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EL PERÍODO COLONIAL EN CUBA DE 1492 A 1898

Galeón español asaltado por piratas.

Por José Félix Zavala

Cuando Cristóbal Colón arribó a Cuba el 27 de octubre de 1492 y sus naves recorrieron durante cuarenta días la costa norte oriental de la Isla, pudo apreciar, junto a los encantos de la naturaleza exuberante, la presencia de pobladores pacíficos e ingenuos que le ofrecían algodón, hilado y pequeños pedazos de oro a cambio de baratijas.

Dos años después, al explorar la costa sur de Cuba durante su segundo viaje, el Almirante se percataría de la diversidad de esos pobladores indígenas, pues los aborígenes de la región oriental que lo acompañaban, no podían entenderse con los habitantes de la parte occidental.

Ciertamente, la población de la Isla se había iniciado cuatro milenios antes, con la llegada de diversas corrientes migratorias: las primeras probablemente procedentes del norte del continente a través de la Florida, y las posteriores, llegadas en sucesivas oleadas desde la boca del Orinoco a lo largo del arco de las Antillas.

Entre los aproximadamente 100 000 indígenas que poblaban la Isla al iniciarse la conquista española, existían grupos con distintos niveles de desarrollo sociocultural.

Los más antiguos y atrasados -ya casi extinguidos en el siglo XV- vivían de la pesca y la recolección y fabricaban sus instrumentos con las conchas de grandes moluscos. Otro grupo, sin despreciar la concha, poseía instrumentos de piedra pulida y, junto a las actividades recolectoras, practicaba la caza y la pesca.

Más avanzados, los procedentes de Sudamérica -pertenecientes al tronco aruaco- eran agricultores, y con su principal cultivo, la yuca, fabricaban el casabe, alimento que no sólo podía comerse en el momento, sino que también se podía conservar. Confeccionaban objetos y recipientes de cerámica y poseían un variado instrumental de concha y piedra pulida.

Sus casas de madera y guano de palma -los bohíos- agrupadas en pequeños poblados aborígenes, constituirían durante varios siglos un elemento fundamental del hábitat del campesinado cubano

La conquista de la Isla por España se inicia casi dos décadas después del primer viaje de Colón, como parte del proceso de ocupación que se irradiaba hacia diversas tierras del Caribe. A Diego Velázquez, uno de los más ricos colonos de La Española, se encargó sojuzgar el territorio cubano, que se inició en 1510 con una prolongada operación de reconocimiento y conquista, plagada de cruentos incidentes. Alertados acerca de las tropelías cometidas por los españoles en las islas vecinas, los aborígenes de la región oriental de Cuba resistieron la invasión hispana, dirigidos por Yahatuey o Hatuey, un cacique fugitivo de La Española, quien finalmente fue apresado y quemado vivo como escarmiento.

Con la fundación de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, en 1512, los españoles emprendieron el establecimiento de siete villas con el objetivo de controlar el territorio conquistado -Bayamo (1513), la Santísima Trinidad, Sancti Spíritus y San Cristóbal de La Habana (1514), Puerto Príncipe (1515)- hasta concluir con Santiago de Cuba (1515), designada sede del gobierno. Desde estos asentamientos, que en su mayoría cambiaron su primitiva ubicación, iniciaron los conquistadores la explotación de los recursos de la Isla.


La actividad económica se sustentó en el trabajo de los indígenas, entregados a los colonos por la Corona mediante el sistema de “encomiendas”, una especie de concesión personal, revocable y no transmisible, mediante el cual el colono se comprometía a vestir, alimentar y cristianizar al aborigen a cambio del derecho de hacerlo trabajar en su beneficio. El renglón económico dominante en estos primeros años de la colonia fue la minería, específicamente la extracción de oro, actividad en la cual se emplearon indios encomendados así como algunos esclavos negros que se integraron desde muy temprano al conglomerado étnico que siglos después constituiría el pueblo cubano.

El rápido agotamiento de los lavaderos de oro y la drástica reducción de la población -incluidos los españoles, alistados en gran número en las sucesivas expediciones para la conquista del continente- convirtieron a la ganadería en la principal fuente de riqueza de Cuba. A falta de oro, la carne salada y los cueros serían las mercancías casi exclusivas con que los escasos colonos de la Isla podrían incorporarse a los circuitos comerciales del naciente imperio español.

Concebido bajo rígidos principios mercantilistas, el comercio imperial se desarrollaría como un cerrado monopolio que manejaba la Casa de Contratación de Sevilla, lo que no tardó en despertar los celosos apetitos de otras naciones europeas.

Corsarios y filibusteros franceses, holandeses e ingleses asolaron el Caribe, capturaron navíos y saquearon ciudades y poblados. Cuba no escapó de esos asaltos: los nombres de Jacques de Sores, Francis Drake y Henry Morgan mantuvieron en pie de guerra por más de un siglo a los habitantes de la Isla. Las guerras y la piratería también trajeron sus ventajas.

Para resguardar el comercio, España decidió organizar grandes flotas que tendrían como punto de escala obligado el puerto de La Habana, estratégicamente situado al inicio de la corriente del Golfo.

