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NUESTRA SEÑORA DE MONTSERRAT

Virgen de Montserrat
Patrona de Cataluña



En 1881 el Papa León XIII concedió el privilegio de que la Virgen de Montserrat fuera coronada canónicamente.

Fue la primera imagen de la Virgen María que recibió tal privilegio en la geografía española.

Este mismo Papa concedió que la Virgen de Montserrat fuera la celestial Patrona de todas las diócesis catalanas.

La montaña de Montserrat, en Cataluña, famosa entre las montañas por su rara configuración, ha sido desde tiempos remotos uno de los lugares escogidos por la Santísima Virgen para manifestar su maternal presencia entre los hombres.

La fiesta en su honor es el 27 de Abril

Lugar: Montserrat, España


La Virgen de Montserrat, Cataluña
Canción Virolai de Montserrat (Emili Vendrell)


Cuenta la leyenda que unos pastores estaban pastando sus ovejas cerca de Montserrat y descubrieron la imagen de madera en una cueva, en medio de un misterioso resplandor y cantos angelicales. Por órdenes del obispo de llevarla a la catedral, comenzó la procesión, pero no llegó a su destino, ya que la estatua se empezó a poner increíblemente pesada y difícil de manejar.

Entonces fue depositada en una ermita cercana, y permaneció allí hasta que se construyó el actual monasterio benedictino.

La virgen es de talla románica.

El color oscuro de Nuestra Señora de Montserrat se atribuye al humo de innumerables velas y lámparas que por siglos se han encendido ante la imagen día y noche. Por esto la llaman por cariño LA MORENETA

Descripción de la Imagen

La santa imagen, tallada en madera, es un buen ejemplo del arte románico.

La estatua está sentada y mide 95 cm., un poco más de tres pies de altura.

De acuerdo con el estilo románico, la figura es delgada, de cara alargada y delicada expresión.

Una corona descansa sobre la cabeza de la Virgen y otra adorna la cabeza del Niño Jesús, que está sentado en sus piernas. Tiene un cojín que le sirve de banquillo o taburete para los pies y ella está sentada en un banquillo de patas grandes, con adornos en forma de cono.

El vestido consiste en una túnica y un manto de diseño dorado y sencillo. La cabeza de la Virgen la cubre un velo que va debajo de la corona y cae ligeramente sobre los hombros. Este velo también es dorado, pero lo realzan diseños geométricos de estrellas, cuadrados y rayas, acentuadas con sombras tenues.

La mano derecha de la Virgen sostiene una esfera, mientras la izquierda se extiende hacia adelante con un gesto gracioso.

El Niño Jesús está vestido de modo similar, por su puesto, con excepción del velo. Tiene la mano derecha levantada, dando la bendición, y la izquierda sostiene un objeto descrito como un cono de pino.

Casi toda la estatua es dorada, excepto la cara y las manos de la Virgen, y la cara, las manos y los pies del Niño. Estas partes tienen un color entre negro y castaño.

A diferencia de muchas estatuas antiguas que son negras, debido a la naturaleza de la madera o a los efectos de la pintura original, el color oscuro de Ntra. Sra. de Montserrat se le atribuye a las innumerables velas y lámparas que se han encendido ante la imagen día y noche.

Con el transcurso del tiempo el humo se ha ido introduciendo en la figura, ennegreciéndola gradualmente. Por esto la llaman por cariño La Morenita. En virtud de esta coloración, la Virgen está catalogada entre las Vírgenes Negras, y la estatua goza de gran estima como un tesoro religioso y por su valor artístico.

Origen

No se sabe nada acerca del origen de la estatua, aunque cuenta la leyenda que unos pastores estaban pastando sus ovejas cerca de Montserrat y descubrieron la imagen de madera en una cueva, en medio de un misterioso resplandor y cantos angelicales. Por órdenes del obispo de llevarla a la catedral, comenzó la procesión, pero no llegó a su destino, ya que la estatua se empezó a poner increíblemente pesada y difícil de manejar. Entonces fue depositada en una ermita cercana, y permaneció allí hasta que se construyó el monasterio de hoy en día.

Esta leyenda no se ha podido confirmar.

También se cree que los primeros monjes del lugar consiguieron una estatua que fuera de acuerdo con la iglesia románica original. Se cree que dicha estatua es la misma que ahora se venera y que fue puesta cerca del retablo o contra una pared, ya que lo negro de la estatua no está cuidadosamente distribuido.

La estatua está ubicada en lo alto de la pared de una alcoba que queda detrás del altar principal. Directamente detrás de esta alcoba y de la estatua se encuentra un cuarto grande, llamado el Camarín de la Virgen. Este camarín puede acomodar a un grupo grande de personas, y desde ahí se puede rezar junto al trono de la Stma. Madre. A este cuarto se llega subiendo una monumental escalera de mármol, decorada con entalladuras y mosaicos.

Visitada por los santos.

Entre los santos que visitaron el lugar venerado se encuentran S. Pedro Nolasco, S. Raymundo de Peñafort, S. Vicente Ferrer, S. Francisco de Borja, S. Luis Gonzaga, S. José de Calasanz, S. Antonio María Claret y S. Ignacio de Loyola, que, siendo aún caballero, se confesó con uno de los monjes y pasó una noche orando ante la imagen de la Virgen.

A unas cuantas millas queda Manresa, un santuario de peregrinación para la Compañía de Jesús, la orden Jesuita fundada por San Ignacio, pues encierra la cueva en donde el Santo se retiró del mundo y escribió sus Ejercicios Espirituales.

Fuente
http://www.mariavirgen.com.ar/apariciones/virgen_montserrat.htm
http://www.familiario.com/santoral/Ntra.Sra.deMontserrat.htm

Imagen
ciberia.es


GRANADILLA

Granadilla, Cáceres, España


Esta leyenda transcurre en la Edad Media en un pueblo cacereño llamado Granadilla.

En este pueblo vivía la duquesa de Alba, Margarita. Se dice que uno de sus vasallos, Albar, se enamoró cuando era niño de Margarita.

Creció enamorado de ella y sufriendo en silencio.

Cuando llegó a adulto, partió a luchar contra los moros y se hizo respetar en las filas del ejército. Entonces Margarita pidió ayuda a Albar, pues Granadilla estaba sitiada por los moros. Albar salió del pueblo por una puerta secreta a observar el panorama y le comunicó a la duquesa que no había posibilidad alguna de vencer, pues los moros superaban a sus tropas varias veces. Tras esto le confesó su amor, pero no era correspondido por ella. Él quiso salvarla de la invasión sacándola de Granadilla pero ella se negaba, por lo que Albar decidió salvarla por la fuerza.

