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LA FORNACALIA



La Fornacalia (1) era la Fiesta en honor de la diosa Fórnax, que tenía bajo su tutela el horno (furnus) de cocer el grano.

Esta festividad era tan antigua que se creía instituida por el rey Numa Pompilio. Cada una de las treinta curias en las que estaban divididos los ciudadanos de Roma la celebraba en un horno aparte, anunciándolo con antelación para que estuvieran presentes todos sus miembros.

Los que descuidaban cumplir con su obligación para con la diosa Fórnax, y también los que desconocían cuál era la curia a la que pertenecían, tenían que hacer su sacrificio el 17 de febrero, al que se llamó “día de los tontos” (stultorum feriae).

Tanta era la importancia de la celebración que bajo Numa Pompilio (segundo rey de Roma, sucesor de Rómulo, (715 adC – 674 adC) se instituyeron 15 días de fiesta popular en honor a la diosa Fornax tutelar.

En La Tradición de la Antigua Religión se acostumbra a comer una hogaza de pan en honor a la Diosa, preferiblemente hecho en casa. Luego, se enciende una vela blanca en su honor y se pide su intervención para que el pan sea siempre un bocado suculento y abundante en nuestro hogar.

(1) Según la Tradición de una Antigua Religión, el 17 de Febrero se celebra la fiesta de la Fornacalia, en honor a la Diosa Fórnax.

Fuente:
http://deirge.wordpress.com/category/calendario-de-la-antigua-religion/page/20/

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deirge.wordpress.com

LOHGENGRIN






Richard Wagner: Lohengrin - Overtüre



Lohgengrin, caballero del cisne, es un héroe de los mitos europeos medievales que sería absorbido por la leyenda artúrica, como hijo de Parsifal (Perceval), el caballero del Grial.

Según se narra en un poema épico del siglo XIII, y otras fuentes relacionadas con él, al morir el duque de Brabante, le solicitó a su única hija, Elsa, que se casara con uno de sus caballeros, Friedrich de Telramund.

Sin embargo, Elsa rechaza a Friedrich. Éste, indignado, se queja ante el Emperador, Enrique el Cazador, de que Elsa ha roto su promesa y luego la acusa, además, de haber matado a su padre. Ante esta acusación injusta y sin que nadie la defienda, Elsa rezará invocando ayuda. La oración hace que suene la campana del Montsalvat, en el reino del Grial, señalando que alguien está en peligro. Entonces, Lohengrin, un caballero del Grial, va a rescatarla con ayuda de un cisne mágico.

Lohengrin vence a Friedrich en un combate singular probando así la la inocencia de Elsa. Cumpliendo con las normas de la cortesía caballerezca, no lo mata aunque el emperador luego, lo condenará a muerte.

Lohengrin se casa entonces con Elsa convirtiéndose en el duque de Brabante. La condición era muy clara: ella jamás podría preguntar cómo se llama o dónde vive. El propio Grial había dispuesto que cuando alguno de sus caballeros salieran del reino del Grial, lo habrían de hacer en el más absoluto anonimato, de manera tal que si se descubriera su identidad estarían irreversiblemente obligados de regresar.

Pasados varios años, luego de tener unos cuantos hijos, Elsa no puede soportar la curiosidad. En el relato original, son las burlas de la duquesa de la Cleves las que la animan a romper el pacto (en la opera de Wagner lo hace por la insistencia de Ortud, la esposa de Friedrich).

Finalmente, Elsa realiza la pregunta prohibida. Lohengrin debe pues, regresar a proteger el Grial, dejando a su dama sola, acompañada tan solo por su espada, su cuerno y su anillo como toda herencia para sus hijos.