La periódica afluencia de comerciantes y viajeros, así como los recursos destinados a financiar la construcción y defensa de las fortificaciones que, como el Castillo del Morro, guarnecían la bahía habanera, se convertirían en una importantísima fuente de ingresos para Cuba.

Los pobladores de las regiones alejadas, excluidos de tales beneficios, apelaron entonces a un lucrativo comercio de contrabando con los propios piratas y corsarios, que de este modo menos agresivo también burlaban el monopolio comercial sevillano. Empeñadas en sofocar tales intercambios, las autoridades coloniales terminaron por chocar con los vecinos, principalmente los de la villa de Bayamo, quienes con su sublevación de 1603, ofrecieron una temprana evidencia de la diversidad de intereses entre la “gente de la tierra” y el gobierno metropolitano. Uno de los incidentes provocados por el contrabando inspiró poco después el poema Espejo de Paciencia, documento primigenio de la historia literaria cubana.

A principios del siglo XVII, la Isla, que en ese momento contaba con unos 30.000 habitantes, fue dividida en dos gobiernos, uno en La Habana y otro en Santiago de Cuba, aunque la capital se estableció en aquella. Aunque lentamente, la actividad económica crecía y se diversificaba con el desarrollo del cultivo del tabaco y la producción de azúcar de caña. Paulatinamente se establecieron nuevos pueblos, por lo general alejados de las costas y crecieron las primitivas villas, donde comenzaba a manifestarse un estilo de vida más acomodado y a practicarse frecuentes diversiones, desde los juegos y bailes hasta las corridas de toros y los altares de cruz. De la actividad religiosa, que era con mucho la nota dominante de la vida social, quedarían importantes huellas arquitectónicas, entre las que vale como muestra el magnífico Convento de Santa Clara.

La subida al trono español de la dinastía Borbón a principios del siglo XVIII, trajo aparejada una modernización de las concepciones mercantilistas que presidían el comercio colonial. Lejos de debilitarse, el monopolio se diversificó y se dejó sentir de diverso modo en la vida económica de las colonias. En el caso cubano, ello condujo a la instauración del estanco del tabaco, destinado a monopolizar en beneficio de la Corona la elaboración y comercio de la aromática hoja, convertida ya en el más productivo renglón económico de la Isla. La medida fue resistida por comerciantes y cultivadores, lo que dio lugar a protestas y sublevaciones, la tercera de las cuales fue violentamente reprimida mediante la ejecución de once vegueros en Santiago de las Vegas, población próxima a la capital. Imposibilitados de vencer el monopolio, los más ricos habaneros decidieron participar de sus beneficios. Asociados con comerciantes peninsulares, lograron interesar al Rey y obtener su favor para constituir una Real Compañía de Comercio de La Habana (1740), la cual monopolizó por más de dos décadas la actividad mercantil de Cuba.

El siglo XVIII fue escenario de sucesivas guerras entre las principales potencias europeas, que en el ámbito americano persiguieron un definido interés mercantil. Todas ellas afectaron a Cuba de uno u otro modo, pero sin duda la más trascendente fue la de los Siete Años (1756-1763), en el curso de la cual La Habana fue tomada por un cuerpo expedicionario inglés. La ineficacia de las máximas autoridades españolas en la defensa de la ciudad contrastó con la disposición combativa de los criollos, expresada sobre todo en la figura de José Antonio Gómez, valeroso capitán de milicia de la cercana villa de Guanabacoa, muerto a consecuencia de los combates.

Durante los once meses que duró la ocupación inglesa -agosto de 1762 a julio de 1763-, La Habana fue teatro de una intensa actividad mercantil que pondría de manifiesto las posibilidades de la economía cubana, hasta ese momento aherrojada por el sistema colonial español.

Al restablecerse el dominio hispano sobre la parte occidental de la Isla, el Rey Carlos III y sus ministros “ilustrados” adoptaron una sucesión de medidas que favorecerían el progreso del país.

La primera de ellas fue el fortalecimiento de sus defensas, de lo cual sería máxima expresión la construcción de la imponente y costosísima fortaleza de San Carlos de La Cabaña en La Habana; a esta se sumarían numerosas construcciones civiles, como el Palacio de los Capitanes Generales (de gobierno) y religiosas, como la Catedral, devenidas símbolos del paisaje habanero.

El comercio exterior de la Isla se amplió, a la vez que se mejoraron las comunicaciones interiores y se fomentaron nuevos poblados como Pinar del Río y Jaruco. Otras medidas estuvieron encaminadas a renovar la gestión gubernativa, particularmente con la creación de la Intendencia y de la Administración de Rentas.

En este contexto se efectuó el primer censo de población (1774) que arrojó la existencia en Cuba de 171.620 habitantes.

Otra serie de acontecimientos internacionales contribuyeron a la prosperidad de la Isla. El primero de ellos, la guerra de independencia de las Trece Colonias inglesas de Norteamérica, durante la cual España -partícipe del conflicto- aprobó el comercio entre Cuba y los colonos sublevados. La importancia de este cercano mercado se pondría de manifiesto pocos años después, durante las guerras de la Revolución Francesa y el Imperio napoleónico, en las cuales España se vio involucrada con grave perjuicio para sus comunicaciones coloniales.