Mientras intentaba escapar con ella a cuestas por la salida secreta, Margarita le arrebató una daga y se la clavó a Albar en la espalda.

Albar, desangrándose, montó en su caballo que tenía en la salida y fue recogido varios días después por un monje que ya nada pudo hacer por él.

Albar lo único que podía decir es que estaba arrepentido.

Ahora dicen que este caballero sigue vagando por las calles de Granadilla montado en su caballo y atormentando a sus habitantes sin dejar de repetir algo que aún se puede oír en las noches de Granadilla: ¡¡¡Perdón!!!

Nota:

Actualmente, Granadilla es un pueblo abandonado y sólo permanece habitado por un guarda y por monitores y jóvenes que actuarán como habitantes medievales durante unos días, ya que es un campamento de trabajo en los veranos.

Imagen
valdesangil.com

LA DAMA DEL LAGO





Había una vez una viuda que, habiendo perdido a su esposo en la guerra, vivía en unión de su único hijo. Ambos eran tan trabajadores que, en pocos años, se habían asegurado una existencia holgada, sin que nada les faltase.

Tenían una casita con un huerto, y el establo lleno de animales. La madre cuidaba la casa, y el hijo tenía a su cargo el cuidado de los animales, los que llevaba a pastar al prado que se hallaba en las cercanías de un lago.

Un día, el joven, sentado junto a la orilla, contemplaba las transparentes aguas del lago, cuando descubrió de repente una muchacha que se paseaba sobre la superficie de las aguas.

Era más bella que un rayo de sol; una espléndida cascada de dorados cabellos caía sobre su espalda de alabastro y sus ojos de turquesa contemplaban la superficie del lago, donde se reflejaba, como en un espejo, su extraordinaria belleza.

El joven, que estaba comiendo un trozo de pan y queso, quedó como en éxtasis, creyendo que soñaba.

De pronto, la hermosa muchacha pareció verle, y se aproximó lentamente a la orilla.

El hijo de la viuda le ofreció el trozo de pan que tenía en su mano derecha.

Ella lo rechazó, diciendo.

- Mano dura, pan duro, no procuran sino angustias y miserias.

Sin añadir más, zambullóse en el agua y desapareció.

El joven quedó largo rato en la orilla, escrutando las aguas, esperando ver aparecer de nuevo a la encantadora muchacha, cuya armoniosa voz le pareció estar oyendo aún. Mas aguardó en vano y, al caer la tarde, volvióse a su casa tras de sus vacas.

Cenó tan poco y estuvo tan absorto en sus pensamientos que su madre no pudo por menos que preguntarle si se sentía enfermo.

Él le contó cuanto había visto, añadiendo que jamás podría olvidar a aquella hermosa muchacha que había aparecido en la superficie de las aguas del lago.

La madre quedó pensativa unos instantes; luego, dijo a su hijo:

- No ha aceptado tu pan porque era demasiado duro. Mañana te llevarás pan tierno y no lo rehusará.

- Tienes razón, madre. Así lo haré.

Durante toda aquella noche no pudo conciliar el sueño, pensando en la joven de los cabellos de oro, de la que se había enamorado perdidamente.

Y, no hubo bien amanecido, tomó prestamente el camino del lago, llevando en su morral un trozo de pan blanco, recién salido del horno.
Sentado junto a la orilla, con el corazón palpitante de emoción, aguardó la aparición de la encantadora criatura.

Mas pasó el tiempo y la superficie del lago permaneció desierta y silenciosa. De repente, levantóse un poco de viento que hizo encresparse las aguas, al tiempo que una nube blanca ocultaba el sol.

- ¡Tal vez no viene porque hace mal tiempo! - pensó el joven, con tristeza.

En efecto, transcurrieron muchas horas sin que la fascinadora muchacha de los cabellos de oro se dejara ver. Finalmente, las nubes se desvanecieron y el sol volvió a lucir victorioso, reflejándose en la superficie del lago.

Advirtiendo que algunas de sus vacas se habían acercado a abrevar a la orilla, corrió hacia ellas, por temor de que cayeran al agua. Pero no había avanzado sino unos cuantos pasos, cuando la extraordinaria aparición se alzó ante él, envolviéndole en una mirada fascinadora.

El joven quedó, como encantado unos segundos; mas, rehaciéndose al fin, dijo:

- Toma, éste no es duro como el de ayer. Acéptalo, porque te quiero y desearía hacerte mi esposa.

Ella no respondió, pero no dejó de mirarle con sus ojos color de cielo.

Entonces el joven se arrodilló, prosiguiendo con voz trémula:

- Si consientes en ser mi esposa, te haré feliz y no viviré más que para ti.

Respondió la joven:
- No. Pan tierno y corazón sensible, dan a menudo grandes dolores.

Y, como el día anterior, desapareció en las aguas del lago.

El hijo de la viuda había observado que, mientras hablaba la encantadora muchacha de cabellos de oro sonreía y sus ojos relucían maravillosamente. Esto le hizo abrigar alguna esperanza y, cuando llegó a su casita, estaba menos triste que la noche anterior.

Su madre quiso saber lo que le había sucedido y, cuando el joven hubo terminado su relato, dijo:

- El pan de ayer era demasiado duro y el de hoy demasiado blando. Es menester que le ofrezcas un trozo de pan que no esté demasiado seco ni demasiado fresco.

Y preparó en la artesa el pan que su hijo debía llevar el día siguiente.

Extendíase el lago al pie de la verde montaña y refulgía el sol en el firmamento azul, rodeado de nubes blancas como la nieve.

Sentado junto a la orilla, el hijo de la viuda no apartaba su mirada de la superficie del lago.

Más cuando llegó la hora de ponerse el sol sin que la fascinadora muchacha de los cabellos de oro y ojos color de cielo hubiera aparecido, el pobre joven sintió que una gran amargura invadía su corazón.

Había de volver a su casita, triste y desilusionado.

Ya llamaba a su rebaño para alejarse de allí, cuando, al dirigir una última mirada al lago, vio algo que le llenó de estupor: las vacas, paseaban tranquilamente por la superficie de las aguas y la joven de los cabellos de oro y ojos de color de cielo le contemplaba, sonriendo.

Al ver al pastor le salió al encuentro y saltó a la orilla, tendiéndole una mano.

Preso de una felicidad indescriptible, él le ofreció el pan amasado por su madre. La muchacha lo aceptó, mientras en su rostro se reflejaba una expresión de ternura.

Sentados uno junto al otro, el pastor tomó en las suyas una de las delicadas manecitas de la muchacha, diciendo:

- Te quiero. ¿Me harás dichoso, siendo mi esposa?

