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EL ALGARROBO

Estudiantes de primaria bajo la sombra de un viejo Algarrobo
(Prosopis alba)
Tacko


La leyenda cuenta que en épocas remotas los quechuas vivían felices, cultivando sus tierras, las cuales daban abundantes riquezas. Ellos estaban sanos y vigorosos.

Un día, los hombres fueron dejando de trabajar la tierra y de cuidar los árboles; habían olvidado las tareas cotidianas, mareados con las excesivas riquezas. Ya no rendían honores a sus dioses ni levantaban altares para recordarlos siquiera. Se dedicaban a los festejos y diversiones permanentemente.

El cacique entendió lo que sucedería y les habló a los hombres, pero nadie lo escuchó. Pasaba el tiempo y nada cambiaba hasta que un día el dios Inti, enojado, arrojó sus rayos quemando la tierra, deshojando los árboles y convirtiendo las reservas de granos en polvo.

La desolación amenazaba con extinguir al pueblo que había olvidado sus deberes.

Tuca, hija del cacique, que había pasado los días junto a su padre ya enfermo y tratando de que la gente entendiera que debía volver al trabajo, desesperada, rezó a la Pachamama (Madre Tierra) para pedirle que no permitiera la muerte de su gente, que la ayudara a salvarlos. Luego se quedó dormida de tanto llorar. Soñó entonces que la gran diosa le decía que recogiera los frutos del árbol que la cobijaba, que eran la salvación de su pueblo. Tuca despertó y vio que un árbol enorme le hacía sombra. De sus ramas pendían vainas marrones.

Sin perder un momento, la muchacha recogió los frutos y corrió a llevárselos a su gente. Y así fue que se salvó la tribu.

El árbol, venerado como sagrado, los alimentó y llevó el nombre de la indiecita que, con su perseverancia, lo había merecido.

Tacko, vocablo quechua del que deriva Tuca, es algarrobo para nosotros y con ese nombre recordamos la salvación de un pueblo que se equivocó hace mucho pero mucho tiempo.

Imagen
estanciayucat.org.ar

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2010/11/el-algarrobo.html

LA ISLA DEL TABACO





Una pareja de edad avanzada tenía un solo hijo, hermoso y alegre llamado Curisihuari. Un día, mientras la madre tejía una hamaca, el pequeño se colgó de la cuerda suspendida y la estiró. La mujer, enojada, lo empujó y el niño se echó a llorar.

La madre no le hizo caso y continuó su quehacer. El padre también oyó el llanto del niño, pero tampoco le hizo caso. Entonces Curisihuari, ofendido, se alejó del hogar.

Se había puesto el sol, y el niño no volvía. Los padres comenzaron a preocuparse.

-Vayamos a buscarlo –dijo el padre-; es tan pequeño que seguramente se ha perdido.

-La culpa es mía –agregó la medre-; con mi hosquedad lo he alejado de mi lado.

Durante un buen rato los dos esposos buscaron por la selva, y cuando ya era una noche oscura, por fin lo encontraron. Esta jugando tranquilamente con otro niño.

-¡Curisihuari! –exclamó la madre.

Al oír la voz, los padres del otro niño salieron de la cabaña e invitaron a entrar a los dos desconocidos.

La invitación fue aceptada, y los cuatro se pusieron a conversar animadamente.

-Es tarde –dijo finalmente el padre de Curisihuari-; volvamos a nuestra choza con el niño.

Salieron los cuatro y advirtieron que los pequeños habían desaparecido.

-¡Curisihuari! –llamó desesperadamente la madre.

-¡Maturahuari! –gritó la otra madre.

Empezó la búsqueda de los niños.

Pasó la noche, y al salir el sol las dos madres exclamaron al unísono:

-¡Allí están!

Efectivamente, los pequeños estaban jugando tranquilamente con otro niño. No parecían cansados; por el contrario, correteaban alegremente.

A las exclamaciones de las dos mujeres acudieron los padres del tercer niño, y todos iniciaron una agradable conversación. Cuando se volvieron en busca de las tres criaturas, éstos habían desaparecido.

-¡Cahuaihuari! –gritó la tercera madre-. ¿Dónde te has escondido?

Ahora eran seis los que buscaban a los niños. La búsqueda duró mucho tiempo. La segunda madre y la tercera la abandonaron, pero la primera pareja siguió buscando.