En esas circunstancias se autorizó el comercio con los “neutrales” -Estados Unidos- y la economía de la Isla creció vertiginosamente, apoyada en la favorable coyuntura que para los precios del azúcar y el café creó la revolución de los esclavos en la vecina Haití. Los hacendados criollos se enriquecieron y su flamante poder se materializó en instituciones que, como la Sociedad Económica de Amigos del País y el Real Consulado, canalizaron su influencia en el gobierno colonial. Liderados por Francisco de Arango y Parreño, estos potentados criollos supieron sacar buen partido de la inestable situación política y, una vez restaurada la dinastía borbónica en 1814, obtuvieron importantes concesiones como la libertad del comercio, el desestanco del tabaco y la posibilidad de afianzar legalmente sus posesiones agrarias.

Pero tan notable progreso material se basaba en el horroroso incremento de la esclavitud. A partir de 1790, en sólo treinta años, fueron introducidos en Cuba más esclavos africanos que en el siglo y medio anterior. Con una población que en 1841 superaba ya el millón y medio de habitantes, la Isla albergaba una sociedad sumamente polarizada; entre una oligarquía de terratenientes criollos y grandes comerciantes españoles y la gran masa esclava, subsistían las disímiles capas medias, integradas por negros y mulatos libres y los blancos humildes del campo y las ciudades, estos últimos cada vez más remisos a realizar trabajos manuales considerados vejaminosos y propios de esclavos. La esclavitud constituyó una importante fuente de inestabilidad social, no sólo por las frecuentes manifestaciones de rebeldía de los esclavos -tanto individuales como en grupos- sino porque el repudio a dicha institución dio lugar a conspiraciones de propósitos abolicionistas.

Entre estas se encuentran la encabezada por el negro libre José Antonio Aponte, abortada en La Habana en 1812, y la conocida Conspiración de la Escalera (1844), que originó una cruenta represión. En esta última perdieron la vida numerosos esclavos, negros y mulatos libres, entre quienes figuraba el poeta Gabriel de la Concepción Valdés, (Plácido).

El desarrollo de la colonia acentuó las diferencias de intereses con la metrópoli. A las inequívocas manifestaciones de una nacionalidad cubana emergente, plasmadas en la literatura y otras expresiones culturales durante el último tercio del siglo XVIII, sucederían definidas tendencias políticas que proponían disímiles y encontradas soluciones a los problemas de la Isla.

El cauto reformismo promovido por Arango y los criollos acaudalados encontró continuidad en un liberalismo de corte igualmente reformista encarnado por José Antonio Saco, José de la Luz y Caballero y otros prestigiosos intelectuales vinculados al sector cubano de los grandes hacendados.

La rapaz y discriminatoria política colonial de España en Cuba tras la pérdida de sus posesiones en el Continente, habría de frustrar en reiteradas ocasiones las expectativas reformistas. Esto favoreció el desarrollo de otra corriente política que cifraba sus esperanzas de solución de los problemas cubanos en la anexión a Estados Unidos. En esta actitud convergía tanto un sector de los hacendados esclavistas que veía en la incorporación de Cuba a la Unión norteamericana una garantía para la supervivencia de la esclavitud -dado el apoyo que encontrarían en los estados sureños-, como individuos animados por las posibilidades que ofrecía la democracia estadounidense en comparación con el despotismo hispano. Los primeros, agrupados en el “Club de La Habana” favorecieron las gestiones de compra de la Isla por parte del gobierno de Washington, así como las posibilidades de una invasión “liberadora” encabezada por algún general norteamericano.

En esta última dirección encaminó sus esfuerzos Narciso López, general de origen venezolano que, tras haber servido largos años en el ejército español, se involucró en los trajines conspirativos anexionistas. López condujo a Cuba dos fracasadas expediciones, y en la última fue capturado y ejecutado por las autoridades coloniales en 1851.

Otra corriente separatista más radical aspiraba a conquistar la independencia de Cuba. De temprana aparición -en 1810 se descubre la primera conspiración independentista liderada por Román de la Luz-, este separatismo alcanza un momento de auge en los primeros años de la década de 1820. Bajo el influjo coincidente de la gesta emancipadora en el continente y el trienio constitucional en España, proliferaron en la Isla logias masónicas y sociedades secretas. Dos importantes conspiraciones fueron abortadas en esta etapa, la de los Soles y Rayos de Bolívar (1823), en la que participaba el poeta José María Heredia -cumbre del romanticismo literario cubano- y más adelante la de la Gran Legión del Águila Negra alentada desde México.

También por estos años, el independentismo encontraba su plena fundamentación ideológica en la obra del presbítero Félix Varela.

Profesor de filosofía en el Seminario de San Carlos en La Habana, Varela fue electo diputado a Cortes en 1821 y tuvo que huir de España cuando la invasión de los “cien mil hijos de San Luis” restauró el absolutismo. Radicado en Estados Unidos, comenzó a publicar allí el periódico El Habanero dedicado a la divulgación del ideario independentista.

Su esfuerzo, sin embargo, tardaría largos años en fructificar pues las circunstancias, tanto internas como externas, no resultaban favorables al independentismo cubano.