- ¡Imposible! - respondió ella.

- ¿Por qué? ¿Quieres que me muera de pena?

- No puedo aceptar, porque tú eres un ser mortal, mientras que yo pertenezca al reino de las hadas.

- No importa. No, es por cierto, la primera vez que un mortal se casa con un hada.

La muchacha dudó unos momentos y luego contestó:

- Bien, estoy dispuesta a ser tu esposa; pero con una condición.

- Habla amor mío. Por ti, estoy dispuesto a todo.

- Me casaré contigo; mas si me pegas tres veces sin motivo, nos separaremos.

- ¿Yo pegarte? - exclamó el pastor, enajenado de felicidad. - Mis manos no se posarán en ti más que para prodigarte caricias.

No bien hubo él terminado de decir esto, cuando la encantadora joven dio un salto poderoso y se sumergió en las aguas, desapareciendo en el fondo del lago.

La desesperación del pastor no es para ser descrita.

Y como en verdad no podía vivir sin aquella hermosa muchacha, se habría echado al agua tras ella, de no haberle contenido el pensamiento de que su madre se quedaría sola en el mundo.

Ya iba a alejarse de allí lleno de tristeza, cuando vio dos jovencitas que le salían al encuentro, acompañadas de un anciano que llevaba los cabellos extendidos sobre los hombros.

- Hijo de los hombres - dijo al pastor - Soy el padre de la muchacha con quien quieres casarte. Estas son mis dos hijas, y si puedes decirme a cuál de ellas has elegido, consentiré en tu casamiento.

El pastor contempló a aquellas dos encantadoras muchachas y quedó perplejo.

Eran idénticas, como dos gotas de agua.

Si no acertaba a indicar cual de ellas era la que había visto sobre las aguas, ninguna de las dos sería su esposa.

Y quedó mirándolas con fijeza, profundamente sorprendido, mientras el viejo aguardaba su respuesta.

Ya estaba a punto de desesperarse, cuando una de las jóvenes sacó un diminuto pie por debajo del vestido.

El pastor comprendió el significado de aquella seña y, acercándose a la muchacha, le cogió, de la mano, profundamente emocionado.

Dijo el anciano:

- Muy bien. Te confío la felicidad de mi hija.

- Aseguro a usted que la haré dichosa - dijo el pastor.

- Poco a poco, jovencito. Hemos de hablar de cosas prácticas. Mi hija tiene una dote.

- No quiero nada - replicó, el pastor. - Mi madre tiene una casa, un huerto y mucho ganado. Como soy su único heredero, puedo asegurarle que su hija será rica.

- Pero yo no puedo casarla sin darle su dote - insistió el anciano.

- Es usted muy generoso, pero yo estoy dispuesto a casarme con ella, aun sin dote, porque la amo.

- No importa. Recuerda, sin embargo, que si le pegas por tres veces sin motivo, el matrimonio quedará anulado y mi hija volverá conmigo.

Dicho esto, se volvió a la muchacha y le preguntó qué quería como dote.

Ella pidió cinco caballos, diez vacas y tres bueyes.

Apenas hubo terminado de manifestar sus deseos, los animales aparecieron como por arte de magia, relinchando y mugiendo alegremente.

El viejo bendijo a los dos jóvenes y desapareció en el lago con su otra hija.

El pastor ofreció su brazo a la joven esposa y se dirigió a su casa, seguido de los animales.

La madre los acogió muy contenta y, pocos días más tarde, se celebró la boda.

Los recién casados se habían establecido en una casita cercana a la de la viuda y vivían contentos y tranquilos, en unión de tres niñas que completaban su felicidad.

Un día recibieron la invitación de asistir a un bautizo, pero la joven esposa no se encontraba en disposición de ponerse en camino.

- Iremos a caballo - propuso el marido.

- Prefiero quedarme en casa.

- No, querida, no quiero dejarte sola. Ve a preparar tu caballo, mientras yo preparo el mío.

Y se fue a la cuadra para ponerse la silla a su cabalgadura.

Mas, cuando volvió y notó que su mujer no se había movido, apoderóse de él tal rabia que le dio un ligero golpe con la mano, exclamando:

- ¿Por qué no has hecho lo que te he dicho?

Por toda respuesta, ella rompió a llorar, gimiendo:

- ¡Ah, malo, malo! ¡Me has pegado sin ningún motivo! ¡Acuérdate del trato hecho y no me pegues más, pues te quedarás sin mí!

- Lo he hecho en broma - respondió el marido, mesándose los cabellos con desesperación.

Y se arrodilló ante su adorada esposa, prometiéndole que no lo haría más.

Al cabo de algún tiempo, el incidente fue olvidado.

Un día fueron invitados a una boda y asistieron, participando de la alegría de los convidados. Pero, en cierto momento, sin ningún motivo, la esposa del pastor rompió de pronto en amargo llanto.

- ¿Por qué lloras? - le preguntó su esposo afectuosamente, dándole un ligero golpe en la mejilla. - ¿Estás enferma?

- ¡Ah! - gimió ella, retorciéndose las manos y llorando aún más amargamente. - ¡Me has pegado por segunda vez, sin motivo alguno!

Preso de loca desesperación, el marido vio que había olvidado que, según la ley de las hadas, el golpe más leve equivalía a una paliza.

También este segundo incidente quedó olvidado pronto, y los dos esposos continuaron gozando de su felicidad, rodeados de sus tres hijas, que crecían sanos y robustos.

De cuando en cuando, la esposa recordaba al marido el pacto hecho antes de casarse; si le pegaba por tercera vez, su felicidad quedaría truncada para siempre.

Más, un mal día, el pastor olvidó su promesa.

Habían ido a unos funerales, y, mientras los parientes y amigos del difunto lloraban su muerte, la mujer del pastor prorrumpió de pronto en una carcajada.

Sorprendido, su marido le dio un golpe en el brazo, diciéndole:

- ¿Estás loca? ¿Qué haces?

- Río porque los muertos están más contentos que los vivos, porque están libres de toda angustia y dolor.

Y, dirigiendo una triste mirada a su marido, añadió:

- Ahora nuestro matrimonio se ha roto. Me has pegado por tercera vez y tenemos que separamos para siempre.

Sin escuchar las súplicas del pastor, la mujer volvió a la casita donde habían vivido felices tantos años.

Y dijo a los animales:

- ¡Volved a la corte de vuestro rey!

Los animales abandonaron la cuadra y, con la esposa del pastor, se dirigieron al lago, en cuyas aguas desaparecieron inmediatamente.

Después de haberlos seguido en vano, el desgraciado pastor volvió a su casita, y, pocos días después, murió de tristeza.