-Buscaremos también a vuestros hijos y os los traeremos –dijeron a las otras dos parejas.

Aquella búsqueda duró mucho tiempo. Parecía que los tres niños habían desaparecido para siempre.

Pasaron muchos años. Una mañana los dos progenitores, ya viejos, paseaban a la orilla del mar, cuando vieron que de las ondas salían tres bellos jovencitos que jugaban alegremente. Éstos se dirigieron hacia los dos ancianos con expresiones sonrientes.

La mujer reconoció inmediatamente a su hijo a pesar de los años transcurridos.

-¡Curisihuari! ¡Hijo mío! ¡Por fin te encontramos!

-Sí –contestó el muchacho-, soy Curisihuari. Mis amigos son Maturahuari y Cahuaihuari. Quisiéramos volver a nuestros hogares, pero ahora nosotros vivimos en el mundo de los dioses; no podemos volver a andar entre los hombres.

-¿Nunca más podremos volver a veros?

-Sí, podéis vernos quemando hojas de tabaco. Cada vez que lo hagáis, aparecerán nuestras figuras.

En el mismo instante los tres jóvenes volvieron a sumergirse en las ondas marinas.

Con el alma desolada, los dos ancianos volvieron a su choza.

-¡Hojas de tabaco!... –repetía el hombre-. ¿Qué será eso? ¿Dónde podré encontrar esa planta?

-Probemos quemando hojas de todos los vegetales. Alguna será la indicada –respondió la vieja.

El anciano siguió el consejo de su mujer. Recogió hojas de papaya, de algodón y de otros muchos vegetales, y las quemó. El humo de aquellas hojas no trajo a los jovencitos.

Los vecinos sentían compasión por aquellos dos ancianos, dedicados a hacer humareda con cuantas hojas encontraban.

Finalmente, el viejo fue a buscar a un hombre que tenía fama de conocer el nombre de todas las plantas existentes.

-Mi hijo me habló de hojas de tabaco –dijo cuando llegó a la choza del hombre sabio-. ¿Podrías indicarme cuál es esa planta?

-Sí –respondió el hombre-; Curisihuari tiene razón. La planta del tabaco existe, pero crece solamente en la isla de las Mujeres. A nadie permiten desembarcar en sus costas.

-¿Qué puedo hacer?

-Podrías mandar allá algún pájaro, y tal vez éste lograra traer en su pico alguna ramita de tabaco con semillas...

El hombre agradeció el consejo del viejo, pero siguió con la desolación en el alma. No era sencillo adiestrar un ave que fuera a la isla de las Mujeres y trajera una rama de una planta desconocida. Sin embargo, a poco andar se encontró con una garza que entendió el pedido y partió enseguida hacia la isla.

Pasaron algunos días y como la garza no volvía el hombre se convenció de que toda espera sería vana.

Todos se enteraron del motivo que llevaba al pobre viejo a quemar hojas. Un día un joven se presentó con una grulla y dijo al atribulado anciano:

-Es posible que la garza no sea suficientemente robusta como para llegar hasta la isla de las Mujeres. Mi grulla, en cambio, puede volar siete días seguidos sin cansarse.

El hombre agradeció, conmovido, y ayudó a la grulla a posarse sobre un escarpado escollo, junto al mar. Luego volvió a su choza lleno de esperanza. Ahora tenía una posibilidad.

Esa misma tarde un colibrí se acercó a la grulla y le preguntó qué hacía allí, sobre aquel escollo.

-Estoy descansando antes de emprender un largo vuelo. Mañana iré a la isla de las Mujeres y, si puedo, traeré una rama con semillas de tabaco.

-¡Ah, qué imprudencia! ¿No sabes que las guardianas de esa isla matan a flechazos a toda ave que se atreve a acercarse?

-Lo sé; pero he prometido aventurarme y mantendré mi promesa.

-Entonces yo iré contigo. Tal vez pueda serte útil.

No había salido el sol aún cuando el colibrí inició el vuelo. La grulla todavía dormía. Cuando se despertó emprendió el vuelo. En la mitad del viaje alcanzó al colibrí, pero vio que éste luchaba con las olas del mar. El pobre pajarito, cansado, no podía sostenerse en el aire. La grulla descendió y lo colocó suavemente sobre un ala.