En los años posteriores, la situación económica cubana experimentó cambios significativos. La producción cafetalera se derrumbó abatida por la torpe política arancelaria española, la competencia del grano brasileño y la superior rentabilidad de la caña.

La propia producción azucarera se vio impelida a la modernización de sus manufacturas ante el empuje mercantil del azúcar de remolacha europeo. Cada vez más dependiente de un solo producto -el azúcar- y del mercado estadounidense, Cuba estaba urgida de profundas transformaciones socioeconómicas a las cuales la esclavitud y la expoliación colonial española interponían grandes obstáculos.

El fracaso de la Junta de Información convocada en 1867 por el gobierno metropolitano para revisar su política colonial en Cuba, supuso un golpe demoledor para las esperanzas reformistas frustradas en reiteradas ocasiones. Tales circunstancias favorecieron el independentismo latente entre los sectores más avanzados de la sociedad cubana, propiciando la articulación de un vasto movimiento conspirativo en las regiones centro orientales del país.

Fuente
El oficio de historiar
Imagen
brigadacuba.wordpress.com

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2008/11/yahatuey-o-hatuey.html

TRASLACION DE SANTIAGO APOSTOL

Codex Calixtinus Libro III, La traslación de Santiago

De hecho, por los breves apostólicos de dos papas, Gregorio XIII y Sixto V, se celebra en Santiago y en España la fiesta de la Traslación.

El rey Herodes mandó decapitar a Santiago Apóstol. Fue el protomártir de los Apóstoles; luego le seguirían todos los demás y sucedió en la ciudad Santa de Jerusalén. Este es el dato histórico y punto de partida de una leyenda que parece ser un inverosímil juego imaginativo pero, como tantas veces sucede, la fantasía mejor intencionada cubre los espacios en blanco que la historia no puede rellenar con datos comprobables.

Y la leyenda se expone así resumiendo:

Una vez muerto Santiago, los siete discípulos que había llevado consigo cuando estuvo en España robaron por la noche el cuerpo que Herodes prohibió enterrar y dejó expuesto a las aves, perros y alimañas.

Ocultamente lo llevaron hasta el puerto de Jaffa donde milagrosamente encontraron una nave sin remeros ni piloto, pero con todo lo necesario para una larga travesía. Ayudados por un viento favorable y sin escollos ni tempestad arriban a Iria Flavia —hoy Padrón— cerca de Finisterre. Con esto cumplen el deseo que les había encargado el propio Santiago previendo el acontecimiento de su muerte.

Tierra adentro encuentran una gruta. Les parece sitio apto para depositar los restos mortales. Manos a la obra, destruyen un ídolo de piedra de los paganos del país y excavan en la piedra un sepulcro donde depositan el cuerpo con su cabeza que habían transportado. Luego levantan una casa que será capilla. Teodoro y Atanasio se quedarán custodiando la reliquia, mientras que los otros cinco compañeros saldrán por los campos y poblados a predicar el Evangelio. Cuando mueren los dos custodios reciben sepultura junto a los restos de Santiago.

Las invasiones y guerras que se suceden en el lugar son factores determinantes para que, junto con el mismo paso de los años, se relegue al olvido transitoriamente tanto el lugar ya tapado por los matorrales como el tesoro que contiene.

Cuando reina Alfonso el Casto se descubren los antiguos sepulcros y el rey manda edificar un templo. Y otros monarcas le siguen. Es Compostela.

Los papas conceden privilegios, Urbano II desliga el obispado de la jurisdicción de Braga y con Calixto II comienza a ser arzobispado.

Los milagros y las maravillas se producen en el tiempo para españoles y extranjeros. Se señala de modo muy especial la protección en la larga lucha de reconquista llegando a aplicársele el alias de "Matamoros" por haberlo visto con todas las armas precediendo al ejército cristiano.

Las rutas del peregrinaje de Europa comienzan a tener otro camino para culminar el perdón de los pecados con arrepentimiento.

Fuente: archimadrid.es
Santopedia

Imagen

liberediciones.com

Codex Calixtinus Libro III, La traslación de Santiago




Se trata del libro más breve de todos los que componen el Codex.

Pese a su brevedad, está integrado por dos textos de suma importancia en la tradición jacobea. Uno del siglo XII, en el que combina la tradición compostelana recogida en la Epístola del papa León con la leyenda de los siglos VII y VIII relativa a los Siete Varones Apostólicos, cómo éstos trasladan el cuerpo martirizado del Apóstol desde las playas palestinas hasta el “puerto de Iria, que está en Galicia”.

El otro texto es una narración en forma de epístola, atribuida a un papa León y dirigida a los reyes de Francos, Romanos, Godos y Vándalos, en un intento de expresar los países de los cuatro puntos cardinales. En él se narra el traslado del Apóstol desde Jafa hasta el puerto de Iria, en una barca de vela, guiada “por un ángel del Señor”.

Además de estas dos narraciones, el libro contiene una descripción de las tres solemnidades en honor a Santiago en la basílica compostelana.