Las tres hijas continuaron durante muchos años yendo a la orilla del lago, con la esperanza de volver a ver a su mamá, pero la hermosa dama de cabellos de oro y ojos color de cielo no apareció nunca más en las aguas.

Quizá, en las claras, noches de luna, un débil y triste lamento se eleva de las tranquilas aguas, como el llanto de una madre que invoca en vano a sus queridos hijos, perdidos para siempre jamás.

http://jk-cuentos-populares.blogspot.com/

EL CRISTO DE LA VEGA

Cristo de la Vega (Antigua Basílica de Santa Leocadia) a principios de siglo.
Foto hacia 1925 por Thomas


Había en Toledo dos amantes: Diego Martínez e Inés de Vargas. Habían mantenido relaciones prematrimoniales y ella, ante el conocimiento que de tal hecho tenía su padre, exige a su joven enamorado que reponga su honor contrayendo matrimonio. Él le contesta que debe partir para Flandes, pero que a su vuelta, dentro de un mes, la llevará a los altares.

Inés, no muy segura de las intenciones del mozo, le pide que se lo jure. Diego se resiste hasta que ella consigue llevarlo ante la imagen del Cristo de la Vega y que en voz alta y tocando sus pies jure que al volver de la guerra la desposará. “Pasó un día y otro día, un mes y otro mes y un año pasado había, mas de Flandes no volvía Diego, que a Flandes partió".

Mientras, Inés se marchitaba de tanto llorar, ahogándose en su desesperanza y desconsuelo, desesperando sin acabar de esperar, aguardando en vano la vuelta del galán. Todos los días rezaba ante el Cristo, testigo de su juramento, pidiendo la vuelta de Diego, pues en nadie más encontraba apoyo y consuelo.

Dos años pasaron y las guerras en Flandes acabaron; pero Diego no volvía. Sin embargo, Inés nunca desesperó, siempre aguardaba con fe y paciencia la vuelta de su amado para que le devolviera la honra que con él se había llevado. Todos los días acudía al Miradero en espera de ver aparecer al que a Flandes partió. Uno de esos días, después de haber pasado tres años, vio a lo lejos un tropel de hombres que se acercaba a las murallas de la ciudad y se encaminaba hacia la puerta del Cambrón. El corazón le palpitaba con fuerza a causa de la zozobra que la embargaba mientras se iba acercando a la puerta.

Al tiempo que a ella llegó, la atravesaba el grupo de jinetes. Un vuelco le dio el corazón cuando reconoció a Diego, pues él era el caballero que, acompañado de siete lanceros y diez peones, encabezaba el grupo. Dio un grito, en el que se mezclaba el dolor y la alegría, llamándole; pero el joven la rechazó aparentando no conocerla y, mientras ella caía desmayada, él, con palabras y gesto despectivos, dio espuelas a su caballo y se perdió por las estrechas y oscuras callejuelas de Toledo.

¿Qué había hecho cambiar a Diego Martínez? Posiblemente fuera su encumbramiento, pues de simple soldado, fue ascendido a capitán y a su vuelta el rey le nombró caballero y lo tomó a su servicio. El orgullo le había transformado y le había hecho olvidar su juramento de amor, negando en todas partes que él prometiera casamiento a esa mujer. "¡Tanto mudan a los hombres fortuna, poder y tiempo!».

Inés no cesaba de acudir ante Diego, unas veces con ruegos, otras con amenazas y muchas más con llanto; pero el corazón del joven capitán de lanceros era una dura piedra y continuamente la rechazaba. En su desesperación, sólo vio un camino para salir de la situación en que se encontraba, aunque podía ser un peligro, pues era dar a luz pública su conflicto y deshonor; pero en realidad las murmuraciones en la ciudad no cesaban y todo el mundo hablaba de su caso.

Tomada la decisión acudió al Gobernador de Toledo, que a la sazón lo era don Pedro Ruiz de Alarcón, y le pidió justicia. Después de escuchar sus quejas, el viejo dignatario le pidió algún testigo que corroborase su afirmación, mas ella ninguno tenía.

Don Pedro hizo acudir ante su tribunal a Diego Martínez y al preguntarle, éste negó haber jurado casamiento a Inés. Ella porfiaba y él negaba. No había testigos y nada podía hacer el gobernador. Era la palabra de uno contra la del otro.

En el momento en que Diego iba a marcharse con gesto altanero, satisfecho después de que don Pedro le diera permiso para ello, Inés pidió que lo detuvieran, pues recordaba tener un testigo. Cuando la joven dijo quién era ese testigo, todos quedaron paralizados por el asombro. El silencio se hizo profundo en el tribunal y, tras un momento de vacilación y de una breve consulta de don Pedro con los jueces que le acompañaban en la administración de justicia, decidió acudir al Cristo de la Vega a pedirle declaración.

Al caer el sol se acercaron todos a la vega donde se halla la ermita. Un confuso tropel de gente acompañaba al cortejo, pues la noticia del suceso se había extendido como la pólvora por la ciudad. Delante iban don Pedro Ruiz de Alarcón, don Iván de Vargas, su hija Inés, los escribanos, los corchetes, los guardias, monjes, hidalgos y el pueblo llano.

“Otra turba de curiosos en la vega aguarda", entre los que se encontraba Diego Martínez “en apostura bizarra". Entraron todos en el claustro, "encendieron ante el Cristo cuatro cirios y una lámpara" y se postraron de hinojos a rezar en voz baja.

A continuación un notario se adelantó hacia la imagen y teniendo a los dos jóvenes a ambos lados, en voz alta, después de leer "la acusación entablada” demandó a Jesucristo como testigo:

"¿Juráis ser cierto que un día, a vuestras divinas plantas, juró a Inés Diego Martínez por su mujer desposarla?" Tras unos instantes de expectación y silencio, el Cristo bajó su mano derecha, desclavándola del madero y poniéndola sobre los autos, abrió los labios y exclamó:

-Sí, juro». Ante este hecho prodigioso ambos jóvenes renunciaron a las vanidades de este mundo y entraron en sendos conventos.

José Zorrilla

Fuente:
http://sapiens.ya.com

Imagen
flickr.com

LA BRUJA DE LA CATEDRAL DE GIRONA



Hace muchos años atrás, vivía en Girona una mujer que se dedicaba al diabólico arte de la brujería, a fin de mostrar su odio a toda persona religiosa. Acostumbraba insultar a todo habitante que se le pusiera por delante, y a lanzar piedras contra las paredes de la Catedral.

