia lo alto y camina hacia delante, sin mirar hacia atrás.

Haz como el sol que nace cada día, sin acordarse de la noche que pasó.

Sólo contempla la meta y no veas que tan difícil es alcanzarla.

No te detengas en lo malo que has hecho; camina en lo bueno que puedes hacer.

No te culpes por lo que hiciste, más bien decídete a cambiar.

No trates que otros cambien; sé tú el responsable de tu propia vida y trata de cambiar tú.

Deja que el amor te toque y no te defiendas de él.

Vive cada día, aprovecha el pasado para bien y deja que el futuro llegue a su tiempo.

No sufras por lo que viene, recuerda que “cada día tiene su propio afán”.

Busca a alguien con quien compartir tus luchas hacia la libertad; una persona que te entienda, te apoye y te acompañe en ella.

Si tu felicidad y tu vida dependen de otra persona, despréndete de ella y ámala, sin pedirle nada a cambio.

Aprende a mirarte con amor y respeto, piensa en ti como en algo precioso.

Desparrama en todas partes la alegría que hay dentro de ti.

Que tu alegría sea contagiosa y viva para expulsar la tristeza de todos los que te rodean.

La alegría es un rayo de luz que debe permanecer siempre encendido, iluminando todos nuestros actos y sirviendo de guía a todos los que se acercan a nosotros.

Si en tu interior hay luz y dejas abiertas las ventanas de tu alma, por medio de la alegría, todos los que pasan por la calle en tinieblas, serán iluminados por tu luz.

Trabajo es sinónimo de nobleza.

No desprecies el trabajo que te toca realizar en la vida.

El trabajo ennoblece a aquellos que lo realizan con entusiasmo y amor.

No existen trabajos humildes.

Sólo se distinguen por ser bien o mal realizados.

Da valor a tu trabajo, cumpliéndolo con amor y cariño y así te valorarás a ti mismo.

Dios nos ha creado para realizar un sueño.

Vivamos por él, intentemos alcanzarlo.

Pongamos la vida en ello y si nos damos cuenta que no podemos, quizás entonces necesitemos hacer un alto en el camino y experimentar un cambio radical en nuestras vidas.

Así, con otro aspecto, con otras posibilidades y con la gracia de Dios, lo haremos.

No te des por vencido, piensa que si Dios te ha dado la vida, es porque sabe que tú puedes con ella.

El éxito en la vida no se mide por lo que has logrado, sino por los obstáculos que has tenido que enfrentar en el camino.

Tú y sólo tú escoges la manera en que vas a afectar el corazón de otros y esas decisiones son de lo que se trata la vida.

“Que este día sea el mejor de tu vida".

MAHATMA GHANDI

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UNA LECCION PARA UN REY




Érase una vez, cuando Brahmadatta reinaba en Benarés, el Buda se reencarnó como su hijo y heredero del trono.

Cuando llegó el día de decidir su nombre, le llamaron príncipe Brama-datta.

Y creció poco a poco como todos los niños; y cuando tenía dieciséis años, fue a Takkasila, y llegó a ser un experto en todas las artes.

Después de que su padre muriera, él ascendió al trono, e introdujo nuevas normas llenas de rectitud y de eficiencia. Realizó juicios justos, donde no había odio, ni ignorancia, ni miedo. Desde que él reinaba con justicia, los ministros también administraban la ley con justicia.

Los juicios se decidían con justicia y no había testimonios falsos. Así pues los litigios y los tumultos de la población cesaron en los juzgados del reino. Aunque los jueces estaban sentados y esperando todo el día en el juzgado, terminaban el día sin haber recibido a nadie solicitando justicia.

Y al final, se acabó por tener que ¡cerrar el salón del juzgado!

El futuro Buda pensó, "No puede ser que habiendo tanta rectitud y tantas normas en mi reino no haya juicios ni sentencias; el jaleo y el bullicio ha cesado, y el salón del juzgado está a punto de cerrar. Debo, por tanto, hacer un análisis de mis propios defectos; y si encuentro que algo está equivocado en mí, dejaré todo y practicaré sólo las enseñanzas de la virtud."

Desde entonces, el buscó y solicitó que le dijeran sus fallos, pero alrededor de él no encontró a nadie que le diera una respuesta, sólo encontraba alabanzas.