Nota a la edición a cargo del Dr. Isidro García Tato, Secretario de Publicaciones del Instituto de Estudios Gallegos “Padre Sarmiento” del CSIC de Santiago de Compostela.

El libro termina con un breve capítulo dedicado a cantar las virtudes de las caracolas marinas, que suelen llevar consigo de recuerdo los peregrinos en su viaje de regreso, y cuya melodía aumenta la devoción de la fe, es un antídoto contra las asechanzas del enemigo y protege de las granizadas, borrascas, tempestades y vientos.

LA VIRGEN DE GUADALUPE Y QUERÉTARO

Templo de La Congregación de Clérigos de Nuestra Señora de Guadalupe


El Cerrito de Don Diego.
El Culto Guadalupano en Querétaro.
El Templo de La Congregación de Clérigos de Nuestra Señora de Guadalupe.

Por José Félix Zavala
El Oficio de Historiar

El primer santuario erigido en honor de la Virgen de Guadalupe, fue la ermita levantada en el cerro del Tepeyac, el mismo año de las apariciones, en 1531.

La segunda, fue otra ermita, edificada por Francisco de Castro y Mampaso en 1625, en Tierra Blanca, a las afueras de la ciudad de San Luis Potosí.

La tercera fue la primitiva capilla levantada en el país fue en la ciudad de Querétaro en 1674, en un predio agreste y peñascoso, llamado “el Cerrito de Don Diego”, propiedad del cura de Xichú, Alonso de Ayora y Guzmán y donde se encuentra ahora el magnífico santuario.

A 127 años de aparecida la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac, en Querétaro, no se veneraba a la Virgen Guadalupana.

Después del milagro concedido al Padre Lucas Guerrero en 1659, dio comienzo esta devoción, que para finales del siglo XIX había en la ciudad más de 30 mil imágenes de la Virgen de Guadalupe.

Efemérides:

El P. Lucas Guerrero Rodea en 1659, le consagró el tercio de los frutos de una pequeña siembra de trigo, le fueron 15 pesos

A petición de Juez eclesiástico y Vicario de Querétaro, Francisco de Lepe, sugiere que con ese dinero se adquiera se adquiera una copia del original de la Virgen de Guadalupe y traerla para su culto.

Se Acordó establecer una Congregación a instancias del Bachiller Lucas Guerrero y Diego Barrios Pimentel.

Se obtuvo la confirmación de las constituciones y licencia para esta Congregación de Clérigos de María Santísima de Guadalupe, por autos del 9 de febrero de 1669, por el Arzobispado de México.

Los primero 18 integrantes de esta Congregación firmaron ante el notario Diego de Arias Uzeda y eligieron como primer prefecto al P. Diego de Barrientos y fue confirmado por el Provisto de México el día 18 del mismo mes de 1669.

Juan Caballero de Medina, otorga tres mil pesos a esta Congregación para sostener una capellanía y pagar la función anual a la Virgen.

El Cura del Mineral de Xichú Juan de Ayora les vende en 250 pesos el terreno llamado la “Loma de Don Diego”, donde se construye la capilla y posteriormente se construirá el templo y anexos.

Autorizado de Roma el Arzobispo de México Fray Payo de Rivera Enriquez y por Cédula real de 19 de octubre de 1671, firmada por la reina Mariana de Austria, puede levantarse el templo.

Para levantar la primera capilla se recibió de Juan Caballero Medina, la cantidad de 500 pesos y otro tanto de su hijo Juan Caballero y Osio.

En 1674 queda instalada la primera capilla y bendecida el 3 de mayo de ese año.

Enseguida se procedió a abrir los cimientos del nuevo templo, bajo la dirección del arquitecto José de Rayas Delgado y a instancias de los sacerdotes Cárdenas y Guerrero.

El primero de junio de 1675 se colocó solemnemente la primera piedra del nuevo y futuro Templo y el hermano de Juan Caballero y Osio, Nicolás, levantó con su dinero, los muros para sentar las bases del edificio.

Juan Caballero y Osio determina ser sacerdote y pagar la construcción del actual Santuario a La Virgen de Guadalupe, que conocemos familiarmente como La Congregación.

En Abril de 1680 estuvo terminado y fue dedicado el 12 de mayo de ese año, por el ya sacerdote Juan Caballero y Osio.

Las reglas de La Congregación de Clérigos de Nuestra Señora de Guadalupe fueron reformadas en 1679, después en 1691 y en 1721.

En 1691 los Congregantes se hicieron cargo del Hospital Real, mientras que duró el juicio a los Hermanos Hipólitos, a quienes se los devolvieron al ser absueltos de las acusaciones.

El 7 de diciembre de 1737 se juró patrona de Querétaro a la Virgen de Guadalupe por el Alférez Real José de Urtiaga y recibió el juramento el Vicario y Juez eclesiástico de Querétaro Juan de Izaguirre.

En 1736 se hizo de nuevo el cimborrio de la cúpula por el indio José Guadalupe.

En 1742 se renovó el altar mayor.

En 1747 se fundó La Cofradía de Seglares Congregantes

En 1753 se estrenó el órgano del templo, realizado por Mariano de Las Casas.

Un hermoso frontis barroco del esplendor del siglo XVIII.