Cierto día, durante las procesiones de Corpus, ella lanzó piedras al paso que se encontraba escenificando el acto, y todos los allí presentes pudieron oír una voz divina que le anunció:

- Piedras tiras, entonces de piedra te quedaras.-

La bruja se convirtió en piedra en el acto. Su aspecto era espeluznante, con la boca por siempre abierta a causa del miedo que sintió.

Entonces, los habitantes que allí asistían, la colocaron en la pared de la Catedral, como si fuera una gárgola, para que de su boca no saliesen más insultos, sino agua limpia de lluvia, mirando hacia el suelo para que nunca más pudiera ver el cielo.

Imagen
flickr.com

EL PERÍODO COLONIAL EN CUBA DE 1492 A 1898

Galeón español asaltado por piratas.

Por José Félix Zavala

Cuando Cristóbal Colón arribó a Cuba el 27 de octubre de 1492 y sus naves recorrieron durante cuarenta días la costa norte oriental de la Isla, pudo apreciar, junto a los encantos de la naturaleza exuberante, la presencia de pobladores pacíficos e ingenuos que le ofrecían algodón, hilado y pequeños pedazos de oro a cambio de baratijas.

Dos años después, al explorar la costa sur de Cuba durante su segundo viaje, el Almirante se percataría de la diversidad de esos pobladores indígenas, pues los aborígenes de la región oriental que lo acompañaban, no podían entenderse con los habitantes de la parte occidental.

Ciertamente, la población de la Isla se había iniciado cuatro milenios antes, con la llegada de diversas corrientes migratorias: las primeras probablemente procedentes del norte del continente a través de la Florida, y las posteriores, llegadas en sucesivas oleadas desde la boca del Orinoco a lo largo del arco de las Antillas.

Entre los aproximadamente 100 000 indígenas que poblaban la Isla al iniciarse la conquista española, existían grupos con distintos niveles de desarrollo sociocultural.

Los más antiguos y atrasados -ya casi extinguidos en el siglo XV- vivían de la pesca y la recolección y fabricaban sus instrumentos con las conchas de grandes moluscos. Otro grupo, sin despreciar la concha, poseía instrumentos de piedra pulida y, junto a las actividades recolectoras, practicaba la caza y la pesca.

Más avanzados, los procedentes de Sudamérica -pertenecientes al tronco aruaco- eran agricultores, y con su principal cultivo, la yuca, fabricaban el casabe, alimento que no sólo podía comerse en el momento, sino que también se podía conservar. Confeccionaban objetos y recipientes de cerámica y poseían un variado instrumental de concha y piedra pulida.

Sus casas de madera y guano de palma -los bohíos- agrupadas en pequeños poblados aborígenes, constituirían durante varios siglos un elemento fundamental del hábitat del campesinado cubano

La conquista de la Isla por España se inicia casi dos décadas después del primer viaje de Colón, como parte del proceso de ocupación que se irradiaba hacia diversas tierras del Caribe. A Diego Velázquez, uno de los más ricos colonos de La Española, se encargó sojuzgar el territorio cubano, que se inició en 1510 con una prolongada operación de reconocimiento y conquista, plagada de cruentos incidentes. Alertados acerca de las tropelías cometidas por los españoles en las islas vecinas, los aborígenes de la región oriental de Cuba resistieron la invasión hispana, dirigidos por Yahatuey o Hatuey, un cacique fugitivo de La Española, quien finalmente fue apresado y quemado vivo como escarmiento.

Con la fundación de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, en 1512, los españoles emprendieron el establecimiento de siete villas con el objetivo de controlar el territorio conquistado -Bayamo (1513), la Santísima Trinidad, Sancti Spíritus y San Cristóbal de La Habana (1514), Puerto Príncipe (1515)- hasta concluir con Santiago de Cuba (1515), designada sede del gobierno. Desde estos asentamientos, que en su mayoría cambiaron su primitiva ubicación, iniciaron los conquistadores la explotación de los recursos de la Isla.


La actividad económica se sustentó en el trabajo de los indígenas, entregados a los colonos por la Corona mediante el sistema de “encomiendas”, una especie de concesión personal, revocable y no transmisible, mediante el cual el colono se comprometía a vestir, alimentar y cristianizar al aborigen a cambio del derecho de hacerlo trabajar en su beneficio. El renglón económico dominante en estos primeros años de la colonia fue la minería, específicamente la extracción de oro, actividad en la cual se emplearon indios encomendados así como algunos esclavos negros que se integraron desde muy temprano al conglomerado étnico que siglos después constituiría el pueblo cubano.

El rápido agotamiento de los lavaderos de oro y la drástica reducción de la población -incluidos los españoles, alistados en gran número en las sucesivas expediciones para la conquista del continente- convirtieron a la ganadería en la principal fuente de riqueza de Cuba. A falta de oro, la carne salada y los cueros serían las mercancías casi exclusivas con que los escasos colonos de la Isla podrían incorporarse a los circuitos comerciales del naciente imperio español.

Concebido bajo rígidos principios mercantilistas, el comercio imperial se desarrollaría como un cerrado monopolio que manejaba la Casa de Contratación de Sevilla, lo que no tardó en despertar los celosos apetitos de otras naciones europeas.

Corsarios y filibusteros franceses, holandeses e ingleses asolaron el Caribe, capturaron navíos y saquearon ciudades y poblados. Cuba no escapó de esos asaltos: los nombres de Jacques de Sores, Francis Drake y Henry Morgan mantuvieron en pie de guerra por más de un siglo a los habitantes de la Isla. Las guerras y la piratería también trajeron sus ventajas.

Para resguardar el comercio, España decidió organizar grandes flotas que tendrían como punto de escala obligado el puerto de La Habana, estratégicamente situado al inicio de la corriente del Golfo.

La periódica afluencia de comerciantes y viajeros, así como los recursos destinados a financiar la construcción y defensa de las fortificaciones que, como el Castillo del Morro, guarnecían la bahía habanera, se convertirían en una importantísima fuente de ingresos para Cuba.

Los pobladores de las regiones alejadas, excluidos de tales beneficios, apelaron entonces a un lucrativo comercio de contrabando con los propios piratas y corsarios, que de este modo menos agresivo también burlaban el monopolio comercial sevillano. Empeñadas en sofocar tales intercambios, las autoridades coloniales terminaron por chocar con los vecinos, principalmente los de la villa de Bayamo, quienes con su sublevación de 1603, ofrecieron una temprana evidencia de la diversidad de intereses entre la “gente de la tierra” y el gobierno metropolitano. Uno de los incidentes provocados por el contrabando inspiró poco después el poema Espejo de Paciencia, documento primigenio de la historia literaria cubana.