Fuente:
http://mitosyleyendas.idoneos.com/

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fotolog.com

http://www.youtube.com/watch?v=AcekLCkaP0A


LA ENEIDA




Dentro de las diversas obras literarias que se crearon bajo el tutelaje de Augusto, se encuentra “La Eneida” compuesta por Publio Virgilio Marón. Este poema épico es singularmente importante, en primer lugar porque desde el momento que comenzó a circular se transformó en la epopeya nacional romana. En segundo porque estableció la versión definitiva de los mitos sobre la fundación de Roma y finalmente por que justificaba la política expansionista latina y el gobierno autocrático de Augusto. Por eso es que resulta importante conocer las ideas mitológicas e históricas que hay detrás de este texto.

Según “La Eneida” tras la guerra de Troya, Júpiter decidió evitar que los pueblos se destruyeran en guerras tan sangrientas. Con ese fin ordenó a uno de los pocos sobrevivientes de Troya que fundara una nación que llevara paz y prosperidad al mundo. Esta nación debía establecerse en la península itálica.

En su viaje, Eneas encalla con sus hombres en las costas de Cartago que había sido fundada hace poco y aún reinaba su primera Reina, la legendaria Dido. Dido se enamora de Eneas y le pide que se quede con ella en Cartago. Eneas duda, pero finalmente decide cumplir con la misión que le encargaron los dioses y parte hacia Italia. La Reina, sintiéndose traicionada conjura una maldición contra Eneas y la raza que fundará, esta maldición es un anuncio de la guerra que siglos después enfrentaría a Roma contra Cartago.

Una vez en Italia, Eneas y su séquito se establecen en la región del Lacio, donde son bien recibidos por el Rey Latino que daría nombre al pueblo que surgiría en esa región. Sin embargo un importante sector de los habitantes del lugar, liderados por Turno, no aceptan a los troyanos. Tras un duro enfrentamiento, Eneas se impone a Turno y logra establecerse en el Lacio, fundando la ciudad de Alba Longa.

Tras su muerte, Eneas es sucedido por su hijo Iulo y una larga estirpe de reyes. Pero los problemas comienzas dinástico comienzas tras la muerte del sabio Rey Procas. El menor de sus hijos, Amulio usurpa el trono y exilia al legítimo heredero Numitor. A Rea Silvia, la hija de Numitor, la obliga a volverse Sacerdotisa Vestal, para que mantenga la virginidad y no pueda engendrar ningún hijo. Sin embargo el dios Marte, seduce a Rea Silvia y de la unión nace dos gemelos Rómulo y Remo.

Rea Silvia debe exiliarse y Rómulo y Remo quedan bajo el cuidado de una loba en las orillas del Tiber. Sobre este río fundan la ciudad de Roma y tras una disputa, Rómulo mata a Remo y se constituye en el primer Rey de Roma. Como en esta ciudad reina el heredero legítimo de Eneas, Roma le quita la supremacía del Lacio a Alba Longa.

Cuando los reyes latinos son sustituidos por los etruscos, se corre el riesgo de perder el legado sagrado, por eso es que se hace imperativo echar a los reyes y constituirse en una República. Bajo la República Roma fue expandiéndose, llevando la paz y las leyes a regiones cada vez más lejanas.

Irónicamente, con el paso del tiempo, el peor enemigo de la misión divina de Roma eran los propios romanos, ya que constantemente combatían entre ellos en guerras civiles. Con este fin los dioses nombraron a un descendiente de Enas y Iulio, tal como su nombre lo atestigua, Cayo Julio César (Caius Iulius Caesar) para que restableciera la paz y tutelara el buen funcionamiento de la República. Como César fue asesinado, esta misión fue completada por su legítimo heredero, Cayo Julio César Octaviano, conocido como Augusto y desde entonces, el linaje de los Julios tiene la obligación y el honor de velar porque Roma cumpla con su misión divina.