Cuando llegaron a destino el colibrí dijo:

-Tú debes continuar el vuelo en torno a la isla, sin descender demasiado, pero llamando la atención de las guardianas. Mientras tanto, yo entraré en la plantación de tabaco y me procuraré una rama con semillas.

Cuando las guardianas de la isla vieron a la grulla prepararon sus arcos. La siguieron atentamente con la vista esperando que bajase para herirla. Entretanto, el colibrí arrancó una rama de tabaco con semillas.

Cuando el pajarito se posó de nuevo sobre una de las alas de la grulla inició el vuelo de retorno.

Es de imaginarse la felicidad del anciano padre cuando por fin tuvo en sus manos la semilla de tabaco. La echó en los surcos y atendió delicadamente el pequeño cultivo.

Cuando las plantas echaron hojas, éstas fueron arrancadas y secadas al sol. Luego el hombre las quemó y, en medio del humo, lleno de emoción, llamó a su hijo.

Curisihuari, Maturahuari y Cahuaihuari enseñaron a los hombres muchas cosas respecto al tabaco y fueron los protectores de las plantaciones.

“Ésta es la verdadera historia del tabaco”, dicen los indígenas de la ex Guayana venezolana, y todos los niños escuchan atentamente esta narración, que pasa de boca en boca y de generación en generación.

Fuente
http://www.bibliotecasvirtuales.com/

Imagen
tuxalapa.blogspot.com

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2011/03/mil-grullas-por-japon.html

MUSICA MAPUCHE-Pewen sagrado pewen-1er lugar Festival La Union 2000



Canción mapuche de CECIL GONZALEZ ganadora del Primer Festival Nacional de La Union, interpretada por Susana Abgélica y Los Peñis. PEWÉN SAGRADO PEWÉN
Letra y Música: Cecil Gonzalez


En la inapire mapu, Wenumapu te creó,
pa alimentar al pewenche, que por ti un día nació.
Allí estás madre araucaria, nuestro sagrado pewén,
bella, altiva, milenaria, como mi Dios Ngenechén.
Pewén, pewén.

A mi pueblo das la vida, fósil viviente ejemplar,
y en la más alta mawida nos das esperanza y paz.
Compañera indisoluble, con mis peñis noble y leal,
eres savia del pewenche, que por siglos te va a honrar.
Pewén, pewén.

Estribillo:
Pewén sagrado pewén
del pewenche el aliwen.
Grande como Ngenechén.

A la entrada del otoño hay que irse a cosechar
pues los menu ya están listos pa bajarlos con aupal,
habrá que hacer una ruca pa pasar la temporá,
irán con sus pichi wentru, que también van a ayudar.
Pewén,pewén.

Después de largas semanas ya están listos pa bajar
con sus carretas cargadas de piñones pal hogar;
tendrán para hacer su harina, sus catutos y su muday;
y habrá que esperar otro año pa volver a cosechar.
Pewén, Pewén.

Estribillo: Pewén sagrado...

GLOSARIO:

Inapire Mapu: Precordillera, hábitat de la araucaria.
Wenumapu: Creador de la tierra
Pewenche: Gente del pewen
Pewen: Araucaria
Mawida: Area boscosa cordillerana
Aliwen: El gran árbol
Menu: Cabezas que contienen el piñón
Aupal: Garrochas para coschar piñones
Pichi wentru: Niños pewenches
Piñón: Fruto de la araucaria. Gran fuente proteica.
Catuto: Masa de piñón cocido
Muday: Bebida de piñón fermentado.



ÁRBOLES SAGRADOS
PILLÁN MAMUL MO

Allá en el principio de los tiempos, cuando los hombres peleaban su lugar y su predominio sobre las otras criaturas en su mundo recién salido de las manos sagradas de futa chao, el Dios Padre resolvió darles un guía... Ese guía saldría de ellos mismos, sería llamado Chamán y encaminaría su pueblo por la vida…

La antigua historia no se detiene, y cuenta también el viaje al más allá del "elegido". Así sabemos del vuelo mágico hacia el Centro del Mundo, donde hunde sus raíces el legendario Árbol Cósmico. Allí el que será chamán deberá subir los tapty (peldaños del árbol chamánico) y se detendrá para venerar en su camino a la Luna y Sol...y también dormirá un largo sueño en sus ramas, como huevo empollando por el Ave sagrada, hasta que esté formado y listo para la misión Divina.