A principios del siglo XVII, la Isla, que en ese momento contaba con unos 30.000 habitantes, fue dividida en dos gobiernos, uno en La Habana y otro en Santiago de Cuba, aunque la capital se estableció en aquella. Aunque lentamente, la actividad económica crecía y se diversificaba con el desarrollo del cultivo del tabaco y la producción de azúcar de caña. Paulatinamente se establecieron nuevos pueblos, por lo general alejados de las costas y crecieron las primitivas villas, donde comenzaba a manifestarse un estilo de vida más acomodado y a practicarse frecuentes diversiones, desde los juegos y bailes hasta las corridas de toros y los altares de cruz. De la actividad religiosa, que era con mucho la nota dominante de la vida social, quedarían importantes huellas arquitectónicas, entre las que vale como muestra el magnífico Convento de Santa Clara.

La subida al trono español de la dinastía Borbón a principios del siglo XVIII, trajo aparejada una modernización de las concepciones mercantilistas que presidían el comercio colonial. Lejos de debilitarse, el monopolio se diversificó y se dejó sentir de diverso modo en la vida económica de las colonias. En el caso cubano, ello condujo a la instauración del estanco del tabaco, destinado a monopolizar en beneficio de la Corona la elaboración y comercio de la aromática hoja, convertida ya en el más productivo renglón económico de la Isla. La medida fue resistida por comerciantes y cultivadores, lo que dio lugar a protestas y sublevaciones, la tercera de las cuales fue violentamente reprimida mediante la ejecución de once vegueros en Santiago de las Vegas, población próxima a la capital. Imposibilitados de vencer el monopolio, los más ricos habaneros decidieron participar de sus beneficios. Asociados con comerciantes peninsulares, lograron interesar al Rey y obtener su favor para constituir una Real Compañía de Comercio de La Habana (1740), la cual monopolizó por más de dos décadas la actividad mercantil de Cuba.

El siglo XVIII fue escenario de sucesivas guerras entre las principales potencias europeas, que en el ámbito americano persiguieron un definido interés mercantil. Todas ellas afectaron a Cuba de uno u otro modo, pero sin duda la más trascendente fue la de los Siete Años (1756-1763), en el curso de la cual La Habana fue tomada por un cuerpo expedicionario inglés. La ineficacia de las máximas autoridades españolas en la defensa de la ciudad contrastó con la disposición combativa de los criollos, expresada sobre todo en la figura de José Antonio Gómez, valeroso capitán de milicia de la cercana villa de Guanabacoa, muerto a consecuencia de los combates.

Durante los once meses que duró la ocupación inglesa -agosto de 1762 a julio de 1763-, La Habana fue teatro de una intensa actividad mercantil que pondría de manifiesto las posibilidades de la economía cubana, hasta ese momento aherrojada por el sistema colonial español.

Al restablecerse el dominio hispano sobre la parte occidental de la Isla, el Rey Carlos III y sus ministros “ilustrados” adoptaron una sucesión de medidas que favorecerían el progreso del país.

La primera de ellas fue el fortalecimiento de sus defensas, de lo cual sería máxima expresión la construcción de la imponente y costosísima fortaleza de San Carlos de La Cabaña en La Habana; a esta se sumarían numerosas construcciones civiles, como el Palacio de los Capitanes Generales (de gobierno) y religiosas, como la Catedral, devenidas símbolos del paisaje habanero.

El comercio exterior de la Isla se amplió, a la vez que se mejoraron las comunicaciones interiores y se fomentaron nuevos poblados como Pinar del Río y Jaruco. Otras medidas estuvieron encaminadas a renovar la gestión gubernativa, particularmente con la creación de la Intendencia y de la Administración de Rentas.

En este contexto se efectuó el primer censo de población (1774) que arrojó la existencia en Cuba de 171.620 habitantes.

Otra serie de acontecimientos internacionales contribuyeron a la prosperidad de la Isla. El primero de ellos, la guerra de independencia de las Trece Colonias inglesas de Norteamérica, durante la cual España -partícipe del conflicto- aprobó el comercio entre Cuba y los colonos sublevados. La importancia de este cercano mercado se pondría de manifiesto pocos años después, durante las guerras de la Revolución Francesa y el Imperio napoleónico, en las cuales España se vio involucrada con grave perjuicio para sus comunicaciones coloniales.

En esas circunstancias se autorizó el comercio con los “neutrales” -Estados Unidos- y la economía de la Isla creció vertiginosamente, apoyada en la favorable coyuntura que para los precios del azúcar y el café creó la revolución de los esclavos en la vecina Haití. Los hacendados criollos se enriquecieron y su flamante poder se materializó en instituciones que, como la Sociedad Económica de Amigos del País y el Real Consulado, canalizaron su influencia en el gobierno colonial. Liderados por Francisco de Arango y Parreño, estos potentados criollos supieron sacar buen partido de la inestable situación política y, una vez restaurada la dinastía borbónica en 1814, obtuvieron importantes concesiones como la libertad del comercio, el desestanco del tabaco y la posibilidad de afianzar legalmente sus posesiones agrarias.

Pero tan notable progreso material se basaba en el horroroso incremento de la esclavitud. A partir de 1790, en sólo treinta años, fueron introducidos en Cuba más esclavos africanos que en el siglo y medio anterior. Con una población que en 1841 superaba ya el millón y medio de habitantes, la Isla albergaba una sociedad sumamente polarizada; entre una oligarquía de terratenientes criollos y grandes comerciantes españoles y la gran masa esclava, subsistían las disímiles capas medias, integradas por negros y mulatos libres y los blancos humildes del campo y las ciudades, estos últimos cada vez más remisos a realizar trabajos manuales considerados vejaminosos y propios de esclavos. La esclavitud constituyó una importante fuente de inestabilidad social, no sólo por las frecuentes manifestaciones de rebeldía de los esclavos -tanto individuales como en grupos- sino porque el repudio a dicha institución dio lugar a conspiraciones de propósitos abolicionistas.

Entre estas se encuentran la encabezada por el negro libre José Antonio Aponte, abortada en La Habana en 1812, y la conocida Conspiración de la Escalera (1844), que originó una cruenta represión. En esta última perdieron la vida numerosos esclavos, negros y mulatos libres, entre quienes figuraba el poeta Gabriel de la Concepción Valdés, (Plácido).

El desarrollo de la colonia acentuó las diferencias de intereses con la metrópoli. A las inequívocas manifestaciones de una nacionalidad cubana emergente, plasmadas en la literatura y otras expresiones culturales durante el último tercio del siglo XVIII, sucederían definidas tendencias políticas que proponían disímiles y encontradas soluciones a los problemas de la Isla.