Fuente:
http://e-historia.es
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portalplanetasedna.com.ar

Paul Cezanne (1839-1906)



Paul Cezanne (1839-1906)
Music and Art series

Cézanne, Paul Cézanne, Paul
Nacionalidad: Francia
Aix-en-Provence 19 de enero de 1839 - Aix-en-Provence 22 de octubre de 1906
Pintor
Estilo: Neo-Impresionismo
Obras: 208

Para buena parte de los pintores de la vanguardia, especialmente Matisse y Picasso, Cézanne sería el padre de la modernidad. Este último escribió: "Cézanne era mi sólo y único maestro. No creáis que me limitara a mirar sus cuadros ... Pasé años estudiándolos ... Cézanne era como un padre para todos nosotros".

Nuestro homenaje a Paul Cézanne en su 172º cumpleaños.

WASSILISSA LA SABIA




Había una vez y no había una vez una joven madre que yacía en su lecho de muerte con el rostro tan pálido como las blancas rosas de cera de la sacristía de la cercana iglesia. Su hijita y su marido permanecían sentados a los pies de la vieja cama de madera, rezando para que Dios la condujera sana y salva al otro mundo.
La madre moribunda llamó a Vasalisa y la niña se arrodilló al lado de ella con sus botas rojas y su delantalito blanco.

—Toma esta muñeca, amor mío —dijo la madre en un susurro, sacando de la colcha de lana una muñequita que, como la propia Vasalisa, llevaba unas botas rojas, un delantal blanco, una falda negra y un chaleco bordado con hilos de colores.

—Presta atención a mis últimas palabras, querida —dijo la madre—. Si alguna vez te extraviaras o necesitaras ayuda, pregúntale a esta muñeca lo que tienes que hacer. Recibirás ayuda. Guarda siempre la muñeca. No le hables a nadie de ella. Dale de comer cuando esté hambrienta. Ésta es mi promesa de madre y mi bendición, querida hija.

Dicho lo cual, el aliento de la madre se hundió en las profundidades de su cuerpo donde recogió su alma y, cuando salió a través de sus labios, la madre murió.

La niña y su padre la lloraron durante mucho tiempo. Pero, como un campo cruelmente arado por la guerra, la vida del padre reverdeció una vez más en los surcos y éste se casó con una viuda que tenía dos hijas. Aunque la madrastra y sus hijas siempre hablaban con cortesía y sonreían como unas señoras, había en sus sonrisas una punta de sarcasmo que el padre de Vasalisa no percibía.

Sin embargo, cuando las tres mujeres se quedaban solas con Vasalisa, la atormentaban, la obligaban a servirlas y la enviaban a cortar leña para que se le estropeara la preciosa piel. La odiaban porque poseía una dulzura que no parecía de este mundo. Y porque era muy guapa. Sus pechos brincaban mientras que los suyos menguaban a causa de su maldad. Vasalisa era servicial y jamás se quejaba mientras que la madrastra y sus hermanastras se peleaban entre sí como las ratas entre los montones de basura por la noche.
Un día la madrastra y las hermanastras ya no pudieron aguantar por más tiempo a Vasalisa.

—Vamos... a... hacer que el fuego se apague y entonces enviaremos a Vasalisa al bosque para que vaya a ver a la bruja Baba Yagá* y le suplique fuego para nuestro hogar. Y, cuando llegue al lugar donde está Baba Yagá, la vieja bruja la matará y se la comerá.

Todas batieron palmas y soltaron unos chillidos semejantes a los de los seres que habitan en las tinieblas.

Así pues aquella tarde, cuando regresó de recoger leña, Vasalisa vio que toda la casa estaba a oscuras. Se preocupó y le preguntó a su madrastra:

— ¿Qué ha ocurrido? ¿Con qué guisaremos? ¿Qué haremos para iluminar la oscuridad?

—Qué estúpida eres —le contestó la madrastra—. Está claro que no tenemos fuego. Y yo no puedo salir al bosque porque soy vieja. Mis hijas tampoco pueden ir porque tienen miedo. Por consiguiente, tú eres la única que puede ir al bosque a ver a Baba Yagá y pedirle carbón para volver a encender la chimenea.
—Muy bien pues, así lo haré —dijo inocentemente Vasalisa.