Después pensó, "Es por miedo que estos hombres dicen sólo cosas buenas de mí, no cosas malas," y buscó a personas que vivían fuera del palacio.

Y no encontrando ahí nadie que le diera ninguna respuesta, buscó a personas que vivieran fuera de la ciudad, en los suburbios. Tampoco encontró a nadie en los suburbios, sólo escuchaba alabanzas, así que decidió buscar fuera de la ciudad, en el campo.

Así pues dejó a los ministros al mando de su reino, y organizó su carro llevando sólo consigo al conductor, y saliendo de la ciudad disfrazado. Penetrando en el campo, más allá de los límites de la vista, no encontró ninguna persona crítica que le dijera ningún fallo, y sólo escuchaba virtudes del rey; entonces se dio la vuelta desde las más lejanas fronteras y regresó por la carretera principal hasta la ciudad.

Durante ese mismo tiempo el rey de Kosala, que se llamaba Mallika, también había puesto normas llenas de rectitud y eficacia en su reino; y buscando algún fallo propio, no encontró a nadie en el palacio que le dijera alguno y sólo escuchaba virtudes. Por lo tanto buscando por lugares del campo a alguien que pudiera decirle algún fallo, se encontró en la misma carretera principal que el rey Brahmadatta, y justamente en el mismo punto. Los dos carros se iban a juntar, uno enfrente del otro, y cuando se acercaron se dieron cuenta que no cabían los dos juntos en la carretera.

Entonces el conductor del rey Mallita le dijo al conductor del rey de Benarés, "¡Saca tu carro fuera del camino!"

Pero el otro conductor le respondió, "No, saca el tuyo del camino, en este carro va el rey de Benarés, el gran rey Brahma-datta."

Y el otro le respondió, "En este carro, va el señor del reino de Kosala, el gran rey Mallita. ¡Saca el carro fuera ahora mismo, y haz sitio para nuestro rey!"

Entonces el conductor del rey de Benarés pensó, "Ellos dicen entonces que ellos llevan también un rey, ¿Qué debería hacer?"

Después de pensar un rato se dijo a si mismo, "se la manera, preguntaré cuantos años tiene, y sabiendo eso, el más joven será el que se apartará."

Y cuando llegó a esta conclusión, le preguntó al conductor cuantos años tenía el rey de Kosala.

Pero descubrieron que los dos reyes tenían los mismos años.

Entonces debatieron sobre la extensión de sus reinos, sobre su ejército, sobre su riqueza, su fama, su castillo y familia.

Y descubrieron que los dos señores tenían reinos de la misma extensión, así como su ejército, su riqueza, su fama, incluso su castillo y su familia eran similares.

Entonces pensaron, "Lo haremos de la manera más justa."

Y se preguntaron, "¿Cuál de los dos reyes tiene mayor rectitud?"

Entonces se buscó a ciertas personas del reino de Kosala, y proclamaron las virtudes, la bondad de su rey pronunciando estos versos:

Al fuerte él lo derrota con fuerza,
El bien conquista con bondad,

Y con bondad derrota al bondadoso
Así como al malvado con maldad

¡Así es la naturaleza de este rey!

¡Muévete del camino, conductor!


Pero el conductor del rey de Benarés le preguntó, "Bueno, ¿Nos habéis contado todas las virtudes de vuestro rey?

"Si" respondieron los otros.

"Si esas son sus virtudes, ¿Dónde están entonces sus fallos? Ya que más parecen fallos que virtudes" Les replicó.

Los otros dijeron, "Bueno, podrían ser errores si así lo queréis! Pero habría que ver las virtudes de tu rey."

Entonces el conductor del rey de Benares escuchando su corazón les respondió con estos versos:

"La ira él conquista con la calma,
y con bondad la maldad;
la mezquindad la conquista con regalos,
y a los mentirosos con verdad.
¡Así es la naturaleza de este rey!
¡Muévete del camino!,
dijo el conductor"

Y cuando él hubo dicho esto, tanto el rey Mallika como su conductor se apearon del carro.

Y cogieron a sus caballos y movieron su carro del camino, haciendo sitio al rey de Benarés.


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