El cauto reformismo promovido por Arango y los criollos acaudalados encontró continuidad en un liberalismo de corte igualmente reformista encarnado por José Antonio Saco, José de la Luz y Caballero y otros prestigiosos intelectuales vinculados al sector cubano de los grandes hacendados.

La rapaz y discriminatoria política colonial de España en Cuba tras la pérdida de sus posesiones en el Continente, habría de frustrar en reiteradas ocasiones las expectativas reformistas. Esto favoreció el desarrollo de otra corriente política que cifraba sus esperanzas de solución de los problemas cubanos en la anexión a Estados Unidos. En esta actitud convergía tanto un sector de los hacendados esclavistas que veía en la incorporación de Cuba a la Unión norteamericana una garantía para la supervivencia de la esclavitud -dado el apoyo que encontrarían en los estados sureños-, como individuos animados por las posibilidades que ofrecía la democracia estadounidense en comparación con el despotismo hispano. Los primeros, agrupados en el “Club de La Habana” favorecieron las gestiones de compra de la Isla por parte del gobierno de Washington, así como las posibilidades de una invasión “liberadora” encabezada por algún general norteamericano.

En esta última dirección encaminó sus esfuerzos Narciso López, general de origen venezolano que, tras haber servido largos años en el ejército español, se involucró en los trajines conspirativos anexionistas. López condujo a Cuba dos fracasadas expediciones, y en la última fue capturado y ejecutado por las autoridades coloniales en 1851.

Otra corriente separatista más radical aspiraba a conquistar la independencia de Cuba. De temprana aparición -en 1810 se descubre la primera conspiración independentista liderada por Román de la Luz-, este separatismo alcanza un momento de auge en los primeros años de la década de 1820. Bajo el influjo coincidente de la gesta emancipadora en el continente y el trienio constitucional en España, proliferaron en la Isla logias masónicas y sociedades secretas. Dos importantes conspiraciones fueron abortadas en esta etapa, la de los Soles y Rayos de Bolívar (1823), en la que participaba el poeta José María Heredia -cumbre del romanticismo literario cubano- y más adelante la de la Gran Legión del Águila Negra alentada desde México.

También por estos años, el independentismo encontraba su plena fundamentación ideológica en la obra del presbítero Félix Varela.

Profesor de filosofía en el Seminario de San Carlos en La Habana, Varela fue electo diputado a Cortes en 1821 y tuvo que huir de España cuando la invasión de los “cien mil hijos de San Luis” restauró el absolutismo. Radicado en Estados Unidos, comenzó a publicar allí el periódico El Habanero dedicado a la divulgación del ideario independentista.

Su esfuerzo, sin embargo, tardaría largos años en fructificar pues las circunstancias, tanto internas como externas, no resultaban favorables al independentismo cubano.

En los años posteriores, la situación económica cubana experimentó cambios significativos. La producción cafetalera se derrumbó abatida por la torpe política arancelaria española, la competencia del grano brasileño y la superior rentabilidad de la caña.

La propia producción azucarera se vio impelida a la modernización de sus manufacturas ante el empuje mercantil del azúcar de remolacha europeo. Cada vez más dependiente de un solo producto -el azúcar- y del mercado estadounidense, Cuba estaba urgida de profundas transformaciones socioeconómicas a las cuales la esclavitud y la expoliación colonial española interponían grandes obstáculos.

El fracaso de la Junta de Información convocada en 1867 por el gobierno metropolitano para revisar su política colonial en Cuba, supuso un golpe demoledor para las esperanzas reformistas frustradas en reiteradas ocasiones. Tales circunstancias favorecieron el independentismo latente entre los sectores más avanzados de la sociedad cubana, propiciando la articulación de un vasto movimiento conspirativo en las regiones centro orientales del país.

Fuente
El oficio de historiar
Imagen
brigadacuba.wordpress.com

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2008/11/yahatuey-o-hatuey.html

Virgen de la Candelaria en Campana. 2006


Nuestra Señora de la Candelaria

Patrona de Canarias en el municipio tinerfeño homónimo.
Venerada en Iglesia católica
Templo Basílica de la Candelaria
Festividad 2 de febrero y 15 de agosto
Simbología La Candela

Fecha de la imagen 1827, la imagen primitiva era del siglo XIV.
La actual obra es de Fernando Estévez.
Estilo Neoclásico, la primitiva imagen era de estilo gótico.







La Virgen de la Candelaria o Nuestra Señora de la Candelaria es una de las advocaciones más antiguas de la Virgen María. Su fiesta litúrgica se celebra en toda la Iglesia católica el 2 de febrero y su fiesta mayor se celebra el 15 de agosto en las Islas Canarias (España).

La imagen es venerada en el Archipiélago Canario, especialmente en la isla de Tenerife (lugar de su aparición), donde es conocida popularmente como La Morenita, es la Patrona de Canarias siendo una de las siete Patronas de las Comunidades Autónomas de España. Su imagen se encuentra en el camarín de la Basílica de Nuestra Señora de la Candelaria, en el municipio de Candelaria en Tenerife.

El relato canónico de la aparición a los aborígenes guanches de la imagen de la Virgen de Candelaria en las Islas Canarias fue escrito en 1594 por el religioso e historiador español Fray Alonso de Espinosa, dicho relato aparece contenido en dos libros, siendo de hecho los libros impresos más antiguos que tratan sobre las Islas Canarias.

Igualmente la Virgen de la Candelaria es la patrona de varias ciudades del Nuevo Mundo como: Medellín y Cartagena de Indias (Colombia) Sabana Grande de Boyá, Prov. Monte Plata y Barrio San Carlos, Santo Domingo (República Dominicana) y Mayagüez (Puerto Rico). La Virgen tiene mucho arraigo y veneración en Oruro (Bolivia) y en general en el altiplano andino y demás naciones del continente americano. Además es venerada en lugares con una importante colonia de canarios donde suele usarse para representar al Archipiélago Canario.


La iconografía de la Virgen de Candelaria se basa en el episodio bíblico de la Presentación del niño Jesús en el Templo de Jerusalén (Lucas 2,22-40). La virgen sostiene la candela o vela de la que toma nombre y el niño Jesús por su parte sostiene en sus manos un pequeño pájaro. Según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor. Como era costumbre, la Virgen María, se sometió a la vez al rito de la purificación (Cf. Lev. 12, 6-8).[6]

Historia de la aparición

La historia de esta advocación está unida íntimamente a la historia de las Islas Canarias, especialmente de la isla de su aparición, Tenerife. No hay acuerdo sobre el año de la aparición, pero la opinión mayoritaria es que apareció en la desembocadura del barranco de Chimisay, en el municipio canario de Güímar, 95 años antes de la conquista de Tenerife, es decir aparecería del 1400 al 1401. Es por tanto la primera aparición mariana de Canarias. Fray Alonso de Espinosa describió la historia en 1594.
Escenificación de la aparición de la virgen en la Playa de El Socorro, Güímar.