Y se puso en camino. El bosque estaba cada vez más oscuro y las ramitas que crujían bajo sus pies la asustaban. Introdujo la mano en el profundo bolsillo de su delantal donde guardaba la muñeca que su madre moribunda le había entregado.

Le dio unas palmadas a la muñeca que guardaba en el interior del bolsillo y se dijo:

—Es verdad, el simple hecho de tocar esta muñeca me tranquiliza.

A cada encrucijada del camino, Vasalisa introducía la mano en el bolsillo y consultaba con la muñeca.

—Dime, ¿tengo que ir a la derecha o a la izquierda?

La muñeca le contestaba, "Sí", "No", "Por aquí" o "Por allá". Vasalisa le dio a la muñeca un poco de pan que llevaba y siguió el camino que parecía indicarle la muñeca.

De repente, un hombre vestido de blanco pasó al galope por su lado montado en un caballo blanco e inmediatamente se hizo de día. Más adelante, pasó un hombre vestido de rojo montado en un caballo rojo y salió el sol. Vasalisa prosiguió su camino y, en el momento en que llegaba a la choza de Baba Yagá, pasó un jinete vestido de negro trotando a lomos de un caballo negro y entró en la cabaña de Baba Yagá. Enseguida se hizo de noche. La valla hecha con calaveras y huesos que rodeaba la choza empezó a brillar con un fuego interior, Iluminando todo el claro del bosque con su siniestra luz.

La tal Baba Yagá era una criatura espantosa. Viajaba no en un carruaje o un coche sino en una caldera en forma de almirez que volaba sola. Ella impulsaba el vehículo con un remo en forma de mano de almirez y se pasaba el rato barriendo las huellas que dejaba a su paso con una escoba hecha con el cabello de una persona muerta mucho tiempo atrás.

Y la caldera volaba por el cielo mientras el grasiento cabello de Baba Yagá revoloteaba a su espalda. Su larga barbilla curvada hacia arriba y su larga nariz curvada hacía abajo se juntaban en el centro. Tenía una minúscula perilla blanca y la piel cubierta de verrugas a causa de su trato con los sapos. Sus uñas orladas de negro eran muy gruesas, tenían caballetes como los tejados y estaban tan curvadas que no le permitían cerrar las manos en un puño.

La casa de Baba Yagá era todavía más extraña. Se levantaba sobre unas enormes y escamosas patas de gallina de color amarillo, caminaba sola y a veces daba vueltas y más vueltas como un bailarín extasiado. Los goznes de las puertas y las ventanas estaban hechos con dedos de manos y pies humanos y la cerradura de la puerta de entrada era un hocico de animal lleno de afilados dientes.

Vasalisa consultó con su muñeca y le preguntó:
— ¿Es ésta la casa que buscamos?

Y la muñeca le contestó a su manera:
—Sí, ésta es la casa que buscas.

Antes de que pudiera dar otro paso, Baba Yagá bajó con su caldera y le preguntó a gritos:

— ¿Qué quieres?
La niña se puso a temblar.
—Abuela, vengo por fuego. En mi casa hace mucho frío... mi familia morirá... necesito fuego.

Baba Yagá le replicó:
—Ah, sí, ya te conozco y conozco a tu familia. Eres una niña muy negligente… has dejado que se apagara el fuego. Y eso es una imprudencia. Y, además, ¿qué te hace pensar que yo te daré la llama?

Vasalisa consultó con la muñeca y se apresuró a contestar:
—Porque yo te lo pido.

Baba Yagá ronroneó.
—Tienes mucha suerte porque ésta es la respuesta correcta.

Y Vasalisa pensó que había tenido mucha suerte porque había dado la respuesta correcta.

Baba Yagá la amenazó:

—No te puedo dar el fuego hasta que hayas trabajado para mí. Si me haces estos trabajos, tendrás el fuego. De lo contrario…

—Aquí Vasalisa vio que los ojos de Baba Yagá se convertían de repente en unas rojas brasas—.

De lo contrario, hija mía, morirás.