Muchas culturas del Tierra hablan del Árbol Divino. ¿Una misteriosa coincidencia más?... Lo diferente es la especie, aunque se mantiene la constante sagrada.
Entre los yakutes es un abeto gigante, en cambio una hermosa leyenda urankhaia, la de los trágicos amores de bo-khan, el primer chamán, y una doncella celeste, cuenta que el fruto del amor humano- divino fué un niño que su madre despechada abandonó bajo un árbol para que éste lo nutriera con su savia. Ese árbol era un álamo, y de él se dice que desciende la raza de los chamanes...

Seguramente este sea el origen del porqué el chamán asiático sube los siete peldaños simbólicos en un altar hecho con madera de álamo...

Sin embargo entre los Araucanos y Mapuches de la Patagonia el árbol sagrado por excelencia es el folle o canelo, en el que cuentan se siente Nguenechen, el dios de las raza indígena...

Los indios respetuosos del mito milenario saben que bajo su sombra no se puede mentir o hacer promesas vanas... porque la amenaza de castigo es terrible para el transgresor, y también han aprendido que con el run run (giro en círculos), y una varita de canelo anuda un hilo se ahuyenta a huecuvú, el maligno.

Más todavía: en el sur de Chile el cultrún propiciador y también el rehue (o altar ceremonial), con sus siete escalones por donde sube la machi, están hechos con las madera del canelo sagrado para que la hechicera logre el máximo de inspiración divina.

Los mapuches de la argentina austral, en cambio, quizás porque el canelo allí no es especie arbórea sino arbustiva, lo han desplazado como madera para el altar de las ceremonia; en su lugar emplean doce cañas de colihue, que sólo por esta razón adquieren un toque mágico… el que se extiende inclusive a las cañas cuando llevan en alto las banderas de cada lonco (tribu) en las fiestas rituales.

Dicen que en la flora austral cada especie tiene un espíritu guardián que reside en ella y la protege… Por eso el aborigen, antes de cortar la más pequeña rama o recoger un fruto, deberá pedir permiso a su invisible "señor".

Los dueños de los árboles más venerados y propiciados con ofrendas materiales son los del canelo, del maitén, del boldo, y… del pehuén. Cada uno tiene su rango divino, y el aura mítica lo envuelve a los ojos azorados del indígena…

Su antigua creencia le explica que el Dios vive en el maitén, y que por eso su porte elegante y su follaje brillante. Al mismo tiempo se siente protegido por él… sino ¿cómo abría, sin el maitén, para contrarrestar los efectos de las plantas demoníacas o malignas?

La tradición le ha enseñado que el sagrado boldo es una del las apariencias del Am o "alma externada" de los que han ido poco tiempo, y por eso los respeta y cuida… Si el árbol crece sano y en abundancia: ¿qué mejor garantía para la abundancia en las cosechas y en los ganados? Es más, la leyenda afirma que quien consuma su fruto vivirá larga vida, sobre todo si recoge el medio de una noche obscura y tormentosa… Eso sí: luego de permiso al "dueño" y de obsequiarlo con el consabido tributo.

El pehuén, en especial, recibe el cariño y la veneración de los antiguos habitantes del sur, sobre todo en Neuquén. Lo sienten tan profundamente propio que lo han elegido como un emblema, y se llaman así mismo los "pehuenches". E incluso como los hijos suyos buscan para el casamiento la bendición del mítico pehuén, la que les asegurará una unión buena y fecunda. Y es forma que lo consigue… si el primer encuentro ente los esposos se realizan bajo las ramas protectoras de la especie sagrada.

Entre todos los pehuénes el Picún Chao del cajón del manzano es el pino santo por excelencia… ¿Cómo no homenajearlo y congregarse en trono a él si el milagro lo ha marcado visiblemente? Es que una tormenta perdida en el tiempo del Hachadel temible Pillán araucano, el rayo lo abatió… pero resurgió de sus cenizas en un retoño vigoroso, símbolo del triunfo de la vida sobre la muerte. Por eso, en las festividades principales, promesantes de distintos puntos de la Patagonia peregrinan hasta el Picún Chao y no le dejan su ofrenda incompleto silencio, respetuosos del portento de este misterio de la naturaleza.