Según la leyenda relatada por Fray Alonso de Espinosa, iban dos pastores guanches a encerrar su ganado a las cuevas cuando notaron que el ganado se remolinaba y no quería entrar. Buscando la causa miraron hacia la desembocadura del Barranco de Chimisay y vieron sobre una peña, casi a la orilla del mar, la figura de una mujer que creyeron animada. Como estaba prohibido a los hombres hablar o acercarse a las mujeres en despoblado, le hicieron señas para que se retirase a fin de que pasase el ganado. Pero al querer ejecutar la acción, el brazo se le quedó yerto y sin movimiento. El otro pastor quiso herirla con su cuchillo. Pero en lugar de herirla, quedó herido el mismo. Asustados, huyeron los dos pastores a Chinguaro, la cueva-palacio del mencey Acaymo, para referirle lo acontecido. El mencey acudió con sus consejeros. Ella no respondía pero nadie se atrevía a tocarla. El mencey decidió que fuesen los mismos dos pastores ya heridos quienes la recogieran para llevarla al palacio. Ellos, al contacto con la imagen, quedaron sanados. El mencey comprendió que aquella mujer con un niño en brazos era cosa sobrenatural. El mismo rey entonces quiso llevarla en sus brazos, pero después de un trecho, por el peso, necesitó pedir socorro. Es así que en lugar de la aparición hay hoy día una cruz y en el lugar donde el mencey pidió socorro, un santuario a Nra. Señora del Socorro.

La llevaron a una cueva cerca del palacio del rey hoy convertida en capilla. Más tarde un joven llamado Antón, que había sido tomado como esclavo por los castellanos y había logrado escapar y regresar a su isla, reconoció en la imagen milagrosa a la Virgen María. Él, habiendo sido bautizado le relató al mencey y a su corte la fe cristiana que él sostenía. Así llegaron a conocer a la Virgen María como "La Madre del sustentador del cielo y tierra" (Guanche: Axmayex Guayaxerach Achoron Achaman o Chaxiraxi) y la trasladaron a la Cueva de Achbinico (detrás de la actual Basílica de Candelaria) para veneración pública.


TRASLACION DE SANTIAGO APOSTOL

Codex Calixtinus Libro III, La traslación de Santiago

De hecho, por los breves apostólicos de dos papas, Gregorio XIII y Sixto V, se celebra en Santiago y en España la fiesta de la Traslación.

El rey Herodes mandó decapitar a Santiago Apóstol. Fue el protomártir de los Apóstoles; luego le seguirían todos los demás y sucedió en la ciudad Santa de Jerusalén. Este es el dato histórico y punto de partida de una leyenda que parece ser un inverosímil juego imaginativo pero, como tantas veces sucede, la fantasía mejor intencionada cubre los espacios en blanco que la historia no puede rellenar con datos comprobables.

Y la leyenda se expone así resumiendo:

Una vez muerto Santiago, los siete discípulos que había llevado consigo cuando estuvo en España robaron por la noche el cuerpo que Herodes prohibió enterrar y dejó expuesto a las aves, perros y alimañas.

Ocultamente lo llevaron hasta el puerto de Jaffa donde milagrosamente encontraron una nave sin remeros ni piloto, pero con todo lo necesario para una larga travesía. Ayudados por un viento favorable y sin escollos ni tempestad arriban a Iria Flavia —hoy Padrón— cerca de Finisterre. Con esto cumplen el deseo que les había encargado el propio Santiago previendo el acontecimiento de su muerte.

Tierra adentro encuentran una gruta. Les parece sitio apto para depositar los restos mortales. Manos a la obra, destruyen un ídolo de piedra de los paganos del país y excavan en la piedra un sepulcro donde depositan el cuerpo con su cabeza que habían transportado. Luego levantan una casa que será capilla. Teodoro y Atanasio se quedarán custodiando la reliquia, mientras que los otros cinco compañeros saldrán por los campos y poblados a predicar el Evangelio. Cuando mueren los dos custodios reciben sepultura junto a los restos de Santiago.

Las invasiones y guerras que se suceden en el lugar son factores determinantes para que, junto con el mismo paso de los años, se relegue al olvido transitoriamente tanto el lugar ya tapado por los matorrales como el tesoro que contiene.

Cuando reina Alfonso el Casto se descubren los antiguos sepulcros y el rey manda edificar un templo. Y otros monarcas le siguen. Es Compostela.

Los papas conceden privilegios, Urbano II desliga el obispado de la jurisdicción de Braga y con Calixto II comienza a ser arzobispado.

Los milagros y las maravillas se producen en el tiempo para españoles y extranjeros. Se señala de modo muy especial la protección en la larga lucha de reconquista llegando a aplicársele el alias de "Matamoros" por haberlo visto con todas las armas precediendo al ejército cristiano.

Las rutas del peregrinaje de Europa comienzan a tener otro camino para culminar el perdón de los pecados con arrepentimiento.

Fuente: archimadrid.es
Santopedia

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liberediciones.com

Codex Calixtinus Libro III, La traslación de Santiago




Se trata del libro más breve de todos los que componen el Codex.

Pese a su brevedad, está integrado por dos textos de suma importancia en la tradición jacobea. Uno del siglo XII, en el que combina la tradición compostelana recogida en la Epístola del papa León con la leyenda de los siglos VII y VIII relativa a los Siete Varones Apostólicos, cómo éstos trasladan el cuerpo martirizado del Apóstol desde las playas palestinas hasta el “puerto de Iria, que está en Galicia”.

El otro texto es una narración en forma de epístola, atribuida a un papa León y dirigida a los reyes de Francos, Romanos, Godos y Vándalos, en un intento de expresar los países de los cuatro puntos cardinales. En él se narra el traslado del Apóstol desde Jafa hasta el puerto de Iria, en una barca de vela, guiada “por un ángel del Señor”.

Además de estas dos narraciones, el libro contiene una descripción de las tres solemnidades en honor a Santiago en la basílica compostelana.

Nota a la edición a cargo del Dr. Isidro García Tato, Secretario de Publicaciones del Instituto de Estudios Gallegos “Padre Sarmiento” del CSIC de Santiago de Compostela.

El libro termina con un breve capítulo dedicado a cantar las virtudes de las caracolas marinas, que suelen llevar consigo de recuerdo los peregrinos en su viaje de regreso, y cuya melodía aumenta la devoción de la fe, es un antídoto contra las asechanzas del enemigo y protege de las granizadas, borrascas, tempestades y vientos.