Baba Yagá entró ruidosamente en su choza, se tendió en la cama y ordenó a Vasalisa que le trajera lo que se estaba cociendo en el horno.
En el horno había comida suficiente para diez personas y la Yagá se la comió toda, dejando tan sólo un pequeño cuscurro y un dedal de sopa para Vasalisa.

—Lávame la ropa, barre el patio, limpia la casa, prepárame la comida, separa el maíz aflublado del maíz bueno y cuida de que todo esté en orden. Regresaré más tarde para inspeccionar tu trabajo. Si no está listo, tú serás mi festín.

Dicho lo cual, Baba Yagá se alejó volando en su caldera, usando la nariz a modo de cataviento y el cabello a modo de vela. Y cayó de nuevo la noche.

Vasalisa recurrió a su muñeca en cuanto la Yagá se hubo ido.

— ¿Qué voy a hacer? ¿Podré cumplir todas estas tareas a tiempo?

La muñeca le aseguró que sí y le dijo que comiera un poco y se fuera a dormir. Vasalisa le dio también un poco de comida a la muñeca y se fue a dormir.

A la mañana siguiente, la muñeca había hecho todo el trabajo y lo único que quedaba por hacer era cocinar la comida. La Yagá regresó por la noche y vio que todo estaba hecho. Satisfecha en cierto modo aunque no del todo porque no podía encontrar ningún fallo, Baba Yagá dijo en tono despectivo:

—Eres una niña muy afortunada.

Después llamó a sus fieles sirvientes para que molieran el maíz e inmediatamente aparecieron tres pares de manos en el aire y empezaron a raspar y triturar el maíz. La paja voló por la casa como una nieve dorada. Al final, se terminó la tarea y Baba Yagá se sentó a comer. Se pasó varias horas comiendo y por la mañana le volvió a ordenar a Vasalisa que limpiara la casa, barriera el patio y lavara la ropa.

Después le mostró un gran montón de tierra que había en el patio.

—En este montón de tierra hay muchas semillas de adormidera, millones de semillas de adormidera. Quiero que por la mañana haya un montón de semillas de adormidera y un montón de tierra separados. ¿Me has entendido?

Vasalisa estuvo casi a punto de desmayarse.

— ¿Cómo voy a poder hacerlo?

Introdujo la mano en el bolsillo y la muñeca le contestó en un susurro: —No te preocupes, yo me encargaré de eso.

Aquella noche Baba Yagá empezó a roncar y se quedó dormida y entonces Vasalisa intentó separar las semillas de adormidera de la tierra. Al cabo de un rato la muñeca le dijo:
—Vete a dormir. Todo irá bien.

Una vez más la muñeca desempeñó todas las tareas y, cuando la vieja regresó a casa, todo estaba hecho. Baba Yagá habló en tono sarcástico con su voz nasal:
— ¡Vaya! Qué suerte has tenido de poder hacer todas estas cosas. Llamó a sus fieles sirvientes y les ordenó que extrajeran aceite de las semillas de adormidera e inmediatamente aparecieron tres pares de manos y lo hicieron.
Mientras la Yagá se manchaba los labios con la grasa del estofado, Vasalisa permaneció de pie en silencio.

— ¿Qué miras? —le espetó Baba Yagá.

— ¿Te puedo hacer unas preguntas, abuela? —dijo Vasalisa.

—Pregunta —replicó la Yagá—, pero recuerda que un exceso de conocimientos puede hacer envejecer prematuramente a una persona.

Vasalisa le preguntó quién era el hombre blanco del caballo blanco.

—Ah —contestó la Yagá con afecto—, el primero es mi Día.

— ¿Y el hombre rojo del caballo rojo?

—Ah, ése es mi Sol Naciente.

— ¿Y el hombre negro del caballo negro?

—Ah, sí, el tercero es mi Noche.

—Comprendo —dijo Vasalisa.

—Vamos niña, ¿no quieres hacerme más preguntas? —dijo la Yagá en tono zalamero.