En 1754 se recibió la confirmación del juramento como patrona de Querétaro, por el Papa Benedicto XlV.

En 1758 el Ayuntamiento de la ciudad empezó con una cooperación anual de cincuenta pesos para las fiestas de la Virgen.

De 1759 a 1761 fue sede de la Parroquia de Santiago, ya secularizada.

En 1780 se celebra solemnemente el primer centenario de este templo.

En 1864, con motivo de la erección de la diócesis de Querétaro, volvió a ser temporalmente sede de la parroquia de Santiago, hasta que la Catedral fue trasladada del templo de La Compañía de Jesús a San Francisco.

En 1804 fue renovado nuevamente el Altar mayor.

En 1852 y después en 1888 fue renovado el decorado y piso del templo.

Debido a las leyes de reforma fue disuelta la Congregación de Clérigos y restaurada, junto con las malas condiciones del templo, por el obispo de Querétaro en 1884, Don Rafael S. Camacho.

Entre los piadosos sacerdotes que florecieron en la ciudad de Querétaro, a mitad del siglo XVII, contamos con el Padre Lucas Guerrero Rodea, nacido en esta ciudad en 1624 y quien fuera el promotor de la devoción a la Virgen de Guadalupe y el creador de La Congregación de sacerdotes Seculares, dedicados a obras pías y a la difusión de este culto.

El milagro lo narran así: Cuentan que el Padre Lucas Guerrero Gordea sembró trigo en un terreno muy agreste, donde era casi imposible obtener alguna cosecha y este sacerdote, con fe le encomendó a la virgen de Guadalupe, que sí le concedía el milagro de levantar cosecha, le entregaría, fuera de diezmos e impuestos, un cuarto de las ganancias y al serle concedido el milagro, la cantidad alcanzada para la Virgen, fue de 15 pesos.

A propuesta del cura de Querétaro, Francisco de Lepe, le sugirió adquiriera una imagen de la Virgen de Guadalupe, que el P. Lucas Guerrero compró en la ciudad de México y la colocó para su veneración en la capilla del hospital de los Hermanos Hipólitos, que hoy conocemos como el templo de San José de Gracia.

Los primeros en adherirse a esta veneración Guadalupana fueron 16 sacerdotes del clero secular y un numeroso grupo de indios, residentes de la ciudad de Querétaro, de quienes salió la idea de crearle una ermita expresa para su culto.

La primera capilla erigida canónicamente a Nuestra Sra. de Guadalupe en Querétaro, fue en el predio llamado “Cerro de don Diego”, se dio a instancias del Padre Lucas y a la recomendación del Provisor Cárdenas y Salazar ante el Arzobispo de México, Fray Payo de Rivera Enriques, quien a su vez solicitó el permiso a la reina gobernadora de España, Doña Mariana de Austria.

La soberana expidió la cédula real, para ser posible la edificación de la capilla, con fecha de 10 de octubre de 1671 y se colocó la primera piedra, en febrero de 1674 y bendecida dicha ermita, el 3 de mayo del mismo año.

Al año siguiente a instancias del P. Lucas Guerrero, se dio comienzo a la construcción de la iglesia actual, con el brillante proyecto del arquitecto José de Bayas Delgado y el apoyo económico de Juan Caballero de Medina y su hijo el P. Juan Caballero y Osio, colocándose la primera piedra, el primero de junio de 1675, siendo brillantemente terminada en 1680.

Las imágenes que este templo ha tenido de la Virgen de Guadalupe han sido tres, la primera fue la traída por el P. Lucas Guerrero en su viaje primero, a la ciudad de México, la segunda fue la que pintara Baltazar de Echave, colocada en la inauguración del templo de la Congregación erigido a expensas de Juan Caballero y Osio y la tercera y actual es la del famoso pintor, Miguel Cabrera.

La Virgen de Guadalupe, pintada por Miguel Cabrera y que se venera actualmente en el templo de la Congregación, fue primero propiedad del Arzobispo de México, Manuel Rubio y Linas, quien a su muerte, la obtuvo el queretano, Bernardo Pardo, teniéndola en su poder hasta 1778, en que a instancias del P. Antonio Lamas, Prefecto de los Congregantes, la intercambió por la pintura de Baltazar de Echave, que en ese entonces presidía el retablo principal del templo.

“El viento de la muerte”, una gran epidemia, aparecida en el pueblo de Tacuba, por el año de 1736 y que asoló al territorio nacional, fue el motivo para que juntos los cabildos civil y eclesiástico de la ciudad de México, propusieran a todos los cabildos del país, fuera declarada patrona de la Nueva España, la Virgen de Guadalupe.

El 4 de diciembre de 1748, y reunidas todas las formalidades, en el palacio arzobispal de la ciudad de México, fue jurada por todos los Ayuntamientos de la Nueva España y ante la presencia del Arzobispo Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta y ordenado como día festivo, el 12 de diciembre de cada año.

Fue confirmado este patronazgo nacional Guadalupano, por el Papa Benedicto XlV, por Bula del 25 de mayo de 1754.