En la memoria colectiva de las comunidades aborígenes vive el recuerdo de las sacralidad del coíhue, o el alerce… o del seco y retorcido algarrobo del gualicho. Muchos ya han olvidado los porqué o las causas primera del mito, pero de generación en generación los patagonienses han cuidado celosamente la preservación del culto a los árboles y su presencia mágica.

Para el blanco una planta es… una planta. De ella podrá obtener utilidades varias, pero seguirá siendo sólo un vegetal. Para el indio, en cambio, una planta es vida espiritual también, y le reconocen no sólo usos sino sobre todo virtudes. Por eso hablarán de plantas divinas, diabólicas o mágicas... y con cada una trabarán relaciones especiales.

Los viejos muy viejos han enseñado a los jóvenes a distinguir a las plantas diabólicas como el litre y el latué en Chile, o el parasitario quintral, el que busca el trueno, en las laderas y largos cordilleranos de la argentina austral. A ellas le quemarán como leña para extirpar al demonio, pero se persignarán al tocarla, y escaparán del humo maléfico que suele traer erupciones y conjuntivitis a los incautos. Y si solamente pasarán a su lado durante un viaje si no deberán olvidar el conjuro: "-yo soy el litre y tú Juan (dice el indio Juan)" de modo que el árbol se equivoque y descargue su veneno sobre sí mismo. Claro que otras culturas de la región son más expeditivas: prefieren el método directo del azote… y castigan al maligno con las ramas divinas del maqui, del natre o del maitén.

Verdaderos especialistas en plantas mágicas son los dunguves, los adivinos y curanderos del amor, los que dominan los secretos estimulantes, propiciadores y afrodisíacos del pailahua, el llaquén o paramel, el mellico lahuén... y otras plantas hueñan hue para el deseo. ¿Cómo no recurrir al pailahue si se quiere recuperar el amor del hombre infiel? ¿O al nüume lahuén para obtener el amor? ¿O al latué que debita o a nula la personalidad… con cuidado en no excederse en las dósis por que la muerte puede llevarse a la persona deseada?

El conocimiento del reino vegetal no puede descuidar los usos y peligros de plantas venenosas de probada eficacia como los hongos, el pichoga, el chamico y el colliguay, aprenden la historia de caiquenito distraído, el que se quedó, en las tierras templadas del norte cuando su tribu retornaba a los pagos sureños. Dicen que su madre lo fué a buscar y lo entregó a un genio de la naturaleza para que le diera el correctivo más eficaz… Y el indiecito se convirtió en calafate, la planta del fruto penitente que si se come atrae irresistiblemente al sur.

Y así coinciden la leyenda del origen de la violeta amarilla o pilún dewu, la creación del Gran Pillán araucano, que empezó con el otro viviente bello y resistente de esta flores, el otro oro mineral que ambicionaba para su ruca divina y que tan generosamente le entegará Lil, el rico sin alegría…

O la leyenda de la ñaculahuén, la hierba sagrada que cura las úlceras… y que recuerda el entrañable amor del bravo Cacique Loncopán y de Pilmaiquén, la enamorada esposa que diera su vida y sus fuerzas para que Loncopán sanara el terrible mal que lo llevaba a la muerte…

O la leyenda de la mutisia, o la leyenda del pehuén… ¡Y de tantas otras leyendas y mitos!

Los indios de las tierras patagónicas saben que un mismo hilo sagrado une a Ngen Lemú, a los árboles sagrados, las plantas mágicas o diabólicas, o las hierbas medicinales o alucinógenas y a la flora de leyendas y tradiciones… Y lo preservan y lo respetan, enseñando a sus descendientes hacerlo también. Porque en el más austral rincón del planeta la llama divina no se apagado…

Quizás se deba a que las culturas aborígenes no han echado al olvido la única gran verdad, el misterio de los misterios: la Vida. Y la celebran…

Fuente
Una Vieja Leyenda
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2011/02/uamenk-el-chaman.html
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2011/01/el-camaruco.html
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2010/05/los-caballos-blancos.html
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2009/08/el-pehuen.html
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2008/08/nquilli.html
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2008/08/trentrn-y-caicai.html
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2010/04/nanculahuen.html