Vasalisa estaba a punto de preguntarle qué eran los pares de manos que aparecían y desaparecían, pero la muñeca empezó a saltar arriba y abajo en su bolsillo y entonces dijo en su lugar:
—No, abuela. Tal como tú misma has dicho, el saber demasiado puede hacer envejecer prematuramente a una persona.

—Ah —dijo la Yagá, ladeando la cabeza como un pájaro—, tienes una sabiduría impropia de tus años, hija mía. ¿Y cómo es posible que seas así?

—Gracias a la bendición de mi madre —contestó Vasalisa sonriendo.

— ¡¿La bendición?! —Chilló Baba Yagá—. ¡¿La bendición has dicho?!

En esta casa no necesitamos bendiciones. Será mejor que te vayas, hija mía —dijo empujando a Vasalisa hacia la puerta y sacándola a la oscuridad de la noche—.

Mira, hija mía. ¡Toma! —Baba Yagá tornó una de las calaveras de ardientes ojos que formaban la valla de su choza y la colocó en lo alto de un palo—. ¡Toma! Llévate a casa esta calavera con el palo. Eso es el fuego. No digas ni una sola palabra más.

Vete de aquí.

Vasalisa iba a darle las gracias a la Yagá, pero la muñequita de su bolsillo empezó a saltar arriba y abajo y entonces Vasalisa comprendió que tenía que tomar el fuego y emprender su camino.

Corrió a casa a través del oscuro bosque, siguiendo las curvas y las revueltas del camino que le iba indicando la muñeca.

Vasalisa salió del bosque, llevando la calavera que arrojaba fuego a través de los orificios de las orejas, los ojos, la nariz y la boca. De repente, se asustó de su peso y de su siniestra luz y estuvo a punto de arrojarla lejos de sí. Pero la calavera le habló y le dijo que se tranquilizara y siguiera adelante hasta llegar a la casa de su madrastra y sus hermanastras. Y ella así lo hizo.

Mientras Vasalisa se iba acercando a la casa, la madrastra y las hermanastras miraron por la ventana y vieron un extraño resplandor danzando en el bosque.

El resplandor estaba cada vez más cerca y ellas no acertaban a imaginar qué podía ser. La prolongada ausencia de Vasalisa las había inducido a pensar que ésta había muerto y que las alimañas se habían llevado sus huesos y en buena hora.

Vasalisa ya estaba muy cerca de su casa. Cuando la madrastra y las hermanastras vieron que era ella, corrieron a su encuentro, diciéndole que llevaban sin fuego desde que ella se había ido y que, a pesar de que habían intentado repetidamente encender otro, éste siempre se les apagaba.

Vasalisa entró triunfalmente en la casa, pues había sobrevivido al peligroso viaje y había traído el fuego a su hogar. Pero la calavera que estaba contemplando todos los movimientos de las hermanastras y de la madrastra desde lo alto del palo las abrasó y, a la mañana siguiente, el malvado trío se había convertido en unas pavesas.

* En ruso, literalmente, Mujer Hechicera. (N. de la T.)

Clarissa Pinkola Estés
Mujeres Que Corren Con Los Lobos

Rusia, Rumania, los países de la antigua Yugoslavia, Polonia y países bálticos

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LAS ZAPATILLAS ROJAS




Hace mucho, mucho tiempo, vivía una hermosa niña que se llamaba Karen. Su familia era muy pobre, así que no podía comprarle aquello que ella deseaba por encima de todas las cosas: unas zapatillas de baile de color rojo. Porque lo que más le gustaba a Karen era bailar, cosa que hacía continuamente. A menudo se imaginaba a sí misma como una estrella del baile, recibiendo felicitaciones y admiración de todo el mundo.

Al morir su madre, una atesorada señora acogió a la niña y la cuidó como si fuera hija suya. Cuando llegó el momento de su puesta de largo, la llamó a su presencia:

- Ve y cómprate calzado adecuado para la ocasión – Le dijo su benefactora alargándole el dinero.