De esta devoción Guadalupana nacieron tres organizaciones dedicadas a promover su culto y a la caridad cristiana, la primera y principal la formaron sacerdotes del clero secular y se llamó “ilustre y Venerable Congregación de Clérigos de Nuestra Señora de Guadalupe”, Aprobada por el Papa Inocencio Xll, por Bula, llamada “Pietatis et charitatis opera…”

Otra organización fue de españoles, llamada “Cofradía del Señor San José” y la otra de indios, que se nombró “Hermandad de pobres de Nuestra Señora de Guadalupe”, aprobada por el Papa Benedicto XIV, en el año de 1747.

El Templo de la Congregación ha recibido diferentes reformas después de que fuera terminado e inaugurado en 1680.

En 1736 el indio alarife José de Guadalupe sustituyó la antigua cúpula, por otra nueva, logrando un tambor circular pasando de cuatro ventanas a ocho ventanales y dándole más altura a dicha cúpula.

Pero para principios del siglo XIX, allá por 1804 se sustituyó el retablo mayor, por un neoclásico, tal como esta ahora y durante los siguientes años se destruyeron los demás retablos barrocos, sustituyéndose por los actuales.

En 1886 el obispo Rafael S. Camacho, pinto la bóveda de la cúpula con los colores nacionales, agrandó las ventanas del cuerpo de la nave, sustituyó el piso por madera de mezquite y construyó la escalinata de acceso al templo.

En 1888 la antigua antesacristía fue convertida en la Capilla de La Purísima Concepción, comunicándola al templo con un arco de entrada.

El 30 de noviembre de 1888 el Obispo Rafael S. Camacho, a las 3 de la mañana realizó en presencia, solamente del presbiterio, como lo ordenaba el derecho canónico, la consagración ritual del altar y del templo, siendo el primer santuario guadalupano en el país, de ser consagrado ritualmente.

En 1891 se enrejó el atrio y se construyó de cantera la parte que va de la escalinata al enrejado. En 1921 se construyó con granito artificial el comulgatorio.

La primera peregrinación a pie al Tepeyac la realiza Fray Francisco Frutos, quién al ser curado de grave enfermedad por intercesión de la Virgen de Guadalupe, en acto de acción de gracias camina del Santuario de La Congregación a La Villa a pie.

En 1942 La imagen de la Virgen de Guadalupe se colocó en un pabellón de mármol, como en la antigua Basílica de Guadalupe en México y desprendido del conjunto del retablo en 1980.

El Templo

Esta ordenado de oriente a poniente, es de orden dórico, así está desde las bases de las formas y pilastras, la coronación de la cúpula, el muro, cuya arquitrabe, frisos y cornisas, comienzan el juego de las bóvedas que son de arista, lo mismo que los arcos engarzados de la nave hasta los torales.

Las naves, el cuerpo de la iglesia, los brazos del crucero, la capilla mayor y presbiterio, cuyo cerramiento es en cercha.

La cúpula de media naranja que cubre la capilla mayor y corona el templo, con ocho pilastras, más el presbiterio. La bóveda inferior del coro se compone de un arco escarzano de tres puntos, guarnecido de dos pechinas ochavadas, nos permite notar lo que fue una loma, donde se levantó este hermoso templo.

Se levantan los cuatro arcos torales con hermoso vuelo, que balancea con las bóvedas, los arcos, son de medio punto y las pechinas están cubiertas con cuatro óleos de sumos Pontífices, del clero secular y fueron elevados a los altares, su arquitrabe, frisos y cornisas nos llevan a la cúpula de media naranja, perfectamente esférica, está adornada por astrías y remata con una linternilla que la ilumina.

Tiene dos capillas al principio del templo que son las bases de sus dos torres gemelas. Su fachada consta de dos cuerpos de orden corintio y remate. Tiene otras dos puertas una del lado del panteón y otra que da acceso al Colegio.

El primer retablo mayor de este templo está narrado pormenorizadamente por Carlos de Sigüenza y Góngora, el segundo fue realizado por José de Bayas Delgado, estos dos primeros fueron barrocos sobredorados y el tercero fue neo clásico de acuerdo a las normas de acuerdo a la real academia de San Carlos de México…

Se habla de tres retablos iniciales dedicados uno Santa Ana, otro a San José y otro a San Pedro. Los neoclásicos que se encuentran ahora son a San Pedro, San José, San Juan Bautista y San Antonio.

La sacristía conserva el único retablo barroco, conservado en un templo, fuera de los de santa Rosa y santa Clara en Querétaro. De 1765, donde destaca un lienzo de Cristo pintando a la Virgen, también se encuentra otro lienzo del siglo XVII, de valor y belleza que deben verse.

Las apariciones de la Virgen, están pintadas sobre las pechinas y son de Roldán, sustituyen a los Papas que estuvieron inicialmente en ese lugar.

La herrería del coro y del atrio son de hierro forjado del más alto grado artístico y en el Salón de juntas existe una bella colección de oleos de los mejores pintores de la época.

El Retablo de la Sacristía:

Esta trabajado a manera de petatillo y adornado con vegetales, con guirnaldas que adornan las pinturas. Son siete pinturas de óleo sobre tela, dos dedicadas a la virgen de Guadalupe, una de ellas en la forma tradicional y la otra a Jesucristo pintando a la Guadalupana, contemplando la escena está en la parte superior El Padre Eterno y El Espíritu Santo. Sosteniendo el lienzo están un par de angelillos.