Pero Karen, desobedeciendo, y aprovechando que la vieja dama no veía muy bien, encargó a la zapatera un par de zapatos rojos de baile.

El día de la celebración, todo el mundo miraba los zapatos rojos de Karen. Incluso alguien hizo notar a la anciana mujer que no estaba bien visto que una muchachita empleara ese tono en el calzado.

La mujer, enfadada con Karen por haber desobedecido, la reprendió allí mismo:

- Eso es coquetería y vanidad, Karen, y ninguna de esas cualidades te ayudará nunca.

Sin embargo, la niña aprovechaba cualquier ocasión para lucirlos.

La pobre señora murió al poco tiempo y se organizó el funeral. Como había sido una persona muy buena, llegó gente de todas partes para celebrar el funeral. Cuando Karen se vestía para acudir, vio los zapatos rojos con su charol brillando en la oscuridad. Sabía que no debía hacerlo, pero, sin pensárselo dos veces, cogió las zapatillas encantadas y metió dentro sus piececitos:

-¡Estaré mucho más elegante delante de todo el mundo!- se dijo.

Al entrar en la iglesia, un viejo horrible y barbudo se dirigió a ella:

-¡Qué bonitos zapatos rojos de baile! ¿Quieres que te los limpie?- le dijo.

Karen pensó que así los zapatos brillarían más y no hizo caso de lo que la señora siempre le había recomendado sobre el recato en el vestir. El hombre miró fijamente las zapatillas, y con un susurro y un golpe en las suelas les ordenó:

-¡Ajustaos bien cuando bailéis!

Al salir de la iglesia, ¡Cuál sería la sorpresa de Karen al sentir un cosquilleo en los pies! Las zapatillas rojas se pusieron a bailar como poseídas por su propia música. Las gentes del pueblo, extrañadas, vieron como Karen se alejaba bailando por las plazas, los prados y los pastos. Por más que lo intentara, no había forma de soltarse los zapatos: estaban soldados a sus pies, ¡y ya no había manera de saber qué era pie y qué era zapato!

Pasaron los días y Karen seguía bailando y bailando. ¡Estaba tan cansada…! y nunca se había sentido tan sola y triste. Lloraba y lloraba mientras bailaba, pensando en lo tonta y vanidosa que había sido, en lo ingrata que era su actitud hacia la buena señora y la gente del pueblo que la había ayudado tanto.

- ¡No puedo más!- gimió desesperada -¡Tengo que quitarme estos zapatos aunque para ello sea necesario que me corten los pies!

Karen se dirigió bailando hacia un pueblo cercano donde vivía un verdugo muy famoso por su pericia con el hacha. Cuando llegó, sin dejar de bailar y con lágrimas en los ojos gritó desde la puerta:

-¡Sal! ¡Sal! No puedo entrar porque estoy bailando.

-¿Es que no sabes quién soy? ¡Yo corto cabezas!, y ahora siento cómo mi hacha se estremece.- dijo el verdugo.

-¡No me cortes la cabeza -dijo Karen-, porque entonces no podré arrepentirme de mi vanidad! Pero por favor, córtame los pies con los zapatos rojos para que pueda dejar de bailar. Pero cuando la puerta se abrió, la sorpresa de Karen fue mayúscula. El terrible verdugo no era otro que el mendigo limpiabotas que había encantado sus zapatillas rojas.

-¡Qué bonitos zapatos rojos de baile!- exclamó -¡Seguro que se ajustan muy bien al bailar!- dijo guiñando un ojo a la pobre Karen -Déjame verlos más de cerca….

Pero nada más tocar el mendigo los zapatos con sus dedos esqueléticos, las zapatillas rojas se detuvieron y Karen dejó de bailar.

Aprendió la lección, las guardó en una urna de cristal y no pasó un solo día en el que no agradeciera que ya no tuviera que seguir bailando dentro de sus zapatillas rojas.

H. C. Andersen

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