Destacan los lienzos de San Joaquín y San Juan Bautista, entre los lienzos Guadalupanos se encuentra un San José con el niño y a los lados Señora Santa Ana y San Juan Evangelista.

La Guadalupana del altar mayor es obra de Miguel Cabrera, que en 1778 fuera donada a este templo por el Arzobispo de México Manuel Rubio y Salinas a instancias del P. Antonio Lamas.

Existe un Cristo de marfil en la sacristía de este templo, de tres cuartas de largo, sin policromado, donde resaltan las heridas del costado y no tiene policromía.


Fuente
http://eloficiodehistoriar.com.mx/2010/12/11/la-virgen-de-guadalupe-y-queretaro/

Imagen
lealtanza.com.mx

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2010/12/juan-diego.html
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2010/12/nuestra-senora-de-guadalupe.html

JUAN DIEGO




Después de la conquista espiritual que se inició en la Conquista y continuó en la Colonia, aparecieron pronto las primeras familias indígenas cristianas en las cercanías de la ciudad de la Nueva España. Juan Diego pertenecía a una de estas familias y nació en Tolpetlac, aldea al norte de la Villa de Guadalupe en 1548.

Su nombre indígena era Cuauhtlatóhuac, "el que habla como águila". Su oficio era la manufactura de petates que vendía en Tlatelolco.

Según la leyenda, a los 53 años de edad tuvo la aparición milagrosa que daría inicio a la adoración de la Virgen de Guadalupe en México.

La historia fue así: Juan Diego vivía con su mujer y su tío Juan Bernardino en Tulpetac, lugar donde no había iglesias por lo cual tenían que ir a misa hasta Santa Cruz de Tlatelolco.

El sábado 9 de diciembre de 1531 Juan Diego se encaminaba hacia ahí y al pasar por el cerro del Tepeyac oyó un canto que no era de esta tierra. Se detuvo a gozar de él y cuando miró arriba vio un sol resplandeciente y en medio a una señora en actitud de oración, él fue a saludarla y ella le dijo que era su deseo que le labrase un templo en ese llano y le encomendó también que le comunicara ese deseo al señor obispo.

El obispo no lo tomó en serio y le pidió que volviese otra vez al lugar a ver si sus ojos no lo habían traicionado. Regresó desconsolado Juan Diego y la Santísima Virgen se le apareció otra vez para decirle que volviera el domingo a ver al señor obispo.

Así lo hizo Juan Diego, pero el obispo le pidió una señal comprobatoria de la voluntad de la Virgen.

La señora se le apareció de nuevo y le pidió que volviera al día siguiente.

El lunes, día de la cita, se enfermó de cuidado el tío Juan Bernardino y recién el martes pudo salir Juan Diego que se dirigió la ciudad a buscar a un sacerdote para que le administrara los últimos sacramentos.

Iba por ahí, ese día 12 de diciembre, cuando al pasar de nuevo por el Tepeyac se le volvió a parecer la Virgen y le preguntó qué le pasaba.

El le contó lo de la enfermedad de su tío y ella le dijo que no se preocupara porque su tío ya estaba sano, después le pidió que subiera al cerro a recoger unas flores.

Fue Juan Diego y en efecto encontró muy bellas rosas de las que no era temporada y que nunca se habían dado allí. Ya con ellas en su ayate, la Santísima Virgen dijo que las llevara donde el señor obispo pero que no desplegase su ayate ni lo mostrara a nadie más. Así lo hizo Juan Diego.

Después de conseguir entrar en el obispado, le dijo a Zumárraga, el obispo, que ahí le llevaba la prueba que le había pedido. En ese momento soltó su ayate y apareció en él pintada como por los ángeles, la imagen de la Virgen de Guadalupe.

Juan Diego ha sido propuesto como santo a la iglesia católica y durante mucho tiempo su templo fue venerado por los indígenas.

La leyenda al pie de la estatua con su imagen que se encuentra en la plaza de la Basílica dice lo siguiente: "Personificación de nuestro pueblo, a quien la excelsa Madre de Dios tituló: hijo predilecto de su corazón y le mandó pedir al obispo un templo donde mostrar su misericordia. Al entregar las flores recibidas como señal, apareció estampada en su tilma la maravillosa imagen de la Virgen de Guadalupe, el 12 de diciembre de 1531, añometlactli omey actal, 13 caña, fecha inmortal para todos los mexicanos."

Nota:

Petate: La palabra petate se utiliza en América Central y México para referirse a un tipo de alfombra tejida, y cuyo nombre proviene del vocablo náhuatl petatl. El petate se elabora a base de fibras de la planta llamada Palma de Petate Thrinax Morrissi. La RAE lo define como estera. Generalmente son tejidos en forma rectangular y pueden encontrarse en diferentes tamaños.

Ayate: En México, el ayate era una como capa o cobija con la que se cubrían en tiempo de frío y era hecha de algodón o de fibras vegetales trenzadas artesanalmente.

Imagen: mensajerosdemaria.blogspot.com

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